Alerta, como la guardia del conde de Luna mientras éste vigilaba el balcón de su dama ante el acecho de su rival, el trovador, así debe estar, alerta, el Banco de México ante los peligros que acechan al peso. Y es que la gestión monetaria que se aplica hoy tiende prácticamente a mantener el tipo de cambio con el fin de controlar la inflación. Para sostener la estabilidad del valor del peso frente al dólar el banco central reacciona ante cualquier presión moviendo las tasas de interés para desestimular la compra de divisas. Pero con ello no logra evitar la volatilidad de la paridad y se genera, así, un equilibrio muy precario en el funcionamiento del mercado financiero.
La estabilidad cambiaria tiene en este esquema un lugar central en la instrumentación del programa monetario y obliga a sobrecumplir las metas que se establecieron originalmente. Conforme al programa monetario de Banxico para 1996 se fijó un límite al crecimiento del crédito interno de 15 mil millones de pesos, pero al 19 de julio éste se había reducido en casi 24 mil millones de pesos. Con una menor cantidad de dinero se contrae la demanda y la actividad económica en general. Eso muestra que el lento crecimiento del producto es una condición necesaria de la estabilidad de las variables financieras. Extender esta condición se hace cada vez más oneroso en términos económicos y sociales. Por otro lado, si se expande el crédito debe aceptarse a corto plazo una mayor presión inflacionaria; no hay muchas alternativas. La inflación, en efecto, se ha ido reduciendo pero siempre en el marco de una lenta y desigual expansión del producto y con escasa creación de empleos y generación de ingresos. Sin dinero, además, es muy difícil crear las condiciones de funcionamiento de los mercados y la buscada eficiencia en la asignación de los recursos se hace todavía más discutible. Así lo demuestra, por ejemplo, la persistencia de altas tasas de interés.
Mantener el valor del peso frente al dólar como base de la política de estabilización, ocasiona un debilitamiento de la competitividad de las exportaciones. Esto ocurre en un escenario en el que a pesar de la lenta recuperación del producto se genera un rápido aumento de las importaciones. Véase pues como, para alcanzar las metas de inflación --que la mayoría de los analistas ubican en torno de 27 por cinto para el año--, se complica de manera creciente la administración del costo del dinero, o sea las tasas de interés y también la consecución de un superávit comercial. Mientras las tasas de interés sean tan altas no habrá una recuperación productiva que se extienda entre los sectores de actividad económica y entre la población. Sin un excedente comercial no habrá suficientes divisas para financiar a la economía y habrá de aumentarse el endeudamiento externo. Como puede apreciarse, los espacios para maniobrar no son demasiado amplios para la política monetaria que es hoy el elemento esencial de la gestión económica del país.
La estimación oficial es que el dólar costará 8.30 pesos al final del año, pero ahora cuesta alrededor de 7.60 pesos. Entre ambos valores hay una diferencia de 9.21 por ciento y si la tasa de interés promedio para el resto del año es de 30 por ciento, quiere decir que en el resto del año las inversiones rendirán algo así como 12.5 por ciento al año. En este caso la diferencia es de 3.3 por ciento, y considerando las expectativas de riesgo que se están creando con respecto al funcionamiento de la economía, estos valores podrían presionar la demanda de dólares para cubrirse de una mayor devaluación que la esperada.
Mientras se siga administrando de manera tan restrictiva la economía mexicana, se irán reduciendo los espacios de acción en las transacciones entre las tasas de interés y el tipo de cambio. Con ello será mayor la posibilidad de un nuevo episodio de inestabilidad financiera. A medida que pasa el tiempo esa inestabilidad requerirá de mayores ajustes y una mayor intervención con recursos públicos. Después de 19 meses de aplicación del programa de ajuste económico, se hace más evidente la necesidad de replantear las políticas para evitar esos costos crecientes. Las experiencias recientes en las que se han prolongado las medidas económicas para alcanzar los objetivos originales de los programas han mostrado que pueden llevar a condiciones explosivas. Eso ocurrió con el manejo del tipo de cambio en 1994. Es necesario anticiparse al agotamiento de los instrumentos que se están utilizando y aceptar los costos que eso entraña y, sobre todo, exponerlos con claridad y de manera abierta a la población para aumentar la legitimidad de la política económica.