Leo en el resumen de una encuesta realizada en diez estados de la República por la Asociación Mexicana Contra la Violencia hacia las Mujeres A.C., que el 35 por ciento de los entrevistados reconoció que en los últimos seis meses existió en su propia familia algún problema de violencia. (Este país, julio de 1966.)Imagino que no es sencillo reconocer ante un entrevistador la existencia de incidentes violentos en la familia propia, y no obstante, 3.5 de cada diez la reconocieron en su casa. Se trata, de nuevo, de la constatación de una realidad del tamaño de un ferrocarril, que nos rodea, y para la cual sin embargo no existen suficientes reflectores.
Sobra decir que los menores de edad son las principales víctimas de la violencia (61.2 por ciento, según la misma encuesta)?, y que visto por sexos el 74 por ciento de las personas maltratadas son mujeres? Creo que no, porque otra vez se trata de cifras sintéticas y elocuentes de una realidad no suficientemente asumida como asunto crítico, y que sin embargo envenena un número elevado de vidas y relaciones.
Según los resultados de la encuesta que comentamos, en el 20 por ciento de los casos se presentó alguna denuncia ante las autoridades. Es decir, uno de cada cinco abusos asumidos llegó al Ministerio Público, la policía, el DIF, etcétera, de lo cual quizá se pueda desprender que existe una cierta conciencia de que la violencia intrafamiliar no es legítima y su despliegue es considerado como un delito. O quizá lo que exprese esa cifra sea más bien un porcentaje de los casos más graves, ya que la violencia recurrente pero menor suele ser observada como connatural al ejercico de educar a los hijos y de (mal)trato hacia las mujeres.
Como quiera que sea me llamó la atención que de los casos denunciados, el 46 por ciento ``tuvo éxito'' porque en algunos se encarceló al agresor, en otros casos se le puso por lo menos a disposición de un juzgado, y en otros hubo separación de la pareja o se apreció algún cambio en la actitud del agresor. No obstante, 35 por ciento de las denuncias ``no tuvo éxito'', porque en el 60 por ciento de esos incidentes, según los encuestados, las autoridades no le prestaron atención a la denuncia. Es decir, en alguna proporción las propias autoridades no consideran a los asuntos de la violencia intrafamiliar como graves, dignos de ser atendidos y perseguidos.
No obstante, vale la pena subrayar que la inmensa mayoría de las agresiones que se llevan a cabo en el hogar no son denunciadas. Y no porque las personas vean como algo natural a la violencia sino por razones más terrenales y terroríficas. 27 por ciento no acudió a denunciar por miedo a ser golpeado (a) de nuevo y 16 por ciento por miedo a que aumente la violencia. Es decir, el 43 por ciento de los agredidos y agredidas se encuentran en un auténtico infierno sin salida, porque acudir a las agencias gubernamentales implica simple y llanamente incrementar la espiral de agresiones.
Otras razones dadas para no acudir a denunciar expresan igualmente la complejidad de la relación de ``amor''-dependencia-odio-violencia. El 15 por ciento a pesar de ser víctima de violencia señaló que no denunciaba los hechos para no romper con la relación, otro 5 por ciento porque el agresor se había arrepentido, un 4 por ciento más por miedo a que metan a la cárcel al golpeador y otro 4 por ciento porque la familia no estaba de acuerdo en hacer la denuncia. Es decir, en el 28 por ciento de los casos, las víctimas se aguantan, se resignan, por las redes de relaciones complejas en las que se encuentran atrapadas. A fin de cuentas se trata de ir a denunciar a esposos, compañeros, padres, tíos, etcétera, lo cual por la propia naturaleza de la relación no resulta sencillo. En suma, en el 71 por ciento de los casos los agresores no son denunciados por miedo o por la relacion de parentesco existente.
Según la encuesta sólo el 8 por ciento de los maltratados(as) desconocían o ignoraban sus derechos y sólo el 4 por ciento dijo que no acudía a las autoridades por ``desconfianza en la ley'', lo que en síntesis ilustra la dificultad del tema.
No se deja de actuar en estos casos por desinformación o desconfianza en las autoridades, sino repito por miedo a las represalias o porque los nudos familiares son tan fuertes que tienden un velo que protege a los agresores. De tal suerte que el medio familiar se convierte en una especie de ``administrador'' de las dosis de violencia que se producen en su seno.
De esa manera inercial la convivencia se convierte en un infierno, la violencia como la forma más primitiva de poder en el recurso para imponer y mandar, por esa vía los supuestos dadores de calor y seguridad se transforman en verdugos, y las presuntas relaciones de colaboración se vuelven una especie de guerra civil sorda y a medias declarada.
Todos los días sucede, y sin embargo...