El neoliberalismo, además de perseguir resultados económicos, intenta eliminar todos los residuos precapitalistas (tradiciones, identidades culturales, viejas solidaridades comunitarias, restos corporativos artesanales) y crear las condiciones o para la desaparición de quienes no se ajusten al sistema, o para la homologación de quienes lo hagan. Por supuesto, esto es una tendencia y enfrenta resistencias y contratendencias, pero es la corriente dominante y, además, es sumamente dinámica y agresiva. El desarrollo de la relación individuo-mercado tiende a anular las relaciones entre los individuos y entre éstos y las comunidades, borra la memoria del pasado y, por lo tanto, cierra el futuro.
En esta situación, todo lo que desarrolle las experiencias y las conciencias individuales, preserve las tradiciones y las identidades locales y nacionales y dé base para una sólida experiencia comunitaria no sólo es necesario sino que es vital. Tal es el caso de la autogestión.
Esta establece prioridades económicas a partir de la acción de una comunidad que, democráticamente, hace una lista de las necesidades más sentidas y las encara en el orden fijado por sus miembros. De este modo surge un lazo estrecho entre democracia, reforma y cambio radical del sistema, como lo demostró el caso de los Cuadernos de Reivindicaciones, elaborados localidad por localidad por el Tercer Estado francés, programas que fueron la espoleta que hizo estallar el viejo régimen en la Revolución Francesa.
La autogestión refuerza las comunidades locales, pero no las aísla si, al mismo tiempo, hay una organización que sea capaz de generalizar y difundir las experiencias puntuales haciéndoles dar un salto cuantitativo que es también cualitativo y permite arrancarlas así a su posibilidad de absorción por el régimen, que puede dar satisfacción a algunos, pero no a todos.
También educa a quienes luchan por programas mínimos, factibles, y comprueban que el régimen --que, dado el actual nivel de la técnica y del desarrollo económico, podría responder a ese tipo de exigencias-- se niega a satisfacer esas necesidades porque sólo busca concentrar el poder y las riquezas en pocas manos. Permite, por lo tanto, pasar de lo particular a lo general, hacer un curso político acelerado partiendo de las experiencias de la colonia o del centro de trabajo, que se dominan.
No puede haber autogestión, sin embargo, sin la plena participación democrática y pluralista de todos los implicados en un problema. La izquierda histórica, estatista, quiso combinar autogestión con plan estatal, desde arriba y, peor aún, con la existencia de un partido único, cuando las experiencias autogestionarias crean, en cambio, el Estado democrático desde abajo, dan las bases para la planificación desde abajo hacia arriba, hacen crecer al consumidor y al productor y lo convierten en ciudadano con una visión global.
Por supuesto, las experiencias de autogestión no son muchas y todos las combaten, porque chocan con las instituciones y con los partidos. Deben ser, por lo tanto, protegidas, defendidas, difundidas, desarrolladas, como embriones de algo que podría cambiarlo todo si encontrasen un terreno social y cultural propicio, o sea, el de una vasta resistencia civil (porque ésta conjuga las tradiciones, las experiencias comunitarias, la defensa de las conquistas y la búsqueda de lo nuevo). ¿Acaso el movimiento obrero europeo no nació de experiencias autogestionarias forzadas --el movimiento mutualista, las cooperativas-- que enlazó con su resistencia?