Jean Meyer
El consulado

Las noticias de Rusia no son malas. Una participación electoral de 70 por ciento, en unas elecciones que sí tuvieron lugar: no fueron pospuestas, no fueron canceladas, no fueron fraudulentas (ni más ni menos que, digamos, las francesas o las norteamericanas). Vale la pena señalarlo porque no faltaron los profetas de desgracias.

Yeltsin viene en primera posición, pero con unos cortos tres puntos de ventaja sobre el nacional-comunista Ziuganov, quien tuvo exactamente los votos pronosticados. Es una buena noticia, porque eso obligó a Yeltsin a negociar con el número 3, el general Lebed. Cuando a México llegó Evgueni Ambartsumov, el actual embajador de Rusia, dijo que de todos los generales rusos, el más interesante era el entonces comandante del XV ejército, estacionado en Moldavia. El joven general con físico de boxeador, veterano de Afganistán como su colega y archienemigo Pavel Grachov, secretario de la Defensa hasta el 18 de junio acababa de imponer la paz en la pequeña república independiente de Moldavia, destrozada por la guerra entre moldavos y rusos de Transnistria. Lebed trató por igual a los dos bandos, impuso e hizo respetar el cese al fuego, no dudó en denunciar a los ministros corruptos, fueran rusos o moldavos. Un hombre muy inteligente, dijo Evgueni Ambartsumov.

Lebed le causó muchos dolores de cabeza al gobierno ruso y especialmente a su ministro de la Defensa; no dudó, desde un principio, siendo aún general con mando de tropas, en acusarlo de inepto y de corrupto. Renunció antes que aceptar una mutación que hubiera podido interpretarse como un castigo aceptado, y multiplicó sus críticas.

Meses antes de que empezara la guerra en Chechenia, anunció, denunció lo que iba a suceder. Al primer disparo, declaró que era una vergenza criminal, que el Ejército iba a perder su alma y su honor en una guerra colonial y que al final, como en Afganistán, tendría que salir con la cola entre las piernas. Antes de que eso sucediera, Ambartsumov había dicho en francés al francés que lo entrevistaba: ``Puede ser nuestro Bonaparte''. El 16 de junio obtuvo 15 por ciento de los votos.

El día 18, dos días antes de las elecciones, Yeltsin y Lebed se pusieron de acuerdo. Yeltsin nombró al general secretario del Comité de Seguridad Pública que coordina los llamados ``ministerios de fuerzas'' (Defensa, Gobernación, Policía) en relación también con la Secretaría de Relaciones Exteriores. Es una buena noticia porque significa que la paz en Chechenia dejará de ser un espejismo. Tanto los militares rusos como los insurgentes chechenos saben quién es Lebed. Todos conocen su obra en Moldavia.

El mismo día 18, en conferencia de prensa, Lebed mencionó que varios generales presionaban a su adversario ahora derrotado, Grachov, el secretario de la Defensa, para dar un golpe de Estado. Poco después cayó la noticia del cese de Grachov. No hay que vender la piel del oso Ziuganov, el apoyo de Lebed no significa automáticamente el traslado de sus 11 milones de votos para Yeltsin. La novedad es que el Presidente deja de ser tan poderoso, y que, en lugar de descansar sobre un círculo íntimo de favoritos nefastos, tendrá que apoyarse sobre los cónsules. Cónsul, el primer ministro; cónsul el general Lebed, quien podrá decir quién te hizo rey? si Yeltsin obliga sus promesas que son las de Lebed: orden, honestidad, paz. Muchos se han puesto a temblar.

Una última buena noticia desde Moscú, por lo menos para Alvaro Mutis y Adolfo el bizantinista; justo un mes antes de las elecciones, el 16 de mayo durante la Pascua rusa, se restableció el vínculo eucarístico entre Moscú y Constantinopla.