Ahora pocos historiadores se atreven a negar que en 1932-1933, en la Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS) 6 millones de personas murieron de hambre, 5 en Ucrania y un millón en el sur de Rusia. Sin embargo, durante muchos años, los libros de historia no mencionaron nada y, en la época, no faltaron viajeros extranjeros tan prestigiosos como ingenuos para afirmar que ``la hambruna es un rumor propalado por los enemigos de la URSS'', que ``Ucrania es un jardín'' y que ``la cosecha del verano de 1933 es un don del cielo''. Ese último punto era cierto, pero llegó demasiado tarde para los millones que habían muerto ya.
El refrán popular ruso dice que ``las malas cosechas, las manda Dios; la hambruna, la hacen los hombres''. Así fue en la URSS en aquel entonces, así fue en China hace cerca de 30 años. El ex primer ministro francés Herriot sirvió la mentira soviética en 1933 (sin saberlo); Franois Mitterrand, el futuro presidente francés, sin saberlo, cooperó a la mentira de Mao, en China, en 1961.
Mitterrand declaró en aquel tiempo, después de su visita a China, que Mao era ``un humanista'' (todos lo sabíamos: hijo de una familia de mandarines, poeta, dotado de una excelente escritura, etcétera) incapaz de dejar su pueblo morir de hambre. En el caso de la URSS tanto John Maynard, como el famoso periodista Walter Duranty, Premio Pulitzer por sus reportajes en Rusia, afirmaron que no había ninguna hambruna; para China, la mentira corrió a cargo del famoso periodista Edgar Snow: ``Busqué con toda diligencia gente hambrienta o limosneros para fotografiarlos, no los encontré y no creo que haya hambruna en China'' (1961). Sin embargo, de 1958 a 1961, mientras el Occidente todo se tragaba el cuento del Gran Salto Adelante y de la comuna popular, 30 millones de chinos morían de hambre en la peor hambruna de su historia, una hambruna provocada por los hombres y no por los dioses; o mejor dicho, provocada por el hombre-dios, Mao. Así como la hambruna que diezmó los pueblos ucraniano y kazaj, a los alemanes del Volga y a los cosacos del Kubán, fue el resultado de la colectivización decretada por Stalin, la mortífera hambruna en China fue la obra de Mao, en el marco de su delirante Gran Salto Adelante. Mao conocía el antecedente soviético pero Mao había explicado a Jrushchov, poco antes, que era un error criticar a Stalin.
La hambruna no tuvo nada que ver con desastres naturales como sequía o diluvios ni en la URSS ni en China. Mao no intentó nada para aliviar los sufrimientos de su pueblo; en eso también siguió fielmente el ejemplo de Stalin. El paralelismo se prolonga: así como después de la hambruna-genocidio de Ucrania, vino el gran terror que diezmó tanto al pueblo como al partido comunista, después de la hambruna del Gran Salto Adelante, Mao lanzo la Revolución cultural que es el equivalente de las purgas, de los grandes procesos, del terror soviético de 1936-1938. La revolución cultural china no fue el caos generoso provocado por el entusiasmo romántico de una juventud que defendía el Gran Timonel contra los reaccionarios; no fue empañada por unos ``excesos'' deplorables. Fue una purga fríamente controlada por Mao quien, al final, se deshizo de sus instrumentos, exactamente como Stalin liquidó a sus verdugos Yágoda y Ezhov.
Jasper Becker acaba de publicar la historia de esa tragedia: Fantasmas hambrientos: la hambruna secreta de China. Su libro no es más fácil de leer que la Cosecha de dolor de Robert Conquest, sobre la hambruna secreta de la URSS. Qué pensar del poder soviético capaz de explotar millones de toneladas de trigo, mientras sus sujetos morían de hambre por millones? Qué pensar de los dirigentes comunistas chinos que exportaban cereales cuando su gente comía excrementos, tierra y la carne de sus hijitos muertos?