Eliminados, dos boxeadores y dos luchadores mexicanos
Jorge Sepúlveda Marín, enviado,
Atlanta, 20 de julio Mal inicio tuvo el boxeo mexicano en el suelo olímpico. Al mediodía, Jesús Flores perdió por no tirar golpes, por quedarse como engarrotado, mientras que por la noche, Samuel Alvarez tuvo el mismo resultado, porque sus puñetazos fueron insuficientes para aniquilar a un rival que parecía de piedra.
Desde el inicio del primer capítulo, el mexicano, de 54 kilogramos, se le fue encima al rumano Olteanu Crinu, quien lejos de sorprenderse, se dio a la tarea de contrarrestar los envíos con sus derechazos geométricamente calculados, tarea que logró efectivamente.
El segundo asalto fue una copia del primero. El público estuvo entregado ciento por ciento a los mexicanos en ambos duelos.
Para la tercera vuelta, Alvarez y Olteanu salieron a darse como si se tuvieran odio. Las derechas del rumano paraban en seco en la cara del mexicano y éste se defendía con una potente y constante derecha. Ambos aguantaban. Samuel tuvo un tropiezo y se fue al suelo, claro, ayudado por un golpe, y recibió la cuenta de protección. Al minuto 2:23 decretaron RSC desde abajo del ring. Joe Frazer, presente en el sitio, se llevó tremenda ovación.
En la entrevista, dijo que ``así es esto del boxeo. No se pudo, ni modo".
Antes, a las 15:30 horas, ni el apoyo auditivo de los cerca de 3 mil aficionados que aún quedaban en el Alexander Memorial Coliseum sirvieron para impulsar al welter mexicano Jesús Flores. Fue el paquistaní Abdul Rasheed, quien pese a su precoz fatiga, salió victorioso.
Los primeros momentos del combate fueron de indefinición. Dirigentes mexicanos y los compañeros de ring fueron subiendo el tono de las indicaciones, que al principio sonaban como instructivas, pero al final parecían amenazas. Fueron del ``vas ganando", hasta el ``vas perdiendo" y ``no pierdas tiempo". Con la izquerda, que poco a poco disminuyó su efectividad y fuerza, Flores había trabajado bien al rival, y arrancado aplausos del respetable. Abdul le encajaba rectos en plena cara.
Para el tercer ciclo, el mexicano seguía como tieso. No se soltaba. A ratos parecía un robot oxidado y sordo. Todos los gritos eran para atacar, pero se esperaba. Los dos acusaban cansancio, aunque Rasheed tiró el protector bucal, para ganar unos cuantos segundos de reposo. Las computadoras marcaron el triunfo para el asiático.
Con el amargo sabor de la derrota en la boca, un rozón en el pómulo derecho y ganas de no responder, Moroco aceptó que se equivocó la estrategia, porque ``no debí esperarme, sino entrar, porque me metí en su pelea".