Carlos Monsiváis
Cultura y transición democrática

El neoliberalismo es --como si hiciera falta decirlo-- uno de los grandes obstáculos del proceso civilizatorio. Pero, en materia de cultura, decir esto no sirve en demasía. Hacen falta señalamientos concretos en un campo tan amplio y diversificado. A continuación, algunos apuntes.

1. Hasta qué punto el neoliberalismo, en lo tocante a cultura, no es sino la exacerbación del capitalismo antiguo, y su cadena infinita de exclusiones? Con todo, este capitalismo no cancela sino alienta industrialmente un florecimiento cultural, que alcanza incluso a los países del Tercer Mundo. Aun ahora, en el desastre financiero internacional, jamás se habían producido tantos libros, tantos discos, tantos conciertos, tantos videos de calidad, tal posibilidad de revisar la historia del cine, tal afluencia a los museos. Así, el problema central no es de producción, sino de distribución de bienes culturales, el acceso a los cuales se restringe o se vuelve episódico por causas ligadas a la capacidad adquisitiva, los niveles de información disponible, las tradiciones comunitarias y familiares, los prejuicios religiosos y moralistas. No todo aquí es neoliberalismo, hay también formaciones ancestrales (el antiintelectualismo de la derecha y el de la izquierda política), inercias históricas, intolerancias que son contrapartidas de ignorancias (en este renglón algunos alcaldes del PAN son imbatibles) y, recientemente, el papel avasallador de la tecnología. Cifrarlo todo en la culpa del neoliberalismo es acercarse al tema muy esquemáticamente.

2. El papel de la tecnología modifica radicalmente el desarrollo de la cultura. El ciberespacio y la realidad virtual, por ejemplo, marcan las utopías de fin de siglo; el videocassette y el home-computer reordenan el uso del tiempo libre; el CD ROM indica nuevos caminos de la enseñanza, etcétera, etcétera. Estos procesos, de potencia formativa extrema, refuerzan previsiblemente el aislamiento y la desigualdad de las comunidades pobres (la gran mayoría). La iconósfera, con su avasallamiento de imágenes, resulta, por sus consecuencias y su dimensión, la base de un nuevo proceso civilizatorio. Creo, y esto puede ser resentimiento gremial, que nada todavía sustituye a la lectura como formación civilizadora, pero cuantitativamente, la lectura es actividad minoritaria, mientras el Internet conoce su auge inicial.

3. Salvo para una minoría, y en rigor, la cultura es aquello que prestigia a funcionarios y ciudadanos pero a sus horas. La cultura (en el sentido de visiones del mundo o en el de creación y disfrute de lo mejor del arte y el pensamiento en la historia del mundo) es básica en la armonía o la inarmonía profundas de la vida cotidiana, y en las condiciones más libres y creativas de la vida social. Prescindir de los estímulos culturales es librarse a la desolación existente, es aceptar el analfabetismo funcional como la norma, es potenciar a la desinformación, es prescindir de las ventajas del desenvolvimiento espiritual, es someterse sin condiciones al imperio de la informática y, por último, es reconocer que, fuera de una sola manera de asimilación de lo televisivo, no hay alternativas para la mayoría. En la práctica las esperanzas de beneficiar culturalmente a la población, así sea en algo, se consideran inútiles o, aún peor, populistas o muy ``intelectuales'' (los extremos se tocan). Y eso se agrava con el imperio de los medios electrónicos, a cuya fascinación se someten también la mayoría de los funcionarios, que rinden tributo verbal a la cultura (en versión jamás definida) y, en rigor, sólo confían en la promoción de las imágenes. Este proceso es internacional pero en México y en América Latina se agrava por la falta de espacios alternativos.

4. El deterioro del proceso educativo, en el ciclo que va de la escuela primaria al posgrado (26 millones de estudiantes) tiene ya, entre otras consecuencias lamentables, la de amenguar considerablemente la puesta al día cultural. En los años setenta, con la explosión de la enseñanza media y superior, se creyó posible el salto histórico y que millones de estudiantes iniciasen o afirmasen su familiaridad con la lectura. Por fin, libros en todas las casas! Se avanzó bastante y, de pronto, al implantarse la Década Perdida y al continuarse con la Década Privatizada, y, fuera de los lectores por vocación, cuyo número jamás crece al ritmo de la demografía, los demás se resignan con presteza, al extremo, según la UNESCO, de que cada mexicano en posibilidad de hacerlo lee medio libro al año. Suspendido el ``milagro'', la mayoría se resigna a unas cuantas lecturas (con frecuencia la luz de las tareas escolares), las copias xerox a que autoriza el costo relativamente alto de los libros, y las nociones cuya vaguedad se incrementa al irse alejando el universo estudiantil. Por lo común, un profesionista es aquel que localiza a la lectura en sus experiencias de juventud.Pudo y puede ser de otro modo. Pero nunca la lectura (e insisto en ella por considerarla el eje de la estructura personal del conocimiento) le ha significado gran cosa al Estado, a la sociedad y a la vida familiar. En la práctica, la lectura suele ser algo prescindible, y no se le juzga provechosa en sí misma, salvo en casos de enfermedad y convalescencia.

Se renunció en la enseñanza primaria a la memorización de fechas, poemas, procesos, y sólo se consiguió ejercitar ``el sano raciocinio'' que se caracteriza por olvidar de lo jamás aprendido. Y se deja el curriculum (ese equilibrio entre los programas de estudio y la imposibilidad de aplicarlos mínimamente) en manos de lo representativo. ``Lee este libro en memoria de lo que nunca ojearás siquiera. Lee algo para que no pongas cara de azoro cuando hablen de libros''.

5. En un porcentaje abrumador, el gobierno, la izquierda política y la derecha, y muchísimos sectores sociales, se dejan dominar por un determinismo de origen televisivo. El silogismo abruma:La televisión es un hecho central de la vida contemporánea.En México, la televisión concebible es la regida por los criterios más inequívocamente comerciales.

Ergo, ante la televisión, no hay alternativas porque sólo allí la población halla un común denominador y sólo allí en esa única democratización, la del consumo del tiempo libre se adquieren las claves de lo contemporáneo.

La conclusión es inconvincente por falaz. Ni la única televisión concebible es la comercial, ni en la televisión se agotan las maneras de entenderse con lo contemporáneo, ni la televisión es fatalmente estupidizante, ni la televisión es la única zona de encuentro de la nación con el mundo y de las personas con la nación.

Aceptar este determinismo significa jubilar a las consecuencias del proceso educativo, las transformaciones de la moral social, y los cambios democratizadores. Se prefieren las fórmulas del ``todo o nada'', sin creer en ellas. Hace años, Umberto Eco enfrentó a integrados y apocalípticos; ahora muy probablemente la división se haría entre resignados y contentadizos. Pero existe la gran posibilidad de resistencia a la programación televisiva, resistencia concretada por ahora en algunas alternativas de uso de tiempo libre. (Hay ejemplos en México, el canal 22 y el canal 11).

6. Psicológicamente, el más grave por más fatalista de los rasgos culturales de esta etapa, es la indefensión que se asume, ante las andanadas televisivas. En efecto., desde la perspectiva de los ingresos, México es ``país de una clase modesta muy jodida'' (Emilio Azcárraga), pero eso no justifica la inercia de los partidos políticos, del gobierno y, lo más oneroso, de gran parte de los sectores intelectuales, convencidos del círculo vicioso: los jodidos sólo dejarán de serlo por vía del ascenso económico, el mismo que les está negado. No se trata, por supuesto, de menospreciar el peso de las condiciones de vida, pero no tiene sentido deificarlas.

El determinismo concentra las posibilidades de la Gente (ese término del que siempre se excluye quien lo utiliza) en el vasallaje ante el aparato que, según dice el señor Azcárraga, le ofrece a la población, además de alegría, un entretenimiento sano y que les brindará satisfacción interna''. Esto se complementa con la insistencia de Carlos Salinas de Gortari en su sexenio: ``En la pobreza no florece la democracia'', enunciada en ocasiones de manera radical: ``En la pobreza no hay democracia (Es grave que una parte de la izquierda asume también esta noción). Sin duda, es muy difícil implantar la conciencia democrática en medios sojuzgados por la desinformación (que es también ignorancia de los derechos colectivos y personales), y es y será arduo plantear alternativas convincentes para los habituados a extraer de la televisión (de esta televisión) el repertorio de estímulos. Pero quien acepta tal fatalidad identifica lo por ahora imposible (la riqueza justamente distribuida) con la democracia y desdeña lo que, pese a todo, se da desde abajo en diversas medidas: la vida democrática.

7. El Estado, los partidos políticos, los sectores intelectuales, las familias (tradicionalistas o modernas), apenas registran, si algo, la democratización de la cultura, considerada imposible, calificada de ilusión populista (casi una herencia del realismo socialista), o descrita como imposición del elitismo en el espacio de autonomía de las clases populares, de gusto lastrado desde antes y para siempre, como lo ratifican, digamos, la adoración de la onda grupera, las reproducciones fosforescentes de la Ultima Cena, el patriotismo de closet que sólo estalla en ocasión de un triunfo de la Selección Nacional.

Qué tiene que ver lo anterior con la Reforma del Estado? Directamente nada, pero sí mucho con la transición a la democracia. Parcelar la democracia y declararla nada más política y económica, por esencial que esto sea, es evadir el sentido de la democratización a fines de siglo. El combate a la desigualdad, tarea primordial en el acoso al neoliberalismo, es también y en enorme medida, tarea cultural, de modo similar al de empresas como el feminismo y los grupos ecologistas. Si el tránsito a la democracia no es también cultural, se corre siempre el riesgo de empezar de nuevo.* Ponencia presentada en el Foro Especial para la Reforma del Estado, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.