Ugo Pipitone
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Doscientos treinta seres humanos convertidos en cadáveres caen al Atlántico desde un avión despedazado de la TWA. Una masacre limpia a los ojos de los telespectadores que vemos las escenas del rescate en una agua tersa, azul. Barcos que van y vienen, como en un paseo dominguero al mar. Hombres y mujeres en uniforme recogen del mar pedazos de algo que debe haber sido un avión. No hay sangre, aparentemente. Doscientas treinta personas desaparecidas en la nada. El horror se autocensura. Hay que hacer un esfuerzo de imaginación para reconstruir en la mente algo que se resiste a ser imaginado. La vida no vale nada y la muerte se convierte en un sobrio espectáculo televisivo.

Tan sobrio que uno se pregunta si deveras existieron las doscientas treinta personas que viajaban de Nueva York a París el 17 de julio pasado. Hagámonos violencia e imaginemos que sí. Ahora sólo queda una pregunta. Por qué? Todavía no sabemos. Pero sí sabemos que uno o varios seres humanos pusieron una bomba en el avión. Prepararon la cosa, consiguieron el material necesario, entraron al avión y depositaron en él un artefacto. Objetivo: matar a doscientas treinta personas. Alguna causa requería su muerte.Cómo evitar preguntarnos nuevamente por qué? Cuál causa, por tan noble y digna, merece que doscientas treinta personas indefensas sean convertidas en símbolo macabro de mi ira? Personalmente no puedo imaginarla. Pero me doy cuenta que estoy razonando como un alma cándida. Dónde está escrito que la maldad, la crueldad, o como quiera que se le llame a eso, sean inhumanas? Si fuera así, gran parte de la historia sería simplemente incomprensible. Siempre hay en la historia alguien que piensa que su dolor será aliviado produciendo sufrimiento en otros. Pasado, presente y, probablemente, eternidad.

Desde hace siglos los Ilongotes de Filipinas, cuando se encuentran afligidos por un dolor muy intenso, buscan alguien a quien asesinar y de esa forma aliviar su sufrimiento. En 1945, el Estado más moderno y civilizado del planeta (cualquier cosa que pueda esto significar) decidió desenganchar sobre Hiroshima una bomba que en un solo acto entregó a la nada doscientas mil vidas. Una civilizada venganza. Pasado, presente y, probablemente, eternidad.

Pero ahora, qué noble causa justificó borrar de un tajo doscientas treinta vidas? Qué tipo de seres humanos pudieron pensar y organizar esto? A la primera pregunta, tímidamente y al mismo tiempo con absoluta certeza, me atrevo a responder que ninguna. A la segunda, la respuesta es obvia: suicidas. Una maraña de resentimientos y agravios, reales o imaginados, deben haber convertido a algunos seres humanos en individuos para los cuales la vida, propia o ajena, dejó de tener cualquier posible sentido. Lo único que queda es la gramática de la muerte. La política convertida en un ejercicio para enviar mensajes de muerte.

Cuando los muertos se apilan uno sobre otro como tributo a la causa, la causa misma pierde sentido para sus propios promotores. Sólo quedan la ira, la voluntad de sacrificio, el simbolismo macabro de quien no quiere irse sin un gran estallido. Del delirio a la póstuma santificación está la lógica de la renuncia a la vida. Propia o ajena, poco importa.

En este fin de siglo y en los tiempos que nos esperan, el terrorismo está destinado a ser una presencia cada vez más exigente en la vida de todos. Ya no habrá inocentes, ni campos de batallas prefijados, ni reglas de guerra o normas morales. Nos convertiremos todos en hormigas que deben su vida a la desatención de los poderosos.

El mundo es de aquellos que no tienen dudas. Neoliberales que producen progreso, miseria y muchas muertes silenciosas, y terroristas que responden con sacrificios simbólicos. Se merecen unos a otros. La vida de la gente no está en sus cálculos. Y nosotros (pero qué significa nosotros?) convertidos en hormigas que van de un lado a otro, buscando un camino diverso que aún no se ve.

Alguien dirá que esto es apocalíptico. Tal vez. Por lo pronto, el Apocalipsis ya llegó para doscientos treinta seres humanos que viajaban de Nueva York a París el miércoles 17 de julio. Cuándo me tocará a mí o a ti, lector? Sólo los niños son inocentes. Ni tú ni yo, desatentas hormigas, lo somos.