Es la de los Romero de Terreros; el más recordado es sin duda don Pedro, prominente minero que era tan rico como generoso. Poseía las mejores minas en los alrededores de Pachuca y varias haciendas de beneficio de mineral, entre las que sobresalían las soberbias San Miguel y Santa María Regla, en las montañas hidalguenses, ahora convertida la primera en un hotel maravilloso, más por el lugar que por el servicio y comida, pero bien vale la pena una visita.
Con la fortuna que recibía de sus bien trabajadas propiedades, en 1774 fundó el Montepío de Animas, ahora conocido como Monte de Piedad. Para ello adquirió el que había sido palacio de Axayacatl, padre del emperador Moctezuma y después casa de Hernán Cortés, frente al costado de la catedral, en donde continúa funcionando la noble institución en soberbio edificio barroco.
Su casa particular aún existe en la calle de República de El Salvador, hermosa dentro de una gran sobriedad, muy acorde con el carácter de su dueño; desafortunadamente el interior fue vilmente mutilado, en una estúpida remodelación que se llevó a cabo en 1928. La fachada, al igual que la del Montepío, es de aterciopelado tezontle y elegante chiluca en marcos, molduras y el escudo familiar.
En 1768 el rey Carlos III concedió a don Pedro el título de conde de Santa María Regla, por los grandes servicios prestados al país y a la corona; entre otros, regaló a la Marina de Guerra un navío de 80 cañones, para no hablar del dinero que dio a hospicios, conventos, colegios y hospitales.
Prácticamente un siglo más tarde nació en la ciudad de México un talentoso descendiente del ilustre conde de Regla: don Manuel Romero de Terreros. Educado en Inglaterra en las mejores escuelas, y después en las exclusivas universidades de Oxford y Cambridge, se dedicó apasionadamente al estudio de la historia virreinal, en la que se volvió experto. Fue catedrático de lengua y literatura inglesas en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Miembro de innumerables Academias en México y en el mundo, fue patrono del Monte de Piedad y heredó además del título de conde de Regla, el de marqués de San Francisco, que en un afán de honrarlo también se le concedió a don Pedro.
El sobrino don Manuel, canalizó sus aptitudes a escribir interesantes libros sobre arte virreinal. Destacan: Las artes industriales en la Nueva España, Paisajistas mexicanos del siglo XIX, Grabados y grabadores en la Nueva España, Bocetos de la vida social, y muchos más.
Una de sus obras de más interés es aquella en la que describe detalladamente los contenidos de la soberbia casona de los condes de San Bartolomé de Xala, en Venustiano Carranza 63, actualmente en un estado lamentable, porque sus dueños no le tienen el menor aprecio y la rentan para ``changarros'', no obstante que han tenido buenas ofertas para venderla o asociarse, con el fin de restaurarla, ya que sin exagerar es uno de los palacios más bellos de América, obra del genial arquitecto Lorenzo Rodríguez, el mismo que hizo el sagrario metropolitano. Los azulejos que adornan su interior son superiores a los de la Casa de Los Azulejos, con eso está dicho todo.
La lectura de esta obra de don Manuel Romero de Terreros nos permite conocer cómo estaban arregladas las casonas en los siglos pasados, y cómo vivían las personas de alcurnia y billete que no siempre van juntos. Otro libro fascinante del autor es El arte en México durante el virreinato, en el que reseña las principales características de las artes plásticas, que florecieron en ese periodo de la historia de México. Habla de arquitectura, escultura, pintura, grabado en madera y lámina de cobre, grabado en hueco y artes menores e industriales.
Es un deleite enterarse de cómo se hacían los cristos de caña, que eran tan livianos que los podía cargar un niño: ``tan perfectos y proporcionados y devotos, que hechos de cera no puedan ser más acabados''. Lo mismo sucede con la orfebrería, el hierro forjado, la ebanistería, los retratos en cera y tantas otras artes maravillosas, que tras la lectura del erudito conde-marqués, apreciamos mucho más al admirarlas en alguna iglesia, museo o casa privilegiada.
Y hablando de erudición, el destacado gastrónomo José Luis Curiel, en sesión solemne, fue admitido como Académico de Número a la Academia Hispanoaméricana de Ciencias, Artes y Letras, correspondiente a la de la Real española. Su interesante discurso ``Ciencia y cocina prehispánica y su mestizaje'' fue respondido por la académica doña Virginia Armella de Aspe. Todo esto sucedió en la Torre Latinoamericana, que pronto será convertida en un hotel de lujo.
El tema del discurso nos trae a la mente que en la cantina de tradición ``El gallo de oro'', en Venustiano Carranza y Bolívar, hay exquisitos gusanos de maguey coloraditos, acompañados de guacamole, tortillas recién hechas y una deliciosa salsa molcajeteada.