Hace más de un siglo anda rondando un gigantesco elefante blanco por el istmo de Tehuantepec, y hace pocos días ha vuelto a hacer aparición. La resurrección de este mamut ha sido resultado de los esfuerzos de autoridades del propio gobierno y de diversos grupos empresariales nacionales y extranjeros que acaban de anunciar la proyectada construcción de un gran complejo integrado de autopistas, plantas eléctricas y nuevas instalaciones portuarias en la zona más estrecha del bello estado de Oaxaca, la cual se dice puede constituir un proyecto para inyectar dinamismo a la economía regional y nacional. Inclusive, se sostiene que el ambicioso plan de obras de comunicaciones transístmicas podrá competir con el canal de Panamá.
Sin embargo, convendría adoptar una actitud muy precavida respecto de esta promesas de grandeza por varias razones de tipo históricas, ecológicas y económicas. Vale la pena recordar, en primer lugar, que la construcción de un gran complejo ferroviario-portuario a través del istmo de Tehuantepec fue la más costosa y ruinosa de las obras públicas emprendidas por el régimen porfirista hace cien años. Las razones por las cuales Porfirio Díaz resolvió contratar un enorme volumen de préstamos extranjeros para financiar estas obras son conocidas: en primer término, como oaxaqueño, quería impulsar el desarrollo de su estado natal; en segundo término, deseaba promover un proyecto de comunicaciones internacionales que pudiese competir con el Canal de Panamá, justo antes de la etapa final de su construcción por los estadunidenses en los años de 1902-1910.
Don Porfirio contraró a la empresa constructora más grande y sofisticada del mundo, la del empresario británico Weetman Pearson, para construir el ferrocarril transístmico y los puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz. El gobierno mexicano invirtió la colosal suma (para entonces) de más de 100 millones de pesos plata en esta obras, que provocaron una tremenda mortandad entre trabajadores e innumerables estragos ecológicos. Durante muy pocos años 1908-1910 el tráfico fue importante, pero a raíz de la conclusión del Canal de Panamá en 1910, el proyecto Tehuantepec dejó de ser negocio. Y con el estallido de la Revolución mexicana el sueño se esfumó, dejando en su lugar solamente el recuerdo del paso de gigantesco elefante blanco a través de las tórridas tierras del istmo.
Hoy en día se proyecta de nuevo un macro-proyecto de comunicaciones entre el Golfo de México y el Pacífico. Una de las razones de esta iniciativa es din duda la pronta devolución por el gobierno de los Estados Unidos del Canal de Panamá a las autoridades de ese país en el año de 1999, lo cual provoca incertidumbre entre los círculos empresariales internacionales. El proyecto de Tehuantepec se sitúa, por lo tanto, en el centro de una gran disputa internacional de implicaciones geopolíticas todavía imprevisibles. Esta disputa implicará a los gobiernos de Estados Unidos, Panamá y -ahora- México, en tanto se abre la competencia por controlar rutas estratégicas del comercio internacional.
El proyecto de modernización de las comunicaciones e infraestructura en el istmo de Tehuantepec es, por lo tanto, una apuesta económica de gran complejidad y riesgo que puede afectar la soberania nacional. Pero a ello se agregan otras preocupaciones que se refieren a la problemática ecológica y social. Un riesgo fundamental es que se destruyan amplias zonas del territorio nacional sin tener en cuenta la protección de la ecología de la zona. De igual importancia, es indispensable considerar y planear con sumo cuidado las implicaciones que tendrán estas inversiones para el desarrollo económico y social regional, y el impacto que pueda tener sobre los diversos pueblos que habitan el istmo. El plantear proyectos de esta envergadura requiere una cuidadosa planificación, pues de lo contrario se corre el riesgo de que se gasten miles de millones de pesos sin asegurar su rentabilidad y sin garantizar que los dineros gastados realmente beneficien a los habitantes del sur de la República. Los elefantes blancos suelen pisar fuerte, tumbando árboles y arbustos y consumiendo enormes cantidades de dinero de los erarios públicos. ¿Quién pagará por estas colosales inversiones y los destrozos que provoquen? y ¿quién se beneficiará de ellos