Para la mayoría de los actores, la violencia se identifica con retrocesos y agravamiento de los problemas. Sin embargo, si algo no se ha podido detener desde 1994 es precisamente la violencia como un recurso para enrarecer cotidianamente a la política. En dos entidades, en la reciente semana, la violencia se ha presentado para actualizar no sólo los riesgos que se corren si no se logran arreglos políticos adecuados, sino que han abonado en favor del círculo vicioso de los desarreglos (sin acuerdos hay violencia, con violencia hay agravios, mayores costos para el acuerdo, mayor proclividad a la violencia, etcétera).
En el caso de Tabasco, una desafortunada visita presidencial no logra sino patentizar el nivel de desgobierno de la entidad. Haciendo a un lado incluso la polémica sobre los procesos en marcha para averiguar los gastos de campaña de Roberto Madrazo, aun concediendo que éstos nunca hubieran existido, los incidentes el día de la gira presidencial y los posteriores dan cuenta de la incapacidad del gobernador para aminorar la polarización existente. Insisto, aun partiendo del supuesto de que la razón jurídica esté del lado de Madrazo en todos los litigios que sostiene, la actuación cotidiana, ya no digamos de sus adversarios sino aun de sus propios aliados, está lejos de ser civilizada.
El tabasqueño cuadro de diputados con garrotes, tomas de radiodifusoras, agresión física a legisladores opositores, por hablar sólo de quienes se identifican, se completa con la bomba molotov colocada en el domicilio familiar de Andrés Manuel López Obrador. Incluso concediendo que Madrazo pudiera ostentar cierta autoridad, de lo que está lejos es de poder hacer gobierno en su entidad. Y de nuevo los efectos en la construcción de arreglos nacionales no podían ser más ominosos. Quien haya efectuado el cálculo político de la gira presidencial, enfrenta ya las consecuencias del desatino.
En el caso de Guerrero, la irrupción espectacular de una nueva fuerza armada que se presenta como Ejército Popular Revolucionario (EPR) en un acto convocado para conmemorar el primer aniversario de la masacre de Aguas Blancas, hasta ahora aporta pocos datos, y levanta en cambio muchas confusiones y dudas. El operativo mediante el cual el EPR hizo su presentación en sociedad estuvo lejos de la improvisación. No parece casual tampoco que irrumpa justo en el momento y bajo el formato político que lo hizo. Así las especulaciones sobre el origen del nuevo grupo tienen sentido. Sin duda que las condiciones de miseria, las prácticas autoritarias, la ausencia de canales institucionales, el olvido, la desesperación, etcétera, acreditarían razones para explicar el surgimiento de grupos armados; sin embargo, éstas que son condiciones necesarias no son suficientes. Por lo demás, no existe hasta el momento alguna precisión ideológica, más allá del léxico ultraizquierdista, que permita rastrear los orígenes del EPR.
Parece más un remedo del EZLN, lo cual no impide que el clima político se enrarezca una vez más. Y las explicaciones oficiales se vuelven a enredar. Si efectivamente se trata de simples delincuentes, es de cualquier forma preocupante que posean un armamento, una organización como la que mostraron en el vado de Aguas Blancas y una pretensión de presentarse como guerrileros. Si se trata de una mascarada que algún grupo de presión montó, bajo el formato de la guerrilla campesina, para envenenar los arreglos políticos democráticos, el escenario y sus horizontes no son halagadores. Por último, si se trata de una guerrilla auténtica, las perspectivas tampoco son optimistas. Las reacciones oficiales que automáticamente se sitúan en el menosprecio, la alergia a compartir la información que se posea, son prácticas que nos condenan a la especulación. Sea como fuere, el surgimiento del EPR es un nuevo dato preocupante, que por desgracia se suma a muchos otros que siguen nublando la ruta de la normalización democrática.