Carlos Bonfil
Del suicidio como resitencia pasiva *

Vladimir Ceballos, roquero cubano en exilio: ``En Cuba la vida no significa nada. Desde pequeños nos han enseñado que la muerte es lo mismo que la vida''. Uno de los muchos lemas en los muros de La Habana confirma a diario la permanencia del dogma: ``Morir por la patria es vivir''. El video Socialismo o muerte, realizado en territorio cubano por el periodista sueco Ben Norborg, opone los testimonios de jóvenes y de autoridades para relatar la tragedia de decenas de muchachos de 15 a 25 años que decidieron inyectarse el virus de inmunodeficiencia humana con el fin de mejorar sus condiciones de vida. La transfusión era ``casera'': el interesado extraía de la vena de un compañero infectado la sangre que acto seguido se inoculaba en su propia vena. Uno de los infectados, Papo Delgado (22 años), refiere, a manera de letanía desesperada, la crónica del momento fatal: ``Tengo en las manos la jeringa. Queda sangre, sangre infectada, sangre de rock, sangre de música, sangre de no trabajar, sangre para escuchar rock, sangre de muerte, sangre con malas noches, sangre de mis amores, sangre de conciertos, sangre que penetra en mis venas, sangre de haber nacido, sangre, coño, que penetra, me llega, me calienta, me vuela, sangre de jeringa que cae al piso''.

Integrantes, en su mayoría, de grupos de rock de Pinar del Río, Santa Clara y La Habana, eligieron el riesgo de la muerte (en un cálculo absurdo pensaron que en cinco años la ciencia descubriría la cura del sida), para poder ingresar en sanatorios especializados (sidatorios) donde se comía mejor que en el resto del país y donde podían escuchar libremente la música de su agrado.

Dice Juan Luis Pérez (19 años): ``Era la única forma de escapar a la policía. El Estado nos orilló a tomar esa decisión''. La autoinoculación del virus mortal: forma inédita (y escalofriante) de resistencia pasiva frente a reglamentos que dictan cómo debe vestir y comportarse un joven en Cuba, contra la arbitrariedad de los interrogatorios en plena calle, contra los arrestos y las multas por llevar el pelo largo, por llevar aretes o ropa inadecuada. Esta actitud tuvo un momento de gran rigidez a mediados de los sesenta, pero en 1988 se intensifica al aplicarse una directiva del ministro Raúl Castro contra los comportamientos ``antisociales'', lo que desató operativos de vigilancia y represión, las ``batidas'' (redadas), que autorizaban interpelar en cualquier momento a los jóvenes, cortarles el pelo e imponerles el trabajo forzado.

A finales de los ochenta, se notifican en Cuba los primeros casos de sida, y el gobierno toma medidas para aislar a los enfermos. Marginar todavía más a los ya marginados, entre ellos, a los roqueros que no comparten la idea de entretenimiento juvenil que fomenta el gobierno.

Para quienes deciden inyectarse el virus del sida, vivir en la enfermedad significa, según varios testimonios, conquistar una libertad nueva, gozar de un estatus especial (rechazados, pero relativamente intocables), y vivir al margen del hostigamiento policiaco. Con la experiencia directa de la enfermedad, los jóvenes autoinyectados se arrepienten de la decisión, pero siguen sosteniendo su carácter de protesta. Dice uno de ellos: ``Esto en cualquier otro país sería un problema de locura; en Cuba, es un problema político''.

En el video, el funcionario cubano Jorge Pérez, especialista en sida, señala que la actitud de estos jóvenes es totalmente suicida, y que puede darse en cualquier otra sociedad. Hay suicidas porque hay insatisfacciones y crisis personales, y porque la gente se deprime''. A manera de conclusión añade: ``En Estados Unidos hubo un aumento de suicidios durante la guerra de Vietnam, la gente se quemaba como Buda, se prendía candela''. Ya indetenible afirma: ``No hay sociedad perfecta, y esta sociedad tiene personas normales y tiene también personas que no son normales. Tiene respuestas patrióticas, que a veces exacerban, y tiene respuestas negativas porque tiene que tenerlas, porque es una sociedad''.

Al linchamiento ideológico que sistemáticamente transforma a un disidente en persona anormal o desquiciada o delincuente, se le deben viejos reglamentos como la llamada Ley de Peligrosidad, que marginaba y penalizaba cualquier comportamiento ``anómalo''. Una variante de ese tipo de hostigamiento es la descalificación moral de la conducta juvenil. Al hablar del caso trágico de los autoinyectados (200 casos, según los jóvenes entrevistados; menos de 30, según las autoridades), el doctor Rigoberto Torres, jefe del programa cubano de lucha contra el sida, sentencia: ``Algunos lo hicieron porque tenían problemas con la policía, eran gente con antecedentes de robos y escándalos públicos''. (Reforma, 31 de mayo, 1995).

En el video sueco Socialismo o muerte, los ``delincuentes'' desahuciados conquistan un derecho ya inconculcable: expresan un punto de vista valiente y dan testimonio de una tragedia a la vez personal y colectiva. La solidaridad afectiva de sus padres --manifiesta a lo largo de todo el video-- es prueba irrefutable de la permanencia de la generosidad en un clima de intolerancia.

Socialismo o muerte fue presentado en Guadalajara durante el 19 Encuentro Internacional de Televisoras Públicas 96 (INPUT 96).

* El video Socialismo o muerte se proyecta hoy en el Museo Universitario del Chopo en el marco de la Semana Cultural Lésbico-Gay. El texto que publicamos está tomado del suplemento Letra S, sida, cultura y vida cotidiana, de El Nacional (6/06/93).