Cuando ya la imagen proyectada desde el mundo oficial se cerraba para soldar la inapelable bondad y certeza del modelo económico vigente, el doctor Zedillo abrió una pequeña rendija para la discusión de sus fundamentos y consecuencias. Aunque el Presidente parece no partir de alguna duda al respecto, sino de plenas seguridades de que todo va por el camino correcto, el mismo acto de exposición tiene especial valor para la vida pública del país.
Habrá versiones de que los motivos del gobierno no pasan de simples estratagemas para aflojar las tensiones con la prensa, la oposición o con los muchos descontentos de la izquierda y derecha. Una vez logrado tal objetivo, y sin haber transigido en algo de sustancia, las aguas volverán a su cauce de siempre y nada habrá cambiado. Pero también es posible que tal gesto de apertura obedezca a una obligada respuesta del poder a la presión que, desde la sociedad, se ha ejercido de manera constante y creciente.
Por menos sensibilidad que pudiera tenerse en la cúspide decisoria, es imposible no reconocer la tupida crítica que surge en muchas partes de la nación y cuya intensidad amenaza con desbordes que tendrían efectos nocivos en la recuperación planeada. Ignorar los desbalances que la aplicación del modelo, básicamente financiero, ha generado, además de constituirse como un error político, es también peligroso para la estabilidad completa del sistema de convivencia. Lo menos que se puede hacer entonces es alargar un reconocimiento a los motivos expuestos por Zedillo para citar a la discusión informada de su política económica: la necesidad de conducir la cosa pública mediante la creación de consensos mayoritarios. Ello implica, entonces, ir abandonando la parcialidad y el autoritarismo con que se diseñó y la violencia con que se viene aplicando el conjunto de medidas para salir de la profunda crisis en donde se metió a los mexicanos. Después de haber iniciado el movimiento en la dirección del diálogo, sobre todo en materia económica, difícil será dar carpetazo o retirarse del debate cuando se aborden temas y aspectos espinosos. Se tiene, por fuerza, que discutir sobre temas como deuda y capacidad de pago, impuestos, rubros presupuestarios indefinidos y hasta ocultos, gasto social efectivo, programas industriales, apoyos a la banca, privatizaciones, inversión en el campo y, con particular acento, la equidad para evitar hacer más pobres y más injusto el reparto del ingreso.
La administración actual del país debe saber que no puede seguir dándose el lujo de rechazar la participación, crear ``enemigos'' donde sólo existen opositores, aislarse y tomar distancia de la crítica sino, en efecto oírla, en un ejercicio continuo de confianza en las habilidades de personas y agrupamientos cada vez más vastos y distintos. Zedillo debe retractarse de su afirmación formulada en Canadá acerca de la imposibilidad de gobernar oyendo lo que dice la prensa. Es preciso no sólo oírla cotidianamente, sino atender a sus problemas y vicisitudes para asegurar que ella transmita, de la mejor manera, las pulsaciones que emite la sociedad. En los medios de comunicación se tienen las correas de transmisión más efectivas para ir de un polo al otro de los actores del desarrollo, de la periferia ciudadana al centro de mando y viceversa. El gobierno no tiene un método o un vehículo mejor que los medios de comunicación para conocer lo que les pasa y quieren los mexicanos. En pocas palabras, con ellos hay que llevar a cabo la diaria tarea de gobernar.
La apertura iniciada puede obedecer además a los movimientos que segmentos estratégicos de la sociedad están llevando a cabo en estos tiempos de desconcierto, enojo, enfrentamiento y penalidades. Personajes relevantes, grupos que tienen conexiones con los sentires de la población, militantes partidistas inconformes y hasta partidos completos, buscan un reacomodo de inédito perfil que capitalice la energía, ahora todavía dispersa, de millones de ciudadanos que no tienen cabida en el reparto actual. El desplazamiento de inquietudes bien pudo llegar hasta las cumbres decisorias forzando a una respuesta específica, aunque ésta pudiera ser para neutralizarlas. La factible discusión del modelo económico, junto a las conclusiones derivadas y cualesquiera que éstas sean, llevará a visualizar con mayor claridad las rutas disponibles por las que circularán tanto las formaciones de nuevo cuño como las ya establecidas y el mismo gobierno. Son pues, tiempos de promesas y empiezos ante los cuales más vale actuar con buena fe y con aguzada sensibilidad para evitar mayores frustraciones y desconfianzas.