Resulta extremadamente atractiva la idea del presidente Zedillo de someter a debate el programa económico en marcha. Pero también resulta dudosa la posibilidad de crear las condiciones racionales y los espacios suficientes para construir un debate productivo, que arribe a conclusiones prácticas.Esclarecer en primer lugar de qué se trata el debate propuesto por el Presidente es indispensable. De hecho, puede decirse que el programa económico del gobierno ha estado en discusión permanente en los medios especialmente en la prensa, desde el momento mismo en el que la devaluación de diciembre de 94 llevó al gobierno a un programa de ajuste extremadamente duro, en el marco de un apoyo multimillonario de parte del gobierno estadunidense.
Ciertamente no se ha tratado de un debate sistemático en el que los interlocutores se reconozcan como tales. Ha habido, de una parte, una continua aunque ampliamente diferenciada crítica de un sector de los analistas de los medios y, de otra, defensas esporádicas por algunos funcionarios públicos de gobierno incluido el Presidente, a veces tan vehementes como las voces de algunos de sus críticos.Ese debate sobre la economía es indispensable. La profundidad de la recesión derivada del ajuste y el muy adverso impacto social que ha tenido, lo reclaman con urgencia. Pero es indispensable también, porque la sociedad mexicana hace tiempo que no comparte el mismo marco ideológico, el mismo marco de conocimientos, valoraciones, como en gran medida ocurría durante el largo trecho de predominio ideológico del nacionalismo revolucionario, de la ideología de la Revolución Mexicana.
Si la realidad de nuestros días es la diversidad social y política, la legitimidad del Estado, como estructura de articulación del conjunto social, requiere de acuerdos entre los grupos sociales y políticos poseedores de diversos marcos conceptuales, de muy variadas ideas del mundo: la sociedad democrática demanda de los diferentes su aceptación mutua. Hoy es frecuente la descalificación, alegando ignorancia del otro. Ocurre desde el poder y también desde los críticos.Pero las dificultades del debate son enormes. Es preciso reconocer que es distinto poseer un marco de conocimientos y valoraciones resultado del mero producto de la ``experiencia'' personal, que haber pasado por la decantación conceptual de un proceso sistemático que hace de los juicios sobre el mundo una teoría (o un conjunto de ellas referidas a esferas distintas de la realidad social): un instrumento de conocimiento depurado, que no confunde los temas porque sabe cómo han de demarcarse los distintos objetos del mundo social.
El debate es interacción, comunicación, exposición de argumentos, persuasión o disuasión y, finalmente, concertación y acuerdo. Pero son indispensables, para que ello ocurra, ciertas condiciones mínimas. La primera es la tolerancia, la disposición para oír y estudiar, para ponderar y valorar no apriorísticamente los argumentos del otro. Tolerancia y disposición para objetivar los hechos y evaluar con sentido nacional, con sentido de referirse al interés general y, sobre todo, la actitud necesaria para estudiar y ponderar los condicionantes reales internacionales y distinguir si los procesos en curso se desenvuelven en el corto o en el largo plazo.
Cómo puede hacerse un debate organizado? Las fuerzas políticas cuentan con espacios: debates entre representantes de los partidos y del gobierno, pueden hallarse en el Congreso, o en los medios. La academia tiene sus espacios, aunque su interactuar racional con representantes políticos y gubernamentales, sigue siendo extremadamente pobre. Y los ciudadanos?Si nos ubicamos en el espacio de los que saben, en este caso acerca de una disciplina como la economía, hallaremos también la diversidad. En este caso el acuerdo se vuelve difícil, porque se trata de una diversidad sistemática: grupos de economistas parten de teorías distintas. Y, por supuesto, sólo desde la ignorancia puede alegarse que alguna de ellas es la verdadera. El único referente frente a esa diversidad es la prueba de la experiencia sistemáticamente examinada, y según los instrumentos utilizados y los plazos establecidos.A pesar de las dificultades, lo peor sería caer en el escepticismo o en el derrotismo. Si queremos mantener una nación, es decir, una sociedad articulada, salvar esas dificultades es indispensable. Y ello implica el reconocimiento de la diversidad social en serio.
En el pasado mexicano, muchas injusticias sociales, no obstante su naturaleza real, pudieron ser objeto de legitimación por vía de una ideología que comportaba valores y expectativas aceptados por el marco de valoración de las mayorías. Esas condiciones sociales y políticas no existen más. El debate y el acuerdo son menester ineludible.