Toda vida tiene una clave específica. A veces se trata de una clave evidente, como cuando lo que una persona es y hace corresponde a lo que íntima y genuinamente quiere ser y hacer. En ocasiones sin embargo hay desconocimiento de o hasta contradicción entre una cosa y otra, el embone no es justo, o los reflejos de una sobre otra tiemblan, y oscurecen, despistan y desconciertan. Quién era Lya Kostakowsky?
Sé que nació en Berlín alrededor de 1920 de padres rusos, él, compositor; que en un momento dado de la historia del mundo la familia llegó a la ciudad de México, en donde Lya y Olga, único otro hijo, pintora, crecieron y se relacionaron; y que, después del padre, poco a poco fueron muriendo las tres mujeres, la última la madre, de noventaintantos años, en un asilo al pie del volcán en Cuernavaca; Olga en Guanajuato, reconocida, con obra en colecciones permanentes de museos nacionales. Y Lya; qué fue de Lya?
Antes de casarse con el poeta y crítico de pintura guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, Lya fue retratada por Lola Alvarez Bravo en calidad de joven promesa de la cultura mexicana. Lya era culta, inteligente, sensible, brillante. Sabía idiomas. Traducía; escribía; reunía amigos alrededor de la mesa de su cocina. Fue Embajadora cuando su esposo fue Embajador en Bogotá del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, antes de 1954, fecha en la que, al ser aniquilada la Revolución a instancias de Estados Unidos, él se convierte en exiliado y ambos regresan a México.
Por lo que hace a datos públicos, podría añadir que Lya tuvo un programa en Radio Universidad; y columnas periodísticas a lo largo de los años en publicaciones en las que, en cada oportunidad, escribían los mejores escritores. ``Cajón de sastre'' se llamó su última serie de colaboraciones en el suplemento cultural de La Jornada, pero ella había querido llamarla ``Cajón desastre''. En él recogía información local y foránea relativa a toda manifestación cultural y en especial a quienes producían dichas manifestaciones artísticas. Resultaban compilaciones de datos más trascendentes o más superficiales que, con la aguja de Lya, adquirían un tono de gracia invariable.
Le gustaba reír; hacía reír. Era sofisticada. Encontró un estilo particular de vestirse. En una ocasión, durante una cena en Managua sandinista, una joven pintora norteamericana, Mindy Camponesci, mujer del pintor chileno Eugenio Téllez, y que, con tal de no ser minimalista, introdujo manos en sus lienzos para pasar por manimalista, discretamente señaló a Lya en el otro extremo del salón y me preguntó si se trataba de una bailarina. En efecto, Lya parecía haber sido primera bailarina del Bolshoi. Su porte, su delgadez, su cuello largo; el hecho de alzar siempre la barba, o de recogerse el pelo en un chongo en la nuca. Pero su movimiento obedecía más bien a la música de las ideas.
Lya era una lectora apasionada de los clásicos de la literatura moderna universal. Leía a Dostoievski, a Mann, a Joyce y a Proust en el original correspondiente. Sabía cuando a un texto le sobraban metáforas o a una frase adjetivos. Es decir, reconocía la diferencia entre un estilo depurado y uno cargado; apreciaba la calidad literaria por más que la discreción de su buena cuna, o su papel de mujer, o la indecisión ante su destino le impidiera declararlo. Aprovechaba ocasiones off Broadway (para llamar de algún modo esos momentos en que la anfitriona y la esposa del invitado recogen los platos y se acompañan frente al fregadero mientras los caballeros esperan el café en la sala después de la cena) para abrirse de pecho y sostener que prefería una página sin adjetivos a una cargada de ellos y de metáforas.
En cambio, el café le gustaba cargado. El ambiente que Lya creaba a su alrededor la pintaba. Atesoraba la artesanía fina; ella misma sacudía su casa y cuidaba su propio jardín; cocinaba la berenjena según recetas mediterráneas. ``A Roma no vuelvo decía; siempre estás pisando la tumba de algún emperador''. En los últimos años padecía dos miedos concretos: el de cruzar una calle, y el de estar en grupos grandes. Bueno, en los últimos meses hizo que resaltara el carácter rebelde de su personalidad cuando, en su condición de enfisémica, se retiraba el oxígeno para fumar. Rebelde, o leal. Leal a tradiciones, a principios, a efectos. No dejó pasar un verano sin orear en México el abrigo de pieles que usó en sus años en Europa; ni de hacer llegar semanalmente a su viejo amigo, el legendario Fernando Benítez, los bombones blandos sin los que él no puede dar por terminada una comida con amigos. Los amigos la querían, terminaban por quererla, o le temían y la respetaban; se arrepentían de haberle hecho jugarretas en otras épocas.
No me consta, pero quiero creer que al sentir que moría, Lya se tomó una copa de cognac: lo hacía con tanto mundo! Supo, o no supo, que hubo conspiración para que no se casara con Luis? Como la conspiración se topó con el fracaso, si Lya supo de ella, la ignoró con tanto mundo! Lya tenía mucho mundo. Respaldó, con o sin convicción, a quien creyó que debía respaldar, aun contra sí misma. No sé qué libros importantes tradujo que permitió que firmaran otros; Lya aceptaba quedar detrás de la cortina, oír un aplauso, que le correspondía a ella, dirigido a y asumido por otros. Era éste el dibujo de su vida? Por lealtad, ser celosa de la amistad de figuras como la viuda de Cárdenas o la viudad de Allende; por lealtad, pretender que la cerrada cena a la que no te invitó fue en honor de un personaje del que, años después, y por circunstancias inverosímiles, adviertes que se trataba de un pobre diablo.Recordada Lya. Querida Lya. Los años que Luis la sobrevivió no los pasó solo. ``Vivo con un fantasma'', se le oía repetir.