Horacio Labastida
El EZLN y el Estado

El Foro Especial sobre la Reforma del Estado que se celebró en San Cristóbal de las Casas tiene una gran trascendencia en la crisis que actualmente azota a la nación; es en verdad un chorro de luz en medio de las turbadoras incertidumbres que a diario desvían o bloquean nuestra marcha histórica. No sólo se ha puesto en práctica una economía de orígenes ajenos que genera desempleo y pobreza entre las masas, y quiebras en la industria nacional, sino que a la vez tal economía se ve acompañada por una coreografía política en la que ocurren crímenes sin criminales y danzas histriónicas de millones de dólares, ejecutadas éstas por actores enmascarados en los secretos de la impunidad y el cinismo.

El Foro planteó una concepción del Estado distinta a la que nos ha sido impuesta por los gobiernos del país a través de una organizada violación de la Ley Suprema sancionada en 1917; y al efecto se sugiere la celebración de un constituyente que elabore un nuevo Estado representativo de la actual sociedad, es decir, de una Constitución que refleje en lo político y lo jurídico las aspiraciones de bienestar, desarrollo y perfeccionamiento del pueblo mexicano.

Cómo hacerlo? Entra en este punto la importante ponencia que en el Foro presentó el filósofo Luis Villoro, autor entre otros libros de dos que ahora son clásicos en el estudio de nuestra cultura: El proceso ideológico de la revolución de Independencia (1953) y Los grandes momentos del indigenismo en México (1959). La ponencia de Villoro es central porque plantea el problema del poder y sus contrapuntos esenciales. El poder por el poder mismo que siguiendo añosas vías renacentistas Maquiavelo, por ejemplo Max Weber resume en la idea de poder como poder imponer, pues el célebre profesor de la Universidad de Friburgo no olvida nunca que la consecución del poder económico es lo que induce, en la clase exitosa, su candidatura a la dirección política. No hay duda entonces: si el poder económico se traduce en poder político, entonces el ejercicio del poder político acatará la lógica acumulativa e impositiva del interés económico; de otra manera la clase opulenta se vería en el enorme riesgo de perder tanto uno como otro poderes.

Ahora bien, esta es la visión del poder predominante en México desde que la Asamblea de Apatzingán (1814) y sus sucesoras hasta 1857, olvidaron una tras otra la petición de justicia social que Morelos planteó en el punto 12 de los Sentimientos de la Nación, planteamiento recogido por el movimiento zapatista del Plan de Ayala y cristalizado, en términos modernos, en los artículos 27 y 123 de la Carta queretana, normas quebrantadas, medio cumplidas o abrogadas en los hechos desde hace más de siete décadas.Para cambiar esa situación Luis Villoro, en su ponencia, enlaza nuevamente el poder con el valor, o sea el instrumento de la acción pública como medio para realizar en la historia las aspiraciones del pueblo, sus demandas y sentimientos, e inmediatamente procede a desglosar las connotaciones de las categorías enunciadas por el EZLN en lo que hace al poder público. Para todos todo; nada para nosotros significa que la potestad política es ``la fuerza inherente al servicio de los demás'', y no un poder imponer como lo ha sido desde el inicio de la sociedad clasista. Mandar obedeciendo muestra el sentido profundo de la democracia. El poder no es para que los poderosos se sirvan en grande en el reparto del pastel; por el contrario, es simple y sencillamente el modo de acatar la voluntad general para abrir las puertas al bien común, o sea al bien demandado por una sociedad plural, cambiante, diversa, abierta y no cerrada u homogenea, en la que los responsables de la conducción colectiva lo sean obedeciendo el mandamiento del pueblo; de esta manera, observa Villoro, esos responsables no constituirán nunca ``un grupo, una facción o una élite dentro del movimiento'', ni tampoco una vanguardia, secta o partido único de los demas.

La comunidad es, en la ponencia de Luis Villoro, el tercero de los principios zapatistas; se trata de un contraste con el individualismo predominante en el mundo occidental y de una acentuación de la importancia que se genera cuando los valores de la sociedad se trasvasan entre sí para engendrar, con la ayuda del tiempo, la sabiduría de los pueblos como la mejor aportación que estos, en nuestro caso los indígenas, pueden hacer a la vida nacional.Con aquéllos y éstos principios tendrá que forjarse el nuevo Estado ensemillado hasta ahora en el 1813 de Morelos, en los 1916 y 1917 de la Revolución, y en el alumbramiento del 1o. de enero de 1994; un Estado donde el poder sea: para todos, todo; nada para nosotros; mandar obedeciendo, y en el que las ambiciones del yo se vean superadas por una armonía entre el bien personal, que no individual, y el del conjunto de las familias, de los ciudadanos y no ciudadanos.