Es tiempo de regresar a la discusión de lo que sí importa: la crisis económica que no termina por ceder, la transición democrática en marcha a pesar de todo, y el contexto subcontinental donde se desenvuelven estos procesos, con énfasis en nuestra nueva alianza histórica y estratégica con Canadá.
Para ello es necesario apartarse de los rumores malignos cuyo origen es imposible conocer. También deben dejarse atrás los avatares dublineses, con su cauda de conspiraciones reales o fantasmales, y sus pobres embajadores injustamente sacrificados en aras de la fama y el espectáculo de los hijos de pura cepa oligárquica, esos activos promotores de las oscuras componendas, que se mueven ya en la búsqueda del poder perdido o porque nunca lo han tenido.
En fin, la realidad exige hacer caso omiso de los dimes y diretes de comadres, cabareteras, policías, capos, ladrones y otros conocidos personajes del escenario político mexicano, incluyendo ex presidentes, aunque sólo fuese momentáneamente, para regresar a la discusión de lo significativo: el caos económico y financiero resultante de modo inequivo de políticas económicas al servicio de extrañas pasiones neoliberales de mezquindad inocultable, los avances en la reforma electoral que quisiéramos irreversible en México, y los nuevos reacomodos subcontinentales de América del Norte ahora marcados por la pretendida aplicación de la ley Helms-Burton, que en su dialéctica contradictoria trajo consigo como parte positiva el acercamiento amistoso y la cooperación política entre México y Canadá, tanto en organismos internacionales como en el diseño de estrategias para la neutralización jurídica y futura abrogación de la ley mundialmente repudiada.
Dentro de este contexto conviene analizar la nueva relación México-Canadá. Nuestro nuevo país amigo, sin mayores aspavientos se ha convertido en la pieza clave de nuestras relaciones con el continente y de modo especial con el vecino común y conflictivo: Estados Unidos. Es indudable que acercarnos a Canadá nos refuerza, y resultará cada vez más evidente que una alianza estratégica entre los únicos países que circundan territorialmente a Estados Unidos representará un ingrediente inestimable de equilibrio en las relaciones panamericanas.
Sin embargo, una alianza de esa envergadura impone compromisos inexcusables, como la transformación democrática irreversible en nuestro país. Razón tuvo el presidente Zedillo, en su reciente visita a Canadá, de comprometerse a favor de ese cambio politico estructural y de manifestarse como demócrata convencido; sabe que ya no es posible pretender alianzas con países democráticos, como Canadá y la Unión Europea, si antes no se muestran credenciales democráticas irrefutables. De ahí que se afirme aquí que la nueva relación con Canadá favorece nuestro cambio democrático.
No ha sido el caso en nuestra relación con Estados Unidos, para el que el tipo de régimen no importa tanto si así conviene a sus intereses; ése fue el caso desde su reconocimiento de facto del gobierno carrancista en 1915 hasta el régimen de presidencialismo ilegítimo, venal y autoritario de Carlos Salinas de Gortari con quien sostuvo inmejorables relaciones, espíritu de Houston mediante, aun cuando sabían de los turbios negocios del salinismo, o peor aún, a sabiendas y utilizándolo como palanca para remover principios constitucionales y obtener concesiones de todo género.
Parece clara la interacción entre múltiples factores y su resultado, la Helms-Burton acompañada de la aplicación inequitativa del TLCAN por parte de Estados Unidos, la desaparición de la URSS como polo de equilibrio mundial, la globalización o mayor interdependencia mundial y la conformación de bloques comerciales supranacionales, impusieron en términos geoeconómicos y geopolíticos la necesidad de una alianza explícita entre México y Canadá. Y cabe suponer que este nuevo acuerpamiento entre ambos países permitirá enfrentar de modo más exitoso la arrogancia del vecino y socio común, con el cual es más fácil negociar en un esquema tripartita. Su nueva posición de aliados los obligará a concertar acciones y afinar posiciones políticas conjuntas para neutralizar las contradicciones hasta ahora irresolubles entre Estados Unidos y Cuba, y de modo más inmediato las que se generen y despredan del TLCAN.
Es pertinente advertir que la integración subcontinental sólo podrá desarrollarse en plenitud con beneficios indiscutibles para los tres países signatarios del TLCAN: abrogándose la ley Helms-Burton; conforme avancen las relaciones de cooperación en todos los órdenes sin menoscabo de las soberanías; si se encuentran los mecanismos adecuados y confiables para dirimir de modo negociado y conforme a derecho internacional toda suerte de diferencias, asimetrías y contenciosos; cuando se negocien mecanismos compensatorios favorables a las zonas menos desarrolladas de la región subcontinental en proceso de integración; cuando culmine el bloqueo contra Cuba; y por supuesto, en el momento en el que México se democratice y recupere del caos económico. Queda un buen trecho por recorrer.