Nadie en la última década ha retratado tan acuciosa y cruelmente la moral social de México como Enrique Serna. Sus novelas Señorita México (primera versión de 1987, segunda de Plaza y Valdés en 1993), Uno soñaba que era rey (Plaza y Valdés, 1989), El miedo a los animales (Joaquín Mortiz, 1995) y sus cuentos recopilados en Amores de segunda mano (Cal y arena, 1994) confabulan un circo iracundo e hilarante de errores mexicanos. Se diría que, moralista salvaje, Serna logra como escritor un ambicioso sueño adolescente: llegar a ser un estricto prefecto del Instituto Patria, armado de silbato, que regaña y ridiculiza a medio mundo.
La crítica se ceba en el tartufismo de todo tipo de clases sociales y personajes imaginables. Las falsas pretensiones de virtud, moral hogareña, amor del bueno, filantropía, heroísmo intelectual, honradez, refinamiento cultural, por parte de criaturas demasiado mundanas y terrenales. Hay una comedia moral, un ``ensayando a Moliére'' en sus episodios del México contemporáneo. Incluso, con dones de aforista publicitario, el prefecto del Instituto Patria les cuelga orejas de burro a casi todos los personajes; ese prefecto la hace también y a silbatazosde educador físico; buena parte de la comedia de Serna se engolosina en criticar a la gente que no casa en su sueño aeróbico de boy-scout que envejece, que osa cumplir más de 18 años Serna ya tiene 37que engorda otras treinta abdominales, cabrones!, que se vuelve calva y se arruga: cremas de aguacate, mascarillas de pepinos?Lo risible e imperdonable de la Señorita México es su vejez y su gordura; en lo demás probablemente no exista mayor decadencia, ya que no peca más en su desgracia de lo que pecaba antes de su encumbramiento. Por qué resulta una de las novelas mexicanas más queridas de los últimos tiempos? Bueno, porque detrás del Serna-Prefecto que silbatea, con todo tipo de aspavientos, contra vicios, vejeces y gorduras se le concede el premio Diet Plus asoma el Serna-Chamaco-Latoso que parece asumir la crítica de los vicios ajenos como mera coartada para sumergirse en tal espectáculo, orondo, feliz, en una orgía de hilaridad... y de nostalgia. Haciéndole muchos gestos de fuchi al México reciente, Serna pinta con colores de nostalgia costumbrista su recuperación de los años sesenta y setenta. Biógrafo de Jorge Negrete (Editorial Clío), por mucho que convoque a las musas satíricas más terribles, Serna siempre canta el ``México lindo y querido...``Su mejor libro hasta el momento, y uno de los altos logros de su generación, es la novela Uno soñaba que era rey. Si en Señorita México parte de Manuel Puig y de Luis Zapata, en esta otra, mucho más atrevida y compleja, no olvida a Revueltas, a Arlt, a Cortázar, a José Agustín. Un concurso radiofónico de ``niños heroicos'' le sirve para un mural expresionista del México de los años ochentas: de los niños de la calle a los burgueses de éxito, de las barriadas tradicionales a los suburbios adinerados.
El miedo a los animales trama bien una intriga policiaca, que sitúa en medios periodísticos e intelectuales. Sus detectives, asesinos, coristas y policías están muy bien; sus intelectuales no tanto. Por magnífica que sea la sátira y la parodia y Serna es un pastichista notable, por iracundos que suenen sus silbatazos, el medio intelectual no suele prodigar personajes disfrutables. El gran capítulo del libro no los tiene: el affaire acapulqueño de una turista española y un detective en desgracia, totalmente alejados de la Repúbliquita de las Letras.
Enrique Serna es dueño de una prosa exacta y diversificada, tan diestra en el coloquialismo como en la narración llana, con inteligentes perfiles de ensayista y más que un asomo lírico; también me parece un tanto pedante en su obsesión de pureza gramatical. Ahora el Prefecto del Instituto Patria se vuelve un Insobornable Maestro de Gramática, y llama a formar filas al lenguaje, pero a silbatazos.
Serna dibuja como nadie personajes esperpénticos inolvidables. Domina las estructuras dramáticas hasta el virtuosismo. Es ameno y escandaloso, humorístico y penumbrista. En pocos años ha establecido, en una cadena de éxitos innegables, una de las obras más firmes de nuestra narrativa reciente.
Admiro su fuerza y su agudeza, no así su obsesión moralizante. Por qué tantos panchos de que la gente sea vieja alguna vez, pese kilos de más, se arrugue un poco, se enamore de quien no debe o se dote en sueños de perfiles vanidosos? El propio Serna, sin esos defectos, cómo construiría su circo de la risa? Si nos divertimos tanto con ese mundo caricaturesco, excesivo, delirante, por qué, además, regañarlo tanto?Al aplaudir con harta emoción sus libros admirables no puedo evitar enunciar un deseo: que en alguna mañana de cruda, acometido por un hipo fulminante, el buen Enrique Serna se trague todos sus silbatos..., y por fin nos deje su mundo hilarante en su pureza absurda, liberada de las admoniciones energúmenas de algún estricto prefecto del Instituto Patria.