Las pocas denuncias conducen a nuevos traumas; daños casi irreparables
Miriam Posada, Ricardo Olayo y Alberto Najar
Perfil del agredido
Un niño maltratado no es capaz de mirarte a los ojos. No tiene la confianza para hablar con alguien, para hacer una broma, menos para manifestar afecto, lo invade la tristeza y la depresión.
Es un niño abandonado en la calle a horas o días de haber nacido; es un niño enfermo que su madre dejó en cualquier hospital, un pequeño cuya vida peligra por el alto índice de desnutrición en que se encuentra, retraído o agresivo, sin amor ni por él mismo.
Albergue de la Procuraduría General de Justicia
del Distrito Federal. Foto: Guillermo Sologuren
Su cuerpo adopta una posición encorvada porque así se siente protegido de gritos, golpes, pellizcos, quemaduras, abusos sexuales, violaciones, insultos y el descuido o abandono de sus padres.
No espera una palabra amable ni de cariño porque está acostumbrado a escuchar: ``Eres un menso, eres tonto, estás feo, todo lo haces mal, que torpe eres'', y lo acepta como si fuera cierto porque lo dice alguien más fuerte que él: su agresor. Puede adoptar actitudes extremas, ser sumiso, tímido, inseguro, o convertirse en un pequeño violento, agresivo. Aunque cualquiera que sea su carácter, siempre que pueda abusar de alguien más débil que él lo va a hacer.
Sus sentimientos son confusos. Se crea una relación de amor y odio hacia su agresor. De amor porque generalmente se trata de sus padres y a pesar de todo no puede dejar de quererlos. De odio porque en él se va acumulando el resentimiento y el deseo de vengarse.
La víctima carece de lo más indispensable, cariño y comprensión. Por eso sufre cambios de conducta; por lo general, es descuidado con su persona, ¿para qué aliñarse si nadie lo va a notar? Da lo mismo estar limpio que sucio, hacer la tarea o no, llegar temprano a casa o tarde, alejarse media calle o una colonia de su casa; de todos modos la furia del agresor se va a desatar.
Entonces se defiende con un ``no me dolió, ni te quiero, ni me gusta, no me importa, ni quería ir'', además de otras expresiones que no manifiesta en voz alta pero que cada vez son más recurrentes: ``Me las vas a pagar, me voy a vengar, vas a ver...'' Crean mecanismos de defensa que saben puede reducir la ira del agresor o, al contrario, lo provoca haciendo cosas que sabe que le van a traer problemas.
Su rendimiento en la escuela es bajo, no tienen la capacidad para concentrarse en nada porque está sumergido en una tristeza permanente, muchas veces su nivel escolar no corresponde a su edad. Está abatido y envuelto por una gran confusión entre lo que es bueno y lo que es malo, no tiene límites porque nunca obtienen una recompensa.
Un niño puede caer en una profunda depresión, que lo lleve de manera inconsciente a provocarse con frecuencia lesiones, raspones, cortaditas, hasta accidentes graves. Esta es una forma de manifestar su insoportabilidad de la vida, sus ganas de no vivir más. Cuando un niño decide quitarse la vida, no lo piensa, actúa.
Con frecuencia se le ve apagado, se acusa constantemente. Tiene un concepto erróneo de sí mismo, desconoce sus aptitudes y es capaz de adecuarse a cualquier ambiente. Es apático, no le encuentra sentido a aprender cosas nuevas, o a procurarse una satisfacción, porque según su agresor no se lo merece, y el así lo cree.
Por eso cuando llega a una terapia psicológica o se relaciona libremente con otros niños como él, se encuentra con otro mundo en el que descubre que piensa, oye, habla, camina, siente y opina. Se da cuenta de que tiene derecho a que lo escuchen, a que lo respeten y a que no lo agredan.
Aprende a decir que está triste, enojado o contento y manifiesta esos sentimientos. Pero la huella del maltrato no se borra por completo, menos si el agresor no reconoce que cometió un error. Entonces, existe el riesgo de que el niño maltratado se convierta en un adulto agresor.
Perfil del agresor
Sicólogos especializados afirman que el común denominador de los adultos maltratadores es el sentimiento de propiedad que tienen hacia los menores, a quienes consideran seres de segunda categoría, objetos sexuales o, en el mejor de los casos, humanos en desarrollo. Abusar de sus hijos, sobrinos, primos o conocidos no constituye un delito para ellos, ni siquiera lo conciben como algo que merezca castigo; forma parte de su vida, así lo aprendieron de sus padres y por lo mismo repiten este esquema que incluso es socialmente apreciado como una forma correcta de educación.
No existe un perfil determinado que los defina, pues con base en estas características cualquier adulto es potencialmente un agresor. Guadalupe Azuara Franco, subdirectora clínica del Centro de Terapia y Apoyo de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), afirma que todos los estudios sobre el agresor se basan en los casos que son denunciados, y que constituyen menos de la mitad de los que ocurren.
Con base en estos datos se sabe que la mayor parte de los maltratadores capitalinos son hombres de entre 21 y 40 años de edad, con escolaridad promedio de secundaria y asalariados con ingresos de dos salarios mínimos. El alcohol forma parte de su vida, pues lo consumen periódicamente y sólo en unos cuantos casos se declaró el uso de drogas.
Pero las anteriores son sólo las características de los casos denunciados. Azuara Franco subraya que el origen del maltrato se encuentra en el concepto que se tiene de los menores, considerados como un objeto a educar con base en reglas propias, según la experiencia de cada uno de los adultos.
Carlos Rodríguez Ajenjo, del Instituto Nacional de Salud Mental, señala que, en sentido estricto, la familia ``es un lugar sin ley o bien es un lugar donde se crean sus propias leyes'', de tal manera que al querer corregir la conducta de sus miembros se implanta la agresión, se implanta como aprendizaje. Se crea entonces una modalidad, la llamada ``interacción violenta'', en la que incluso la víctima crea un vínculo de dependencia con su agresor.
Desde el punto de vista sicológico la agresión hacia los menores tiene varias explicaciones, pues en algunos casos se trata de una cadena: quien maltrata fue a su vez víctima de abusos y pretende reparar el pasado como una especie de venganza. Algunos consideran que los golpes son la forma correcta de educar, e incluso hay quienes están verdaderamente convencidos que el maltrato los convirtió en personas de bien.
La desilusión es otra causa del maltrato, pues antes de nacer los hijos, sus padres se forman expectativas que finalmente no se cumplen.
Recientemente las dificultades económicas se sumaron a esta lista de razones: un padre sin empleo entra en una situación de mucha tensión que se canaliza en golpes y agresiones verbales
En su propia voz
Ana, Guillermo, Rogelio y Juan: Los cuatro llegaron al Albergue Temporal sin nombre porque sus madres los abandonaron en la calle o en un hospital. La trabajadora escogió uno para cada quien, imprimió las huellas de sus manecitas y sus pies en una hoja blanca y así se abrió su expediente. El de Ana se cerró hace unos días porque la pequeña de menos de un año ya no pudo seguir luchando contra la macrocefalea que la afectaba. Guillermo y Rogelio fueron trasladados a una casa de asistencia porque parece que a pesar de la microcefalea que padecen tienen la posibilidad de vivir algunos años. Juan aguarda paciente en un cuna del Albergue a que una de sus ``mamás'' le dé su papilla con la paciencia y cariño que su madre le negó porque sufre de macrocefalia.
Nancy: Tiene apenas un año de vida, y un enorme miedo a ser maltratada ``por portarse mal''. Hace unos días llegó al albergue con la espalda y los glúteos quemados porque, según su mamá, la hermana de 8 años la metió a una tina con agua hirviente. Junto con Nancy llegó su hermanita de 10 meses y la hermana de 8 años. Apenas empiezan a sanar las heridas de Nancy, las quemaduras ya no están a flor de piel. Lejos de la madre la niña mayor se anima a decir: ``No es cierto que yo la metí a la tina. Mi mamá nos iba a bañar y por eso estaba el agua caliente, pero como la bebita y Nancy estaban llorando mi mamá se desesperó y la sentó en el agua para castigarla''. Las niñas fueron separadas de la madre.
Alfonso: Una voz anónima denunció que un niño estaba a punto de ser vendido en mil pesos a una pareja de homosexuales. La policía acudió al lugar y aguardó a que se efectuara el ``negocio''. Una mujer apereció con un niño de 7 años, alto, delgado, blanco. Lo mostró a los compradores y antes de cerrar el trato la policía logró capturar a la vendedora, quien resultó ser su abuela, y a una mujer joven, quienes resultaron ser la abuela y la madre del menor, dos mujeres de la vida galante. Alfonso es producto de un incesto, su abuela lo amamantó hasta los 7 años y creció rodeado de promiscuidad junto con sus hermanas, quienes son hijas de distintos padres. Las autoridaes no descartan que el pequeño haya sido objeto de abusos sexuales. No conoce lo que es una vida en ``familia'', carece de amor y vive en medio de la confusión.
Soledad: Llegó a la ciudad cuando tenía 3 años junto con Elena, su madre, quien se la trajo del pueblo porque tener una hija sin padre era una vergüenza. Se quedaron a vivir con una tía, su esposo y una hija de 19 años. Elena tenía que trabajar todo el día, mientras la pequeña se quedaba bajo el cuidado de sus parientes. Al regresar de su empleo las quejas eran siempre las mismas: ``Tu hija se orinó en la cama, tiró, rompió, desobedeció... nosotros nos vamos a encargar de educarla''. La educación de Soledad prontó dejó huellas. Cada vez que la niña mojaba la cama o su ropa interior la diligente prima mojaba una toalla en agua hirviendo y se la colocaba en el pubis de la niña; así aprendería. Después los castigos fueron ``ejemplares''. El tío la violó repetidas veces, la tía asaba un chile y lo introducía en su vagina y a alguien se le ocurrió ``perforarle'' la espalda con un cautín. Alguien denunció. Soledad ingresó al albergue con el fémur y la clavícula fracturada, con una tremenda lesión en la espalda provocada con el cautín, y una orejita casi desprendida. La pequeña de 3 años de edad fue sometida a dos cirugías para recontrucción de vagina y una más para reconstruir el ano. Permaneció enyesada, se le practicaron varios injertos para reconstruir su oreja y fue sometida a terapia. Su madre fue sentenciada a 12 años de prisión. Los tíos se dieron a la fuga y se ocultaron en la sierra de su estado natal. La policía pudo capturalos