Hay una pregunta que flota en el ambiente, más allá de la agitada política de circunstancia: cuáles son las posibilidades de la izquierda? Por qué en un país en crisis cuyo costo ha sido de 70 mil millones de dólares, 39 por ciento del PIB, según informó el presidente Zedillo durante su viaje a Canadá, las preferencias electorales parecen ir más hacia la derecha que hacia la izquierda?La crisis política del sistema, desde luego, y la crisis económica que se ha ensañado con el país (ilustrada por las cifras anteriores), que ha desmantelado buena parte de la planta productiva, aumentado un desempleo que rompe el tejido social y es causa también de la violencia delictiva, y en que las ``microeconomías'' se han contraído dramáticamente y la pobreza extrema se ha ensanchado tal vez como nunca antes, parecen beneficiar a la derecha, tradicionalmente sin interés por resolver estos problemas, y no a la izquierda. Por qué tal situación?Personas, grupos, organizaciones sindicales y civiles, miembros de partidos políticos o no, se preguntan por el hecho y sobre la manera de superarlo. Es decir, acerca de las posibilidades de la unidad de una izquierda que no parece encontrar su camino (de una izquierda que vendría desde el centro democrático).No es sencilla la respuesta a las interrogantes, y menos en unas cuantas líneas. Dejaremos ahora, ya que nos llevaría demasiado lejos, el examen de los sentimientos de frustración y la necesidad de ``seguridad'' que alimentan la fuerza de la derecha. Más bien intentemos ahora unas palabras acerca de la unidad de la izquierda, aun a riesgo de excesiva simplificación.Históricamente hay, sin duda, hondas razones políticas y sociales que explicarían la debilidad de la izquierda. El dogmatismo imperante durante décadas todavía presente de mil maneras ha sido una de las causas. La otra, el hecho de un escenario político y social dominado por el PRI, que no permitió un espacio real para otras reivindicaciones más radicales. Mencionemos también la extraordinaria diversificación de la sociedad en las últimas décadas y la explosión demográfica en un inmenso país sin fáciles comunicaciones ni evidentes sentimientos de pertenencia ``colectiva'' o ``solidaria'' respecto a infinidad de problemas que en realidad son comunes.
Pero volvamos al tema. La unidad de la izquierda, a mi manera de ver, no podría venir hoy de una sola organización que pretenda ``abarcar'' a todas las demás, conteniendo y dirigiendo al conjunto. No hay, con poco peligro de equivocarme, ninguna que tenga títulos suficientes para ello. No por sus debilidades intrínsecas o por su falta de méritos, sino porque la historia social y política más allá de los deseos subjetivos de cada quien plantea en determinados momentos lo posible y lo improbable.
Es indudable, sin embargo, que la crisis dramática que vivimos ha propiciado el surgimiento de multitud de organizaciones de todo tipo que tienen como horizonte intelectual y práctico una solución a los problemas del país en la perspectiva de la izquierda y de la centro izquierda, que luchan por objetivos específicos, que han despertado conciencias individuales y colectivas acerca de la ``cuestión'' política y social, y que postulan además, como necesidad perentoria, la urgencia de que se actúe en unidad, en convergencia de esfuerzos y en articulación organizada de propósitos y fines. Esta necesidad, a los ojos de muchos, se ha convertido con razón en absolutamente imperativa.
Si es verdad que resulta punto menos que imposible, y que seguramente estaría destinado al fracaso el intento de un solo partido u organización de convertirse en el único punto de referencia de la unidad de la izquierda, debemos pensar entonces en otra vertiente: la unidad ha de producirse entre las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones empresariales, los grupos profesionales e intelectuales, etcétera. No como fusión ``orgánica'', diría, sino como alianzas y coincidencias para fines específicos, para luchas concretas y definidas. Y aun para objetivos más amplios y fundamentales como el de la reconstrucción nacional, como el del trabajo en favor de una serie de ``compromisos con la nación'', en favor del ``país que deseamos''.
Esto conduce a otra necesidad: la formulación de un programa mínimo de convergencias y el horizonte de una acción articulada y unitaria en función de determinados objetivos precisos, de luchas específicas que han de ser solidarias y complementarias. Pero decía además que esa alianza y unidad de lo que es diferente pero en función de coincidencias esenciales no sólo debe plantearse para la circunstancia, para un propósito de coyuntura (por ejemplo una ocasión electoral), sino con una ambición mucho más amplia: la reconstrucción nacional, que es por definición una empresa histórica.
Por supuesto que esa reconstrucción, en su sentido más amplio y propio, no puede estar ``contenida'' ya en el programa mínimo de la unidad, sino que se ha de ir enriqueciendo y cobrando perfil en la misma acción, en la reflexión y en la acción que necesariamente acompañan un proyecto de tal envergadura.
Acción organizativa en favor de la unidad y plataforma programática mínima de las organizaciones sociales, de las asociaciones políticas, de los partidos, de los sindicatos, de las asociaciones profesionales e intelectuales: he allí la primer cuestión que hemos deseado postular en la primera parte de este artículo.