Toronto, Canadá Cuál es el impacto del TLC en las economías de Estados Unidos y Canadá? La respuesta correcta es cero, afirmó el prominente economista norteamericano Paul Krugman en una conferencia que dictó sobre economía internacional en la ciudad canadiense de Montreal el pasado 12 de junio y que se publicó en el diario local Toronto Star. En ese acto, el joven académico quien además ha sido ya varias veces mencionado para ganar el Premio Nobel de Economía, comentó que el tema de que la gran competencia mundial está afectando incluso los espacios más recónditos de la vida económica y cultural de las sociedades, se ha convertido en un mito y, en algunos casos, en una verdadera obsesión en las últimas dos décadas, no sólo para los gobiernos sino incluso también para los intelectuales. Esto ha hecho que las prioridades que deberían regir el campo de acción y de discusión de la ciencia económica como la justicia social, la dispersión salarial que está afectando a gran parte del mundo, el desempleo y la rigidez de los sistemas de seguridad social, se hayan relegado o incluso desvirtuado de manera por demás preocupante.
En ese sentido, la mayoría de los gobiernos ha adoptado la idea de que el comercio y la competencia mundiales son la panacea; pero esto no es más que una historia semejante a la del traje del emperador: este enfoque no tiene ropa. Como consecuencia de ello, los países han asumido la postura de que deben actuar como si fueran empesas transnacionales. Eso quiere decir que Estados Unidos y Japón, por ejemplo, deben actuar como Pepsi y Coca Cola, compitiendo por el mismo mercado.
De acuerdo con el argumento central de la conferencia, Krugman propone que debe cambiarse crucialmente la orientación de la visión principal de los gobiernos y, en su lugar, recuperar la preocupación por sus problemas domésticos. El comercio internacional es importante, pero no tanto como la gente piensa. El destino de cada quien depende de su desempeño individual y no necesariamente de lo que haga el vecino.
Al respecto, señaló que en Estados Unidos las exportaciones como proporción del producto representan el 12 por ciento y tan sólo 13 por ciento de los bienes consumidos son importados. De suerte que el 87 por ciento del consumo depende de su producción doméstica.
En ese sentido, el hecho de que se aumente simultáneamente la ocupación y la productividad, mejora la competitividad y amplía la capacidad de compra (interna y externa), por lo tanto se obtiene un doble efecto sobre la produccion doméstica.
Por último, Krugman señaló que también es falsa la idea de que como resultado de la gran integración económica de los últimos dos decenios, el mundo subdesarrollado ha absorbido la mayor parte de las inversiones de las grandes empresas transnacionales. Esos países, en los años recientes han recibido en promedio 60 mil millones de dólares anuales que, comparados con los 3 trillones invertidos en el Primer Mundo, resultan en realidad insignificantes.
Sin duda que desde hace unos veinte años el mercado, en lugar de ser el asignador objetivo y justo de los recursos, se ha convertido en el gran dictador de las sociedades. En particular el mercado de ideas (muchas de ellas baratas) parece estar claramente sesgado a los planteamientos más ortodoxos, por lo que en todo caso tendríamos que hablar de un mercado bastante imperfecto, que es así no necesariamente por falta de ideas alternativas sino por la falta de oportunidades de que se escuchen y se discutan en los espacios más importantes.
Nuevamente, y como ya se ha dicho repetidamente en esta columna, lo menos que como sociedad pensante podemos hacer en estos tiempos es pensar mucho y discutir más, esperando que nuestros gobernantes escuchen, reflexionen y decidan la mejor opción para la gran masa de seres humanos que sufren o gozan de los resultados finales.