Miguel Concha
Lengua, cultura y sociedad

Hace poco más de cien años los estudiantes podían consultar un Compendio de Geografía Universal, cuya XV edición se imprimió en 1875 en París. Ahí uno podía enterarse que los habitantes de Guinea Alta son ``negros, robustos e ingenuos; pero holgazanes, vengativos y ladrones''; que los persas ``son sobrios, afeminados, hábiles, dados a la poesía, ardientes y vengativos'', mientras que los ingleses son ``valientes, cultos, honrados, muy industriosos, amantes de su libertad y de su patria, emprendedores y laboriosos, muy dados al comercio y a las artes útiles''. Contrariamente se informaría que ``los árabes beduinos son ladrones, aunque en algunas ocasiones se muestran hospitalarios y compasivos con los viajeros''. No dudaría un instante si me dijeran que Adolfo Hitler conoció el mundo y forjó su mente desde esas mismas páginas de la XV edición.

Nunca más es un lema que hoy para muchos tal vez no signifique nada. A no ser para los más viejos entre los judíos europeos. A lo mejor sí lo recuerden los sobrevivientes de la lucha antifascista. Probablemente diga algo a quienes en nuestros días luchan por ser reconocidos en su dignidad humana. El Nunca más se gritaba, se escribía en las paredes y en los encabezados de muchos artículos de prensa. Y la idea que encerraba era que jamás volvieran a vivirse los horrores que generaron la intolerancia política, racista, nacionalista, religiosa, etcétera, que ensangrentaron y ensombrecieron al mundo, principalmente europeo, de la primera mitad del siglo XX. Que no volviera a vivirse la experiencia espantosa originada en la pretensión de la supremacía de unos pueblos sobre los demás.

Pero es curioso cómo, pasados pocos años y pocas décadas, la historia nos muestra de nueva cuenta que la intolerancia continúa predominando entre algunos que cuentan con el poder suficiente para imponer sus ideas y sus decisiones por encima de los demás. Y cómo, haciendo uso de su fuerza de penetración ideológica, no cesa en su empeño de ``educar'', en el sentido de dar forma, bajo su cosmovisión vertical, a quienes se encuentran dentro de su radio de influencia.Es curioso igualmente que hoy, como hace cien años, el diccionario de sinónimos de Microsoft reproduce aquella misma visión que formó las mentes de quienes estudiaron al mundo desde el parisino Compendio de Geografía Universal.Afortunadamente contamos con estudiosos que nos explican qué es lo que hay por debajo de las palabras y cómo es que a partir de la lengua nos relacionamos con la realidad, adoptamos una postura en ella y cuáles son sus consecuencias.

Carlos Lenkersdorf nos dice en su libro Los Hombres Verdaderos. Voces y testimonios de los tojolabales, que: ''1) Mediante la lengua nombramos la realidad. 2) Nombramos la realidad según la percibimos. 3) Al pertenecer a diferentes culturas y naciones, no todos tenemos la misma percepción de la realidad. Por ello 4) nos relacionamos de modos diferentes con la misma realidad. En conclusión, las lenguas nos hacen captar las distintas cosmovisiones de culturas diferentes''.

En su trabajo el autor analiza culturas que se diferencian cualitativamente: las de los mayas-tojolobales y las de las sociedades dominantes de raíces indoeuropeas.Haciendo un estudio comparativo de lenguas estructuralmente diferentes, Lenkersdorf subraya la vinculación íntima que existe entre lengua, cultura y sociedad, y desde ahí nos lleva de la mano para comprender cómo, desde nuestra misma lengua, establecemos una relación sujeto-objeto, en la que yo soy el sujeto y lo demás, las otras personas y la naturaleza, son sólo objetos. Mientras que, por el contrario, entre los tojolabales la relación es de intersubjetividad. Con las personas, con la naturaleza.

Desgraciadamente nuestro espacio es demasiado estrecho para hablar más de esta interesante obra que, ganadora del premio de ensayo literario Lya Kostakowsky, fue presentada apenas el pasado 26 de junio en el Centro Cultural Arnaldo Orfila.

Pienso no obstante que debe ser estudiada con mucha atención, sobre todo por quienes estamos involucrados en la construcción de un nuevo México, que, sin hegemonismos ni falsos igualitarismos, incorpore en el mosaico nacional, como pueblos esencialmente diferentes, a los indios, con toda su cultura, su cosmovisión, su lengua.