No dudo que una buena definición del Primer Mundo es aquélla que incluya el concepto de salud como derecho y privilegio para los ciudadanos, así como una preocupación fundamental de los gobiernos. Cualquier esbozo de país moderno es inútil si las condiciones mínimas de salud vida digna no son universales. Tampoco dudo que alcanzar esas metas es cimental para el sano funcionamiento de los gobiernos y para que los habitantes continúen aprobando las políticas de los partidos en el poder. Así sucede en varios países europeos. Tampoco sobra recordar que toda reducción presupuestal en materia de salud en Estados Unidos ha generado inmensas discusiones.
Como otras tantas malas herencias, la Secretaría de Salud (Ssa) confronta inmensos problemas. Embrollos, cuya solución, son tan urgentes como imposibles. A pesar de que se han diseminado los servicios de salud, que el gasto se ha incrementado lenta pero paulatinamente, las lides a resolver son más complejas en la década actual que en las previas. Hay al menos dos paradojas. La primera la denominaré ``paradoja contumaz'': a pesar de que las inversiones en salud han aumentado, ni han sido paralelas al crecimiento poblacional, ni se han contextualizado dentro de los requerimientos mínimos para una vida digna casa, agua potable, educación. La segunda es la ``paradoja mexicana'': si los funcionarios en el IMSS siguen robándose el dinero asignado para fomentar la salud, lo único que no se estimulará es el bienestar de los contribuyentes.
Aunado a las trampas anteriores, existen otras más graves: las que producen las enfermedades. Nos encontramos sumidos en lo que los expertos denominan la ``transición epidemiológica''. Hace 20 ó 30 años éramos una nación en la que las enfermedades infectocontagiosas y la desnutrición primer rostro de la transición eran las causas predominantes de muerte. Si bien esto ha disminuido, aún no ha desaparecido: basta revisar algunas estadísticas o visitar Oaxaca o Chiapas para saber que el cólera y la tuberculosis siguen matando. Continúan también muriendo muchos niños en el primer año de vida por las causas anteriores. Además, dentro de estos grupos, el panorama se complica, pues la desnutrición crónica, asociada a elevados niveles de reproducción, es la norma. Nunca será suficiente repetir que el futuro de estas comunidades es perverso pues las oportunidades para competir en nuestra sociedad son escasas. Habla Perogrullo: la mala alimentación es madre de desventajas mentales y físicas. Perpetuo y demoníaco círculo el de la miseria: piensan los progenitores que demasiados hijos asegurarán su supervivencia cuando viejos.
La segunda cara de la transición está dominada por los padecimientos crónicos. Los estratos de la población, a quienes el progreso visitó hace dos o tres décadas, modificaron su dieta, y ahora padecen enfermedades propias del Primer Mundo; obesidad, ateroesclerosis, diabetes mellitus, cáncer, padecimientos degenerativos. Entidades que requieren de instalaciones médicas capaces de afrontar enfermedades complejas y que para su buen tratamiento implican derramas económicas enormes. Además, muchos de los problemas enlistados no producen la muerte ``rápidamente'', por lo que se requieren, nuevamente, instituciones médicas sólidas.
El problema es mayúsculo: sin haber superado la encrucijada de las enfermedades infecciosas y por desnutrición, sufrimos las mismas de los países ricos. A la combinación anterior desnutrición e infecciones apareadas con patologías crónicas se le denomina también ``trampa epidemiológica''. Surgen dos preguntas: nos emboscaron o nos emboscamos? y, cómo salir del laberinto? La primera cuestión sigue la lógica de las irreconciliables diferencias económicas de nuestra nación, secuencia que se ha resumido como la de los ``dos Méxicos''. Las políticas distorsionadas de los sexenios anteriores, que han dejado como saldo 40 ó 50 millones de mexicanos en la pobreza, no han considerado a la salud como prioridad. Entender el problema agrega una dosis de escepticismo, al menos para mí, infranqueable: la tragedia resultante de mala alimentación, carencia de agua y mínima educación, hace que las labores de la Ssa sean infinitamente complejas y quizá futiles.
Saldremos del laberinto? Nada envidio a Juan Ramón de la Fuente y colaboradores. Mejorar la salud, o disminuir las enfermedades que ahorcan a millones de mexicanos, es tarea colosal. Se les ha heredado una trampa, cuyo escape implica que la política social y económicacorrija sus rumbos para que la idea de la ``salud para todos'' abandone los terrenos de la entelequia. El corazón del conflicto, la trampa que emana de la complejísima dialéctica que se da entre pobreza y afluencia, exige comprender que el camino entre la muerte instantánea cólera y la prolongada ateroesclerosis es la prevención.