Estados Unidos es una nación compuesta por personas de orígenes diversos, de migrantes. El gobierno ha procurado cohesionar a la población mediante un proceso de asimilación de conjunto. Es decir, mexicanos, cubanos, puertorriqueños, centroamericanos y el resto de latinoamericanos son homogeneizados como hispanos. El grupo hispano maquila la identidad de cada subgrupo que lo conforma. Ante la mezcla de culturas (melting pot) hay una amenaza de pérdida de identidad entre grupos. Esto representa un alto costo para los chicanos (64 por ciento del grupo), motivo por el cual surge un rechazo a la asimilación y un mayor apego a sus orígenes culturales y a sus propias manifestaciones. Ello es importante porque ni siquiera en una situación de extrema segregación el grupo puede librarse de la influencia del entorno social. Resulta, entonces, una combinación que modifica la identidad original por los nuevos elementos que forman parte intrínseca del grupo y por el medio en el que se desenvuelve.
Los chicanos, como un híbrido, adquieren características propias, parte de su pasado y parte de su presente; su nombre reivindica su identidad: no son mexicanos ni anglos, pero pertenecen a la sociedad estadunidense y deben actuar como parte de ella. Pero su participación política es casi nula. El número de votantes es muy reducido, y se debe, en parte, a que no fue sino hasta fines de los sesenta que empezaron a organizarse para ser reconocidos como ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones que el resto de la población, y para acabar con la marginación,.
Ante la imposibilidad de encontrar un cauce a sus intereses y demandas dentro del tradicional sistema estadunidense, formaron su propio partido, ``La Raza Unida'' que, aunque pretende aglutinar a todo el conjunto hispano, difícilmente podría competir con la clásica maquinaria política bipartidista. La intención de los chicanos ante esta unificación con el resto de las minorías latinas es lograr una mayor participación política cuyo impacto, si realmente fuera proporcional al porcentaje poblacional, pudiera modificar su rol en la sociedad estadunidense. De aquí se desprende algo vital: el crecimiento demográfico como falsa esperanza de una mayor participación política. Estadísticas sobre la demografía presentan a los hispanos como el primer grupo minoritario en importancia para el año 2010 (desplazando al afroamericano). De hecho la Oficina de Censos dio a conocer recientemente que hay 12 millones de hispanos menores de 12 años contra 11.4 millones de niños afroamericanos.
Sin embargo, no hay que confundir el discrecional manejo de las estadísticas con los factores reales que afectan a esa sociedad. Preocupa que los hispanos estén próximos a ser la primera minoría porque no necesariamente va a representar una participación e injerencia política proporcional al tamaño del grupo. Por el contrario, pudiera motivar una centralización mayor del poder entre los anglosajones ante la amenaza de perder dominio frente a los hispanos. De ahí la importancia de las organizaciones chicanas e hispanas para tomar parte relevante en el escenario político de esa nación.
Las organizaciones chicanas son el vínculo y esencia de la participación sociopolítica de los mexicanos que emigran. Sus organizaciones canalizan sus demandas, y la importancia de esa función estriba en que chicanos y mexicanos están en relación permanente, lo cual permite que la transmisión de vivencias de estos últimos en el ámbito socioeconómico-político que se observa en México, persista conscientemente en los chicanos, factor por el cual existe un gran sentido político de su parte hacia México. En los últimos años partidos como PRD y PRI han llevado a cabo campañas proselitistas en la comunidad de mexicanos y chicanos, como método estratégico para ampliar su fuerza e influencia. No es que lo que importe sea su voto, pues la mayoría ha nacido allá; el punto es que la población de origen mexicano es últil para la conquista de una mayor fuerza nacional. Otro ejemplo de la participación chicana es que durante el sexenio de Carlos Salinas, el Programa Nacional de Solidaridad, dentro del rubro de Solidaridad Internacional, llegaba hasta Estados Unidos para que los ex mexicanos, los autoexiliados, financiaran las obras públicas de sus lugares de origen. El Programa se ideó porque muchos chicanos se han organizado en grupos dependiendo del lugar de donde sus familiares, y ellos mismos, son originarios. El resultado era beneficiar a los que nunca pudieron emigrar financiando arreglos de calles, alumbrados, tuberías y hasta iglesias (que son la tercera fuente de divisas en importancia para el país).
Hoy la situación no es fácil para las minorías. Los años electorales de ese país casi siempre las han beneficiado, sobre todo porque contaban con el apoyo del Partido Demócrata. Tristemente, la promoción de ofertas políticas atractivas a las minorías se reduce a una mera cuestión coyuntural. Pero este año ni siquiera parece que puedan contar con las promesas; en las agendas de Dole y Clinton hay diez cosas más importantes. Tal parece que las políticas electorales sacrificarán los posibles beneficios a estos grupos en favor de la cada vez más diluida hegemonía económica de Estados Unidos. Sin embargo, aunque para los chicanos y el resto de los hispanos sea un año difícil, podrían obtener ventajas a futuro, aunque suene paradójico, al verse obligados a unir fuerzas, como sucedió en los años sesenta.