Mañana, en un acto abierto y democrático, los miembros del PRD elegirán al presidente de su partido y a los integrantes de su órgano máximo de dirección, el Consejo Nacional. Al votar por alguno de los tres candidatos a sustituir a Porfirio Muñoz Ledo, los afiliados de ese partido decidirán también la táctica, matices y modo de hacer política para los próximos y decisivos meses, los que nos separan de la importante cita política de julio de 1997. Es así porque Heberto Castillo, García y Andrés Manuel López Obrador no sólo tienen historias políticas distintas, tienen también propuestas diferentes para conducir a esa formación política en el futuro inmediato.
La elección de mañana tiene importancia más allá de los marcos partidarios. La suerte del PRD interesa no únicamente a sus militantes, dirigentes de diverso nivel y a sus electores. Preocupa igualmente a otras organizaciones de izquierda y democráticas. Pues pese a sus desventuras y desaciertos, a sus contradicciones internas, a los conflictos de intereses que han hecho más difícil su implantación política y su avance (para no hablar del acoso de que fue víctima durante el salinato y el alto costo en vidas que se le obliga a pagar), el PRD es el partido más importante de la oposición de izquierda democrática y el único con registro electoral. Puede ser, además, si sus nuevos dirigentes se instalan plenamente en la realidad, pieza clave de una amplia convergencia: desde el EZLN instalado en la vida política con sus propios ritmos y particularidades, hasta los grupos del centro democrático, que se erija como una opción con perfil claro y de cambio frente al PRI y al PAN en la confrontación del año próximo.
En efecto, las elecciones de 1997 tienen particular importancia, aunque sería equivocado suponer que en ellas se va a decidir el destino de la sociedad en los ultimos años del siglo. Es sí, la oportunidad más cercana para que, en las urnas, el pueblo dicte su veredicto sobre el desempeño del gobierno encabezado por Ernesto Zedillo y decida si las elecciones son transparentes, justas y equitativas por la continuidad o por el cambio.
En 1994 el partido oficial consiguió renovar, como en otros comicios sexenales, la esperanza en que, ahora sí, el PRI y su candidato presidencial, ya en el gobierno cumplirían sus promesas de gobernar para beneficio de la mayoría de los mexicanos y que pondrían fin a las causas que generan irritación social constante, además de avanzar a la democracia y a la justicia. Dos años han sido más que suficientes para frustrar las esperanzas de quienes copiosamente sufragaron por el partido del gobierno. En veinticuatro meses se han condensado todas las incapacidades y miserias del sistema: crisis económicas recurrentes de altísimos costos para el pueblo trabajador; corrupción sin límites en la administración pública y en sus socios, los grandes empresarios; protección a los hombres del sistema que incurren en ilícitos o crímenes; renuencia a la democracia, autoritarismo, abandono de la defensa de los intereses nacionales, en fin todo lo que hoy hace rechinar los dientes a millones de mexicanos.
La salida electoral a esta situación en 1997, si las fuerzas de la izquierda y la democracia unidas no se constituyen en una opción con un programa común democrático y de cambio, así como definiciones claras y creíbles fente a los problemas actuales del país, puede ser la victoria del PAN, el aliado estratégico del salinismo por afinidad programática y oposición leal al sistema. Sería una salida por la derecha, que no es salida pues lo que la sociedad reclama y lo expresa de diversas maneras, es avanzar a la democratización del país pero sobre todo a la justicia social.
El reto para la nueva dirección del PRD, la que se elegirá mañana, al parecer es conducir a esa organización a enfrentar la compleja situación actual con imaginación y audacia, a abandonar las esperanzas en un cambio pactado en las alturas al margen del movimiento político y social real, el que existe más allá del gobierno y los partidos con registro. El bloque económico y político en el poder es necesario reconocerlo no va a admitir cambios democráticos fundamentales y menos a rectificar el rumbo económico si no se ve obligado a hacerlo por la presión política y social. Su rigidez especialmente en materia económica es completa.
De los candidatos a la presidencia del PRD, quien ha expuesto una posición más definida sobre estos problemas, además de mayores posibilidades de conseguir la mayoría de votos, según parece, es el líder tabasqueño Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, serán los electores perredistas quienes mañana decidirán con su voto quién dirigirá al PRD en los próximos años.