Ya no está de moda la autogestión, entre otras cosas por lo que pasó en Argelia y en la ex Yugoslavia, que decían practicarla. Nadie se para a observar que una llamada autogestión agrícola (la argelina) sin fondos del Estado, sin poder definir ni siquiera cuáles cultivos practicar, en el marco de un sistema de partido único y de una dirección vertical y burocrática de la economía y de la vida civil, evidentemente no puede funcionar en ningún lado. Y lo mismo vale para la llamada autogestión yugoslava, limitada al marco de la empresa (ni siquiera al del ramo industrial o comercial), ajena al control de la economía, de la política y de la sociedad por los trabajadores..De modo que lo que fracasó no fue la autogestión, sino la caricatura institucionalizada de la misma.
Hay otra gestión que, por el contrario, resiste tenazmente contra viento y marea: la de los recolectores de caucho brasileños que autorganizan democráticamente su economía enfrentando a los terratenientes apañados por el Estado o, siempre en Brasil, la del Movimiento de los Sin Tierra que, por ejemplo, ocupan tierras baldías municipales, las trabajan obteniendo así fuentes de ingreso para sus desocupados y venden los productos, a bajo precio, a los favelados, con lo que consiguen mercados fuera de los circuitos comerciales y, sobre todo, una fuente de ganancia para los campesinos urbanos, una fuente de ahorro para los marginados y una alianza estrecha entre ambos sectores.
Existe también otro tipo de autogestión, siempre urbano, entre los desocupados: la realización, en Italia, de los llamados trabajos útiles, o el desarrollo en Francia de AC (Acción contra la Desocupación). Los primeros consisten en una definición, barrio por barrio, ciudad por ciudad, de las necesidades populares no satisfechas. Por ejemplo, los museos que están cerrados porque no hay vigilantes ni guías, las calles que carecen de cloacas, alumbrado, pavimento, las colonias populosas sin maestros ni escuelas, los dispensarios sin primeros auxilios, los centros contaminantes o peligrosos que hay que cerrar. Una vez hecha esta lista, en asambleas barriales, con los vecinos, los comités de barrio determinan cuál de esas necesidades es prioritaria, cuánto costaría realizarla, cuánta mano de obra transitoria y permanente podría absorber. Y comienzan en parte a realizarla, movilizando a la población con ese objetivo para arrancar del Estado o del municipio una utilización alternativa (que sugieren) de los fondos existentes, o demostrando que la obra en sí misma puede pagarse en determinado número de años, o de inmediato (un museo que funcione porque se nombran 10 guías-vigilantes puede cobrar entradas, pagar esos salarios, prestar un servicio cultural e incluso dejar ganancias).
AC, en cambio, también contabiliza las horas extraordinarias y calcula cuántos otros trabajadores podrían tener empleo si se aplicase el horario legal de trabajo y, más aún, si se redujese la semana laboral. Y moviliza a todos para integrar en la empresa o el ramo en cuestión la cantidad necesaria de nuevos trabajadores para que todos trabajen con más calma y menos.
``A Dios rogando y con el mazo dando'' quiere decir, traducido al lenguaje actual, que nadie que siga estos modelos autogestionarios debe esperar la resolución de los órganos institucionales para empezar una obra, sino que debe pedir a las instituciones que apoyen y legalicen las iniciativas populares decididas democráticamente y apoyadas en la práctica y en movilizaciones.
Los centros autogestionarios, por otra parte, pueden comunicarse a través de una red electrónica, crear federaciones en una misma zona, apoyarse mutuamente, creando las bases para una asignación del presupuesto nacional y para una planificación alternativas. Es posible así rescatar incluso la idea de planificación, que no sería la imposible y reaccionaria planificación burocrática sino la planificación democrática desde abajo hacia arriba, mediante la autogestión social generalizada, resultante de la movilización de todos los afectados por el capitalismo en su calidad de productores, consumidores o ciudadanos, sin distinción de ideologías o de creencias. Además de ser una escuela para aprender la administración de las cosas, esa autogestión sería una escuela democrática de educación sobre la administración de las personas. Podría confrontar distintas ideas concretas sobre las más diversas cuestiones (desde las prioridades en el campo del empleo sin dañar la ecología hasta el problema del urbanismo, del transporte, etcétera). Junto con la lucha contra el desempleo, la autogestión y la democracia son pues los pilares de una alternativa económica y política y los instrumentos principales para evitar la destrucción de conquistas sociales históricas.