La Jornada Semanal, 21 de julio de 1996


Entrevista con Roger Bartra

El consumo de drogas es cultura

Jorge García-Robles

Antropólogo provisto de notable imaginación literaria, Roger Bartra es autor de varios clásicos del ensayo moderno: La jaula de la melancolía, El salvaje en el espejo y Las redes imaginarias del poder político, entre muchos otros. Colaboró con el cineasta Paul Leduc en el guión de la película Mezquital, editó la revista El machete y durante más de cinco años dirigió La Jornada Semanal.



Qué papel juega en la cultura el consumo de sustancias que alteran los estados de conciencia, más allá de las épocas históricas?

Yo creo que uno de los problemas, al hablar de este tema, es que el término "droga" se aplica a una cantidad enorme de sustancias muy diferentes, así como a efectos fisiológicos muy dispares y funciones sociales, culturales y rituales muy diversas, por lo que es difícil englobarlas.

Las drogas están asociadas a búsquedas que van más allá de los límites que una sociedad dada establece como normal; búsquedas por romper las fronteras establecidas, por encontrar otras dimensiones; búsquedas intelectuales unas, religiosas otras, y con mayor o menor carácter ceremonial. Todo esto se expresa en forma muy distinta en las diferentes culturas.

Al mismo tiempo, en la sociedad occidental, por ejemplo, las drogas están asociadas a tendencias que podemos llamar autodestructivas. Al experimentarviajes más allá de los límites, éstos pueden llevar a una autodestrucción; el caso más evidente y espectacular es el alcohol. Esto lo encontramos repetidamente a lo largo de la historia. Por ejemplo, cuando aparecen en Inglaterra las primeras bebidas destiladas, en el siglo XVII, la ginebra causa verdaderos estragos; fue una cosa tremenda, un impacto social y cultural de primera magnitud, una sacudida muy fuerte. Recuerdo un grabado de Hogarth, que se llama Gin Lane, donde vemos a una mujer borracha con su bebé tirado, que refleja las tensiones de la época. La ginebra era barata, y surgió en una época de transición, durante la Revolución industrial, donde había una cantidad enorme de gente desplazada, con empleos pésimamente remunerados, y en donde era posible observar importantes tendencias autodestructivas de la propia sociedad y de los individuos que intentaban escapar a esa situación.

Todo esto fue exacerbado por el advenimiento del consumo de lo que llamamos "drogas". Incluso, hay una tendencia en las sociedades desarrolladas, por lo menos en Estados Unidos, a un descenso relativo, a lo largo de los últimos dos siglos, en el consumo del alcohol, y un aumento en el consumo de otras drogas. El problema es muy complejo, por lo que creo que hay que analizar cada época histórica en particular, para encontrar las causas del consumo de estas sustancias.

El asunto es que todas las sociedades, en particular la sociedad moderna, necesitan del consumo de sustancias para reciclarse a sí mismas.

Es cierto que muchas de estas sustancias están ligadas a sociedades tradicionales, a funciones de tipo religioso o ceremonial. Pero muchas de ellas, y otras nuevas, se han integrado al Occidente moderno como algo que forma parte indisoluble de su cultura; por lo tanto, pretender negarlas es una actitud falsa y absurda. No se le puede cortar un brazo a la cultura como se le puede cortar un brazo gangrenado a una persona. El consumo de sustancias no es una enfermedad, es una parte de la cultura que se liga a elementos que podrían ser patológicos, sin duda, pero eso no es lo principal; lo principal es que resulta parte integrante de la cultura moderna occidental.

Entonces, tenemos que enfrentarnos a este fenómeno viéndolo como una expresión cultural de primera magnitud, muy ramificada, con formas muy variadas. No son lo mismo el alcohol, la marihuana, un sedante o un alucinógeno; aun dentro de los alcoholes existen diferencias. Se puede consumir directamente alcohol de 96 mezclado con un refresco para lograr una borrachera rápida; o bien, beber el más refinado y caro de los coñacs, tomado con cierta medida en un coctel que es una de las ceremonias más importantes de la cultura occidental moderna, simplemente para disfrutarlo.

Creo que una de las razones para la prohibición de ciertas sustancias parte de la idea de que el hombre puede vivir sin la ayuda de este tipo de agentes externos. Se concibe este consumo como un mal reparable, como un vicio más que puede ser superado, cuando en realidad forma parte de la condición humana.

Yo creo que esto está ligado a lo que antiguamente se llamaba melancolía, que hoy en día tiene un nombre más técnico: depresión. La sociedad moderna ofrece toda clase de razones para estimular estados melancólicos, de angustia, éstos se cristalizan culturalmente, y esa cristalización incluye el uso de drogas para encauzar, escapar o administrar la melancolía de una u otra manera.

Además de esta melancolía existe la necesidad de obtener, por medio de sustancias, energía extra para funcionar eficazmente en la hiperactiva sociedad moderna, más que para huir de ella. La cocaína, por ejemplo.

Sí, los estimulantes de ese tipo son para los workcoholics, quienes tienen que trabajar más de lo que resiste normalmente el organismo. Ése es el problema: la cocaína tiene un efecto tan distinto al peyote que no es posible meterlos en el mismo costal; sus grados de toxicidad y de dependencia son totalmente dispares.

Yo creo que las drogas requieren de un tratamiento no penal. Las leyes penales no pueden lidiar con este problema. En última instancia, pasa lo mismo con otras instancias que no son drogas, como los deportes peligrosos, que también forman parte de la cultura occidental moderna desde las carreras de caballos hasta las carreras de autos, los concursos de paracaídas, etcétera, y otras que tal vez están más ligadas al tema de que estamos hablando: las armas. Su carácter mortífero, peligroso, es evidente, pero no es fácil enfrentarse al problema de las armas con un criterio estrecho de penalista: se prohiben y se acabó. A mí me gustaría que pudiesehaber una cultura en donde se prohibieran las armas y desapareciera el problema, pero no es el caso de nuestra cultura.

O el de la condición humana

Quiero ser más optimista y pensar que es la cultura occidental, aunque hay muchas razones para pensar que es el hombre. En todo caso, es la cultura occidental quien ha interiorizado el mundo de las armas y de la violencia como su ingrediente típico, distinto al uso de las armas tradicionales entre los bantús o los aztecas.


La legalización de toda la producción de marihuana o de cocaína implicaría un golpe muy fuerte al narcotráfico y a los sectores más corruptos de la política. Eso, tan sólo con la legalización de dos de las sustancias más consumidas e inofensivas

Aquí tenemos un problema delicado. En la medida en que hay prohibiciones en el uso, el consumo y la comercialización de las drogas o de las armas, aparece de inmediato un grupo que se aprovecha de esta situación de ilegalidad. Desgraciadamente, esta dimensión cultural tan importante se liga con los fenómenos de organización de las mafias, el hampa organizada, la corrupción en los sistemas políticos, el gobierno, las empresas, etcétera.

A partir de aquí aparece el cuadro que nos han querido vender: las drogas son esencialmente malignas, la prueba es el hampa ligada a ellas. Pero esa pareja, ese matrimonio, es algo que ha creado la propia prohibición, la manera como se prohiben condenando todo casi a rajatabla, con la excepción notoria del alcohol las drogas. Por eso, es necesaria una regulación. No se trata de perseguir, de castigar, sino de regular a partir de las características muy particulares de cada droga, porque no es lo mismo la marihuana que el LSD o la heroína.

Quienes prohiben la libre circulación de algunas drogas se basan en la idea de que ellas no forman parte de la cultura. Pero además, la prohibición tiene múltiples usos: políticos, económicos, ideológicos, etcétera.

Básicamente, una prohibición pone al margen de la ley ciertas actividades. Las sociedades modernas requieren de esos linderos, de esos márgenes, para distinguir lo que está adentro de lo que está afuera, lo que es normal de lo que es anormal. Como la noción de normalidad y anormalidad no nace espontáneamente, la propia sociedad, la propia cultura sobre todo la cultura política la tiene que crear, que inventar. Las prohibiciones poseen esa función: fijar los límites entre lo que está bien y lo que no. Quien detenta el poder es el árbitro que establece no sólo que fuera de esos márgenes se encuentra el territorio de la anormalidad, sino también que cruzarlos es peligroso, que hacerlo significa agredir a la sociedad, al establishment; y que, por tanto, éste se tiene que defender y unificar en torno a las estructuras políticas que esta misma sociedad ha creado.

Nosotros tenemos todo el derecho a criticar y plantear que esos linderos se muevan, puesto que no son algo fijo, no se nace con ellos. Las propias sociedades los han creado, por lo que se pueden transformar de acuerdo a nuevas necesidades y nuevas condiciones. En la medida en que se logre una cultura más flexible, más tolerante, será también posible hacer que retrocedan esas necesidades de cohesión en torno a un concepto inventado de lo normal, y aceptar que esa sociedad puede reproducirse sin tanta cohesión, de manera más fragmentada, más plural. Por lo tanto, la tolerancia está en el eje de todo esto. Tolerancia implica revisar todas estas prohibiciones, caso por caso, droga por droga, sustancia por sustancia, dependiendo también de cada sociedad.

Ahora bien, es en sociedades como la norteamericana donde sería importante comenzar a eliminar las prohibiciones, porque es ahí donde han consagrado esos linderos. Esto yo lo veo un poco difícil, por un lado, porque las sociedades modernas requieren de enemigos, simbólicos o reales, o las dos cosas al mismo tiempo, y con el derrumbe del mundo socialista la sociedad norteamericana se ha encontrado escasa de enemigos, por lo que tiene que inventar estos pobres dictadorzuelos como Hussein, Kadafi o Noriega, ligarlos al narcotráfico, al terrorismo, etcétera, y exagerar enormemente el problema.

Por otro lado, el grado de represión de la droga en Estados Unidos es muy variable. En una ciudad como Nueva York la cosa más fácil del mundo es conseguir marihuana, es sencillísimo, cualquier tiendita del East Village la tiene. Es muy poco perseguida. En ciertos medios de élite, la cocaína también circula como agua, tampoco es tan perseguida. De hecho, en la práctica, las policías de esos países sí instauran niveles respecto al consumo de las drogas: niveles de toxicidad, etcétera, de las diferentes sustancias; no las persiguen de la misma manera.

Crees que llegará el momento en que el teatro de la guerra contra las drogas caerá por su propio peso, al ser evidente para la "opinión pública" que tal guerra no existe? Qué posibilidades ves de que la legalización de las drogas se dé en las circunstancias actuales?

Hay eslabones que ya se están armando. Creo que la cosa está empezando más en Europa que en Estados Unidos; allá el movimiento, por lo menos por despenalizar el uso de ciertas sustancias, está bastante avanzado. Yo creo que los europeos son más conscientes. Posiblemente su proceso de unificación está dejando a un lado las viejas funciones del Estado nacional que requieren mecanismos de cohesión de esta naturaleza, de inventarse o crearse enemigos de fuera...

El mundo europeo se está fragmentando de manera distinta; en algunos lugares, parece ser que se están aventurando a prescindir de estas formas de cohesión estatal y a probar lazos basados en la tolerancia. En Estados Unidos, esto está mucho más atrasado porque es una sociedad cruzada por tensiones religiosas, étnicas, etcétera. Pero no deja de ser el más grande consumidor de drogas en el mundo, y ésta es su paradoja.

Qué beneficios inmediatos acarrearía la legalización de las drogas?

Sería un bendición. Una de las primeras cosas que tendería a limpiar serían precisamente las mafias de narcotraficantes, el hampa, que dejaría de tener una función, o su función quedaría reducida a aquellas drogas más controladas por ser más peligrosas, pero cuyo consumo no es masivo, y por ello, tampoco sería objeto de negocios tan grandes. La legalización de toda la producción de marihuana o de cocaína implicaría un golpe muy fuerte al narcotráfico y a los sectores más corruptos de la política. Eso, tan sólo con la legalización de dos de las sustancias más consumidas e inofensivas: la marihuana y la cocaína.

Además, traería consigo una discusión similar, pero mucho más espectacular, a la que se da, por ejemplo, en Estados Unidos respecto al tabaco. En la sociedad norteamericana se discute mucho acerca del tabaco: si hay que regularlo, si se prohibe, etcétera. Evidentemente, no prohiben su producción pero sí su consumo en ciertos espacios; lo mismo sucede hasta cierto punto con el alcohol: después de la prohibición, la cultura llegó a interiorizar y aceptar sustancias que pueden tener efectos nocivos, dependiendo de la cantidad y calidad de lo que se consuma. La sociedad entera lo discute y establece nuevas normas. En algunos lugares de Estados Unidos los fumadores eran unos apestados; después, éstos vuelven a ganar terreno, y así. O sea, es una cosa que se permite y se discute abiertamente.

Lo mismo debería suceder con los productores de marihuana y cocaína, quienes tendrían que justificar por qué y en qué condiciones lanzan su producto, qué controles de calidad realizan, resistiendo y enfrentando las críticas de aquellos que están en contra del consumo. Es decir, se daría una dinámica muy interesante, muy saludable; y en el caso particular de las relaciones entre México y Estados Unidos, de legalizarse la marihuana y la cocaína, se reducirían mucho las tensiones que hoy existen en torno al problema del narcotráfico.

Uno de los obstáculos más grandes para legalizar las drogas es la imagen siniestra que la llamada "opinión pública" tiene, tanto de los narcotraficantes como de los consumidores.

Claro, es el caso de México y Colombia, por ejemplo. Lo más espectacular es el narcotraficante semianalfabeto, podrido en dinero, corruptor de policías y políticos, que tiene una imagen muy mala. Por supuesto que la defensa de la legalización de la materia prima con la que trafican estos tipos está muy mal vista, está contaminada, lo cual vuelve las cosas muy difíciles.

Yo me acuerdo que cuando era estudiante, estuve en Nueva York viviendo unos meses y tuve muy tempranos contactos con los beats. La primera vez que se enteraron amigos míos mexicanos de que yo había fumado mota, me decían que eso era algo de presos, de soldados, del hampa más horrible: "¡Cómo es posible que estés ligado a eso!", me decían. Eso fue en 1960, 1961, cuando todavía no había una cultura de la mota, la cual apareció en el '68.

Eso es lo que sucede ahora: están pasando cosas tan terribles relacionadas con el narcotráfico, que pedir la legalización de la marihuana y de la cocaína aparentemente te liga a un mundo siniestro.

Por qué crees que tanto el intelectual como la izquierda latinoamericanos, salvo contadas excepciones, se manifiestan tan escasamente en favor de la legalización de las drogas?

Los intelectuales de izquierda han heredado de los países del socialismo autoritario afortunadamente en proceso de extinción una moralina conservadora que les ha impedido comprender el problema de la droga. Ello les obstaculizó entender los problemas de la sociedad de consumo, ante la cual han manifestado un desprecio dogmático y ciego. Los problemas de la sociedad de consumo no se resuelven prohibiendo el consumo.