¿Qué se sentirá pertenecer a un país que coseche medallas de oro y campeonatos mundiales de futbol? Por lo pronto es difícil saberlo. La experiencia de ganar medallas en las Olimpiadas es tan remota, que cuando alguno de nuestros atletas ejecuta la proeza, nadie sabe qué hacer con él.
La solución tradicional para este tipo de disyuntiva, es metamorfosear al atleta laureado en funcionario importante de la burocracia del deporte. La lógica olímpica en México opera de forma extraña: cuando el atleta, al ganar una medalla, demuestra que nació para ser atleta, entonces se le premia acomodándolo detrás de un escritorio, se le obsequia un traje oscuro para oscurecer su talento atlético y se le pone a desarrollar un oficio para el que no nació. ¿Será que en nuestro país ser funcionario público importante es la mayor recompensa? Aquí hay un hecho incontrovertible e incomprensible: es más difícil ganar una medalla olímpica, que pertenecer al selecto grupo de cientos de funcionarios públicos.
Si nos convirtiéramos en una potencia deportiva, habría que implementar un gran ministerio del deporte con oficinas para todos los medallistas. También la Columna de la Independencia sufriría las consecuencias; al volvernos un país de campeones, los escándalos en el ángel acabarían por aburrirnos; veinte medallas de oro no serían tan celebrables como un dieciseisavo lugar en plataforma de diez metros, o la intentona de acomodarse en los octavos de final en el futbol, o el dignísimo nocaut en el segundo round de nuestra esperanza en box, o la fractura de ingle en la suerte capital del caballo con arzones. La lógica en México opera de forma extraña: al no poder celebrar las victorias, sencillamente se celebran las derrotas.
Con el ánimo de rebajar un poco el furos olímpico, o siquiera de desviarlo ligeramente, podríamos sugerir una justa con atletas imposibles del calibre de Angus Young, guitarrista de AC/DC, de Eric Burdon, ex cantante y artífice de The Animals, o del monstruoso Gene Simmons de la banda Kiss. También podríamos incluir estas antítesis deportivas, cada una en su especialidad (todavía por descubrir): Ringo Star, Peter Murphy, Ozzy Osbourne y Bob Dylan, acompañados por Chrissie Hynde de los Pretenders, Stevie Nicks de Fletwood Mac y Cindy Lauper. Como la justa de atletas imposibles es decididamente imposible, tendremos que elegir la opción de enumerar algunos discos ideales para contrarrestar el furor olímpico. El primero es una obra de Leonard Cohen, escritor y cantante canadiense con un curriculum deportivo que empieza y termina en dos partidos de boliche durante su adolescencia; el nombre del álbum es Various Positions (1984) y corresponde a su época de alucinación religiosa. Entre las canciones de este álbum destaca Hallelujah (¡Aleluya!, cada vez que aparece uno de los nuestros) y The Law: ``hay una ley, hay un brazo, hay una mano'', dice el estribillo en abierta alusión a las irregularidades en el área chica del futbol olímpico. Después viene el álbum When The Eagle Flies (1974) de la banda Traffic; el track número tres, Walking in the Wind, explora la tragedia de perder el contacto con el piso cuando se va lidereando el contingente de marchistas. Lou Reed es otro individuo con poca facilidad para el deporte y sin embargo construyó una obra llena de resonancias olímpicas: Magic and Loss (1992). Este álbum, cuyo título en español significa La magia (de ser considerado un futuro campeón olímpico) y La pérdida (de aquella consideración), trae varios tracks ilustrativos: Power and Glory (Poder y gloria, de los que ganan) y No Chance (Sin chance, de ganar absolutamente nada). En el contingente femenino tenemos a la escasamente atlética Patti Smith, con un álbum de nombre Horses (1975), que aborda todos los temas del universo excepto el de la equitación.
Pearl Jam aparece en esta lista con un álbum que lleva por título la máxima calificación en clavados y gimnasia: Ten (diez). Entre las conciones de esta obra de 1991 podemos encontrar Why Go (¿Para qué asistir?) y Even Flow (Aún fluyendo, está difícil que la gloria fluya). Podemos agregar cualquier disco de los Rolling Stones que traiga canciones cantadas por Keith Richards, ese guitarrista con una historia deportiva que se reduce al cuerpeo con que acompasa la ejecución de su instrumento. También se puede incluir algo de Zz Top, pensando que la barba hasta la cintura es antídoto para el deporte, o de Ray Davies de los Kinks, dando por hecho que su aspecto funciona igual que la barba hasta la cintura.
Para contrarrestar el furor olímpico, basta con oír cualesquiera de estos discos mientras el resto del mundo contempla las Olimpiadas por televisión. Aun en el caso de que México ganara una medalla, hay que abstenerse de la celebración multitudinaria y poner, como si nada estuviera sucediendo, el siguiente disco.