Pocos temas tan enredados y barrocos como el de las actitudes del mexicano hacia el extranjero. Con eso en mente hay que valorar la visita a México de una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos.
Algunos integrantes de la CIDH expresaron en privado su sorpresa por la magnitud y variedad de las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos en México. Si uno recuerda la tradición nacionalista mexicana, es igualmente sorprendente el número de mexicanos dispuestos a sincerarse ante extranjeros.
Las violaciones a los derechos humanos y la falta de democracia en México estuvieron guardadas en un rincón del cuarto de los tiliches. Nosotros no hablábamos con extranjeros, y éstos no querían saber lo que nos pasaba.
El aislamiento ha sido parte integral de la experiencia mexicana. Durante la Colonia, España limitó nuestra relación con el mundo y cuando nos lanzamos a ser independientes nuestra apertura al exterior tuvo resultados desastrosos. Para los independentistas mexicanos, Estados Unidos fue un modelo que reaccionó con desdén, arrogancia y agresividad. Ese fue el patrón establecido por el primer embajador, Joel Poinsett, y confirmado por aquella guerra iniciada hace 150 años. Después siguieron más intervenciones, europeas y estadunidenses, demostrando que del exterior venían principalmente calamidades.
Una reacción fue encerrarnos en nosotros mismos lo que se plasmaría, ya en este siglo, en los principios de la autodeterminación y la no intervención. La política estaba plenamenta justificada, pero se fue distorsionando a medida que los gobiernos emanados de la Revolución transformaban la frontera en un muro que los protegía para ejercer el autoritarismo.
Durante la mayor parte de este siglo pocos mexicanos se atrevieron a contarle al extranjero lo negativo de México. Los que lo hicieron fueron calificados de traidores. Eso pasó con los panistas que en 1986 dieron testimonio en Washington sobre el fraude electoral, y eso está pasando con las injustas acusaciones que se le hacen al diputado Adolfo Aguilar Zínser.Nosotros no salíamos, y la comunidad internacional no venía porque prefería un orden establecido que respetó sus intereses.
Es revelador de la magia priísta que la coincidencia más perdurable entre Washington y La Habana haya sido el abstenerse de opinar sobre lo que pasa en México y el apoyar al PRI en los momentos más críticos. Por supuesto que no faltaron los académicos o grupos extranjeros que condenaron el autoritarismo mexicano, pero recibieron el calificativo de intervencionistas y, si las condiciones eran propicias, el rigor del 33 Constitucional.
Todo eso ha ido cambiando con la apertura de México al mundo. El gobierno hizo todo lo que pudo para confinar la apertura al terreno económico, pero la dimensión de su fracaso se hizo evidente en 1994 cuando Chiapas y las elecciones presidenciales mostraron cuánto se había internacionalizado la política mexicana.
En este proceso hay que ubicar la llegada de la CIDH a México. Los partidos opositores y organismos no gubernamentales (ONG) ya habían presentado casos ante esta organización, pero nunca habían tenido la invitación oficial que les permitiera hacer una visita formal. Esto cambió en 1995 cuando el gobierno aceptó lo inevitable y extendió esa invitación que ha permitido a la Comisión recibir ese alud de quejas que muestran, con toda claridad, la inoperancia del sistema de resolución de conflictos e impartición de justicia.
Es decir, si tantas organizaciones acudieron ante la CIDH es porque buscan fuera la justicia y la atención que no encuentran dentro. El presidente Ernesto Zedillo, por ejemplo, otorga audiencias a las ONG canadienses de derechos humanos, que niega a las mexicanas.
Encontrarán en la CIDH satisfacción a las demandas? En algunos casos es posible, pero la actitud más sana es mantener bajas las expectativas. La CIDH depende de un organismo integrado por gobiernos, y aunque la delegación esté formada por gente decente, sus límites son reales. El gobierno de México todavía cuenta con el apoyo total de Washington y sigue protegiendo su flanco izquierdo con Cuba y los sandinistas. La CIDH ya vino y escuchó, ahora tiene que demostrar hasta dónde llega su compromiso con los derechos humanos en México.
Pase lo que pase, la visita de la delegación es un hito en nuestra relación con el mundo. Confirma que existen extranjeros interesados en las tribulaciones de los mexicanos, y muestra que hay mexicanos dispuestos a confiar en algunos extranjeros. En el último de los casos se trata de un intento por conciliar justicia y soberanía, lo que es uno de los retos de la modernidad.