El presidente Zedillo señaló hace unos días en Zacatecas, que el problema principal del país era de tipo político, y curiosamente añadió que ha faltado debate público sobre el proyecto económico del país. Unos días después, en el estado de México, el Presidente volvió a poner el dedo el llaga y declaró que los mexicanos ``ya estamos hartos de la corrupción'', con un nosotros en donde se incluyó como parte del conjunto. Al día siguiente emergió un otro movimiento armado en el estado de Guerrero.
En estos días se han tejido los discursos con las acciones y han formado un clima de contrastes y paradojas. Se han recrudecido las tensiones en el país, no sólo por la acumulación de viejos problemas que no se resuelven, sino por la aparición de nuevos frentes de batalla. Al buscar algún tipo de explicación de este momento encontramos la siguiente posibilidad: por paradójico que pueda parecer y a pesar de las positivas expresiones sociales de pluralidad, hay una ausencia de política en el país, es decir, una incapacidad, del gobierno y de los principales actores, para ponerse de acuerdo en las reglas del juego; formas de lograr consensos para la resolución de los problemas del país. Este universo de reglas, contrapesos, y pluralismo se encuentra atorado, así lo demuestran la gira del Presidente por Tabasco, la aparición de un ``nuevo'' grupo armado en Guerrero y las repercusiones de estos dos acontecimientos en el frágil proceso de reformas políticas y de diálogo en Chiapas, que no terminan de concretarse.
Cuántas veces el gobierno ha repetido que su receta económica es la mejor y la única para salir de la crisis? Cuántas veces se han elaborado múltiples críticas a esta vía económica que se han topado con la indiferencia e inclusive con la prepotencia de los operadores de la política económica? Cuántas veces hemos escuchado el discurso contra la corrupción, y los buenos propósitos del gobierno en corregir ese dañino componente de la vida pública? La formulación de estas preguntas no obedece a un recurso de retórica, sino a una expresión de la gravedad del problema. No sólo falta política, sino confianza, y cuando no existen estos elementos ingresamos al mundo de la incredulidad, de la desconfianza y de las sorpresas cotidianas que construyen un escenario de incertidumbre.
Qué puede pensar la ciudadanía cuando escucha a su Presidente hablar en contra de la corrupción y sólo un par de días antes se le vio llegar a Tabasco a respaldar a un gobernador, Roberto Madrazo, que se ha distinguido por un manejo turbio de recursos, que está siendo investigado por el poder Judicial, que tuvo tratos y se asoció con un prófugo de la justicia, Cabal Peniche. Esta visita presidencial puso de manifiesto la descomposición social que existe en Tabasco, el clima de violencia y la profunda división que hay en esa sociedad. La razón de fondo es la falta de política; un partido que viola las reglas del juego de manera amplia y comprobada y un gobernante que llega al puesto a través de la compra de apoyos y votos. Por otra parte, la visita descompone el clima de negociación política porque el otro afectado es el PRD, principal antagonista de Madrazo. En Tabasco es necesario volver a instaurar la política, los acuerdos y los consensos, y mientras Madrazo permanezca en la casa de gobierno será prácticamente imposible lograrlo.
Mientras se llega a saber con más detalle cuáles son las dimensiones del EPR de Guerrero, se pueden enmarcar algunos presupuestos. Todavía no se puede saber si se trata de un brote guerrillero puro, o si es una maniobra de grupos internos en la mesa de las carambolas; si existe alguna combinación con el narcotráfico o es alguna mezcla de los elementos anteriores. Por lo pronto el gobierno no podrá negar que no sabía, porque existen evidencias que llegaron a la opinión pública, de que en Guerrero había grupos armados al menos desde de 1994 (La Jornada 1/I/96).
Sin caer en un esquema simplista de causa efecto que explique la pobreza como el detonante de la guerrilla, sí se puede señalar que en Guerrero se cumplen varias condiciones objetivas, que sirven para enmarcar el problema: pobreza extrema, más un clima de fuerte represión, como quedó claro en la matanza de Aguas Blancas; además, hay impunidad, como quedó demostrado con los obstáculos para la salida de Rubén Figueroa y después con el bloqueo que hizo la fracción priísta en la Cámara de Diputados para impedir el juicio político en contra de este singular gobernante, muy típico del gremio duro de los priístas. A la pobreza, la violencia y la impunidad se le puede sumar la tradición guerrillera, posiblemente la más importante del país en los años 60 y 70 con Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. Volvemos al mismo problema; en esa región se está expresando con dramatismo la falta de una construcción política, de una vía institucional de consensos y Estado de derecho que posibilite una convivencia civilizada y someta a las formas caciquiles de la violencia en la que viven millones de campesinos. Por lo pronto, la militarización de esa región es un hecho.
Cuánta descomposición, desconfianza y endurecimiento aguantará el sistema político mexicano antes de que la salida política de una transición democrática se vuelva inviable? Tal vez no mucha más.