Carlos Bonfil
Somos guerreros

Radiografía de la violencia intrafamiliar. En un hogar maorí en Auckland, Nueva Zelanda, el desempleado y alcohólico Jake Heke (Temuera Morrison) ventila sus frustraciones brutalizando a su esposa Beth (Rena Owen). De sus cuatro hijos, uno termina en la correccional, otro en las filas de una pandilla local, mientras la joven Grace acaba siendo violada por un amigo de su padre. En Somos guerreros (Once were warriors), el director Lee Tamahori adapta una novela existosa de Alan Duff (con guión de Riwia Brown) para insistir en los temas de la desintegración familiar y de la enajenación cultural. Jake es el prototipo del indígena maorí que al contacto con la civilización europea reniega de sus raíces y valores ancestrales para adoptar conductas supuestamente propias de la civilización occidental, entre ellas la violencia sexista. Su esposa Beth toma conciencia paralelamente de la brutalidad machista de Jake y de la necesidad de reivindicar los valores de su comunidad indígena: los maoríes de Nueva Zelanda (8 por ciento de una población predominantemente inglesa), los mismos que aparecen, en estilo de vida más primitivo, en El piano, de Jane Campion.

El título Once were warriors (Una vez fueron guerreros) es referencia a un pasado mítico de la cultura maorí, anterior a la colonización británica, en el que los indígenas eran hombres orgullosos y libres. La cinta australiana La última ola (The last wave, Peter Weir, 77) abordaba cuestiones similares, aunque su componente social era menos marcado. La descripción de las condiciones de vida de los maoríes en Auckland, capital comercial neozelandesa, remite, en su estilo, a las convenciones genéricas del black cinema estadunidense, al estilo de melodramas sociales como Los dueños de la calle (Boys'n the hood, John Singleton 91) o Straight out of Brooklyn (Matty Rich, 91). Estilización visual desde la secuencia de los créditos, violentos contrastes cromáticos, ritmo de edición vertiginoso, pista sonora con música de rap, soul, y baladas populares (What's the time Mr. Wolf? o Give me time).

Si es notable la influencia del black cinema en el estilo, ritmo y fuerza narrativa de Somos guerreros, también es clara la intención del director (o de la guionista Riwia Brown) de privilegiar el punto de vista femenino. El tema medular de la cinta es la educación sentimental de Beth Heke (interpretación estupenda de Rena Owen), quien en su relación con Jake transita de una sumisión absoluta a una portentosa autonomía, producto de la indignación y del orgullo recuperado. Es como si el Lee Tamahori hubiese retomado el caso de la mujer golpeada en Ladybird (Kenneth Loach, 94) para proponer, en el contexto de la cultura y tradiciones maoríes, conclusiones más combativas y optimistas.

Somos guerreros es también un acercamiento a los rituales de la masculinidad entendida como estrategia de sobrevivencia social por parte de quienes carecen de todo poder y capacidad de decisión en la sociedad occidentalizada. Jake, el marginado social, el desempleado, el indígena con hambre de asimilación, revierte así contra su mujer toda su carga de frustraciones personales y sociales en escenas de una violencia extrema. Sus hijos han aprendido, desde la vestimenta de cuero y los tatuajes, los códigos de comportamiento de los inadaptados juveniles de Occidente. Lo interesante de la cinta es la manera en que el director elabora su crítica de esta enajenación cultural a partir de una vigorosa postura antisexista. A final de cuentas, luego de la derrota moral de Jake, el macho infantiloide y grotesco, se da en los personajes un replanteamiento de conductas y actitudes frente a los roles sexuales. En Somos guerreros, la espiritualidad y el culto a los valores ancestrales maoríes se plantean como opciones de revitalización cultural y de sobrevivencia. Esa cultura ideal incluye la posibilidad de una relación democrática entre hombres y mujeres.

Somos guerreros se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional.