Jorge Carpizo
El Louvre: un conjunto de museos

No existe duda de que el Museo del Louvre es uno de los más importantes del mundo; más que un museo es un conjunto de ellos y cada uno para visitarlo y comprenderlo un poco, exige al menos un día.

El Museo del Louvre como tal, con una antigüedad mayor de dos siglos, siempre ha albergado algunas de las obras de arte más importantes de la humanidad; sin embargo, no se distinguía por su museografía ni por las facilidades que prestaba para una visita ordenada. De aquí nació la idea del Gran Louvre que aún se encuentra en proceso de realización y que se deberá concluir en 1998. La reordenación ya realizada es impresionante. Hoy en día, el Louvre es un prodigio museográfico.

Dicha reordenación la han seguido con cuidado todas las personas interesadas en el arte. ¿Quién no oyó hablar de la pirámide del Louvre y la polémica que despertó? Al respecto, se pueden hacer algunas consideraciones. París es una ciudad de museos pero no es una ciudad-museo porque es extraordinariamente viva y activa, porque cuidando su armonía, tiene edificios y monumentos de todas las épocas y de la moderna posee algunos muy hermosos; otros, controvertidos, pero casi todos ya forman parte del paisaje parisino que se acepta con facilidad.

Así, la pirámide de vidrio, luz y agua, eje de la reordenación del Louvre, causó sorpresa, por decir lo menos. ¿Cómo se instalaba un cono moderno en el centro de uno de los edificios más hermosos, conocidos y venerados de París? ¿Es que no podían haber escogido otro sitio para construir ese conjunto y que no rompiera con la armonía del Museo del Louvre?

Sin embargo, el Louvre se ha venido edificando a través de los siglos, desde que Felipe Augusto, en 1200, ordenó la construcción de un castillo, ahí han dejado su huella, agrandándolo y embelleciéndolo, San Luis, Francisco I, Enrique II, Catalina de Médicis, Enrique IV, los Luises XIII y XIV y los dos Napoleón. La presencia del siglo XX en él es muy fuerte y el nombre de Mitterrand ha quedado íntimamente ligado a ese conjunto maravilloso de museos que se denomina Louvre.

Entonces, pues, la polémica sobre la pirámide del Louvre fue muy natural. Yo la vi cuando la estaban construyendo y sentí algo raro combinado con asombro y estupefacción. La volví a ver en 1991 cuando ya la habían concluido y sin que me desagradara, no me entusiasmó. La he vuelto a ver en múltiples ocasiones y poco a poco la fui aceptando, comprendiendo y me fue gustando.

En consecuencia, comprendo bien el sentir actual de los parisinos sobre la pirámide del Louvre. El año pasado leí una encuesta sobre cuáles son los monumentos a los que los parisinos se sienten más atraídos. La mayoría colocó a la Tour Eiffel en primer lugar, el Arco del Triunfo en segundo y la pirámide del Louvre en tercero. Esta última ya es parte del ser y del sentir de los habitantes de esta ciudad. Es decir, no sólo la han aceptado sino que la han colocado en una situación privilegiada de sus preferencias. Los habitantes de París no quieren una ciudad-museo sino lo que es, una de las metrópolis donde se siente el pulso del mundo y en donde la ciudad contribuye a enriquecer la existencia.

El reordenamiento del Louvre, hasta hoy, tiene su logro más notorio en la nueva ala Richelieu y en dos inmensos patios que fueron techados siguiendo la idea de vidrio y luz de la pirámide. Así, esos patios se convirtieron en dos salas museográficamente increíbles donde se han colocado esculturas francesas. Son espacios abiertos con diferentes niveles y los grandes arcos que dan a la ``calle'' fueron cerrados con vidrios. Así, el caminante que se dirige de la calle Rivoli a la explanada del Louvre y viceversa, puede detenerse a contemplar algunas de las más bellas esculturas francesas como si estuviera en el palco de un teatro, respirar hondamente y continuar su trayecto. Es el arte integrado a la vida cotidiana de los habitantes. Desde luego que ello acontece también en otras partes de París y de otras ciudades del mundo. La diferencia, quizá, en este caso es la monumentalidad, la casualidad y lo sorpresivo.

Para mí, el Louvre y los grandes museos --no en sentido cuantitativo-- son lo más cercano a la idea de un paraíso. No se duda que el arte es uno de los logros más importantes de la humanidad y debe ser un instrumento para nuestro perfeccionamiento como seres humanos.