Bosque sobre ruedas en la Tarahumara
Blanche Petrich, enviada /II, San Juanito, Chihuahua La ''rapazón'' de los bosques que históricamente pertenecen a la población rarámuri --así le dice a la ''explotación forestal'' el siríame (gobernador) de Sojáhuachi, don Madero Fierro-- es tan acelerada y voraz, que con frecuencia toma la forma de un bosque sobre ruedas.
Cada noche, el producto de los taladores y aserradores circula por la carretera Guadalupe y Calvo-Parral en una incesante caravana de tráileres que sacan de la sierra miles de troncos de Pinus pondarosae, los más ambicionados por la industria de la celulosa; de P. duranguensis y de P. apacheca. Y quizás también algunos Pinus chihuahuana, endémicos de la Tarahumara, y de los cuales ya sólo quedan (¿quedaban?) mil ejemplares.
Indígenas rarámuris, en la Sierra Tarahumara, donde hay un
proyecto
turístico con inver-sión de hasta 380 millones de
dólares.
Foto: Víctor Mendiola
Esto ocurre en la zona de mayor biodiversidad de América del Norte, hábitat del pueblo nativo más numeroso de Norteamérica, hogar que fuera de los extintos osos grizzli y negro, del ya no reportado lobo Canus lupus baileyi. De las 219 especies animales que se registran en la sierra, 28 están amenazadas y cinco más en franco peligro de extinción, según datos del geólogo alemán Georg Mayer, en su estudio sobre la Sierra Tarahumara realizada para el Deutscher Akademischer Austadtsdienst y la Secretaría de Relaciones Exteriores entre 1995 y junio de 1996.
Ecocidio en toda forma
Aunque las estadísticas indican que en el periodo 1992-1993 disminuyó la tala --se calcula que en los 110 aserraderos legales existentes en la Tarahumara se trabajó a menos de 70 por ciento de su capacidad instalada, debido a la quiebra masiva de esa industria--, en los últimos meses la industria maderera reanudó la explotación forestal bajo las nuevas leyes que promueven una gradual privatización de los bosques, según la apreciación de María Teresa Guerrero, miembro de la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos (Cosydhac). ''Hubo una recomposición del capital y ahora entra en acción, con nuevos bríos, una nueva planta maderera con capitales frescos''.
En 1995, la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap) expidió 576 concesiones para la explotación maderera, más de cien adicionales a las que hubo el año anterior.
Estudiosa del problema, Guerrero señala que los últimos cambios a la ley forestal permiten la plantación comercial de pinos en la sierra. ''Esto desatará una muy compleja polémica por la tenencia de la tierra en una región donde 85 por ciento de los predios son ejidales, y la mitad de ellos son ejidos forestales casi en la quiebra''.
Sobre el repunte de la tala, la investigadora lamenta que el gobierno federal, en este caso la Semarnap, no facilite el acceso a la información.
Se sabe que está en proceso de negociación un convenio entre el gobierno federal y la Unión de Productores Forestales. Hay el rumor de que se podría acordar la concesión de los bosques en algunas de las 11 áreas protegidas de la sierra, las únicas que todavía no demuestran el deterioro genético que ahora ya es visible en casi todos los bosques.
Tala, sequía, marginación
De las grandes fortunas que se forjaron con los árboles de la Tarahumara, nada quedó para los rarámuris. Y aunque la industria maderera los ha envuelto en su dinámica, los indios de la sierra no participan de los beneficios, ni siquiera del ''impulso empresarial'' que anima a los mestizos.
''El rarámuri tiene ante el árbol una relación distinta a la del mestizo. No es una visión mercantil. No se puede comercializar lo que es de la Madre Tierra y del Padre Dios. El bosque es alimento, leña para el fuego, música del violín para la fiesta y el baile. Es también los secretos de su cultura y su cosmogonía'', explica la especialista de Cosydhac. ''Pero la invasión de aserraderos en sus ejidos los ha sometido a un régimen en el que pasan de ser de dueños históricos del bosque, a los empleados peor pagados de una empresa ejidal que los mestizos manejan como propia''.
Ninguna instancia oficial admite la existencia de una relación directa entre el deterioro de los bosques de la Tarahumara y la sequía, aunque aquí nacen los ríos más grandes del norte, vitales para la agricultura de Sonora, Sinaloa y Chihuahua. Pero para todos los habitantes de la sierra es evidente que el clima de ahora ya no es como antes.
Las nevadas de metro y medio ya quedaron en la historia. Antes caían en promedio 15 nevadas anuales. Este año sólo nevó una vez. La nieve guarda la humedad de la tierra. Sin nieve, las heladas son aún más extremosas y prolongadas, empiezan en septiembre y todavía caen en marzo.
El padre Javier Avila recuerda que hace varios años cuando lo llamaban en invierno a alguna comunidad rarámuri en tiempo de lluvias o deshielo se ponía a temblar, previendo los lodazales y los inevitables atascaderos de su yip en los caminos de brecha. Pero hace tiempo que ese problema desapareció. Ahora los vados están secos. El antes indispensable malacate que llevaba para salir de los atascaderos cayó en desuso.
¿Ecoturismo?
La vida de los rarámuris está a punto de chocar contra un nuevo ''impulso de desarrollo'' en su sierra. Aprovechando la belleza natural de la región y la singular prestancia del tarahumara, el gobierno estatal pretende asentar ahí el mayor proyecto turístico del norte de México, el Plan Maestro de Desarrollo Barrancas del Cobre con inversiones de hasta 380 millones de dólares, que aportarán el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial.
Describe así el jesuita Avila la reacción del rarámuri ante el avasallamiento de los chabochis, los blancos, literalmente ''el que tiene arañas en la cara'', en referencia a las barbas de los conquistadores españoles: ''Cuando alguien de afuera lo invade, lo pisa, el rarámuri simplemente trata de sacar el pie de la manera más discreta posible, cuidando de no molestar y se retira a lo más recóndito de la sierra. Esa es su historia. La confrontación no está dentro de su repertorio''.
Exactamente eso pasó con la construcción del hotel El Tejabán, en el municipio de Urique. Mediante ''truculencias legales'' se expropiaron 240 hectáreas de ejidos rarámuris. Antes de que terminara el proceso de indemnizaciones, el hotel tres estrellas entró en operaciones. Aunque se prometió beneficiar a los indígenas con creación de empleos, al final ningún rarámuri fue contratado para las obras de construir porque, según los constructores, ''los indios no saben trabajar''.
Los propietarios originales de las tierras donde hoy se asienta El Tejabán simplemente se fueron a otros parajes. Es sólo un botón de muestra. ''Pero con tantos botones se pueden hacer millones de gabardinas'', dice Avila.
Cuando se echó a andar este macroproyecto del Plan Maestro, el gobernador Francisco Barrio visitó la región y se reunió con los nuevos inversionistas, las instancias municipales, los hoteleros, los comerciantes. Sólo faltaron en el diálogo los representantes rarámuris. Vaya... ni siquiera hubo tiempo, en la apretada agenda del gobernador panista, para asistir al baile que le habían preparado los indios.
Actualmente se reciben entre 45 y 60 mil turistas al año (de ellos sólo 7 mil mexicanos). Se espera ampliar la capacidad hotelera y de infraestructura para 270 mil turistas anuales. Se mejorarán las rutas ferrocarrileras y se entubará agua en 18 poblaciones. La capacidad hotelera, que ya cuenta con 12 hoteles de tres y cuatro estrellas, crecerá de 800 camas que hay actualmente a casi 4 mil, sin contar los espacios para camping, casas rodantes y cabañas.
No hay un estudio sobre el impacto ecológico que esto pueda generar a las comunidades que habitan cerca de 60 mil rarámuris y 50 mil mestizos, principalmente en materia de agua (el bien más escaso de la sierra) y la contaminación, ya grave, de los ríos.
Al final, es posible que ni siquiera los empresarios mexicanos se beneficien de esta nueva veta del turismo. Un ejemplo es el ferrocarril. La concesión de la línea Chihuahua-Topolobampo ya sacó la convocatoria para las licitaciones: son 12 las empresas apuntadas: estadunidenses, canadienses, hasta japoneses y argentinos aspiran a ser propietarios de la ruta que cruza las espectaculares cañadas.