Alberto Aziz Nassif
Presidencialismo desde Canadá

Los signos sobre la crisis del sistema político mexicano, y de la pieza presidencial son ambiguos, pero resultan particularmente contrastantes cuando entra en juego el factor extranjero. Las giras presidenciales a países democráticos son una ocasión especial que obliga a nuestros gobernantes a adoptar no sólo acuerdos comerciales, sino, sobre todo, a entrar en el juego propio de las democracias (prensa libre, ciudadanía organizada, transparencia, contrapesos reales), lo cual provoca ciertas incomodidades, como fue el caso de la reciente visita a Canadá.

El presidente Ernesto Zedillo es, sin duda, un gobernante en tiempos de cambio. No queremos especular sobre la vocación que pueda tener o no este presidente y que los anteriores no tuvieron, sino ir al análisis de las condiciones concretas en las que se gobierna ahora. Hay algunas hipótesis que tratan de caracterizar a este periodo, entre las cuales destaca el debilitamiento de la centralidad presidencial. Se puede apreciar que internamente se trata de un presidente que no ha logrado los consensos de la clase política priísta, y externamente se le percibe como una parte más de las pugnas entre las fuerzas y menos como el gran árbitro que era.

Las viejas fortalezas del presidencialismo mexicano son hoy sus propias debilidades en el exterior. En un afán por lograr los niveles de nuestros principales socios comerciales, nuestros gobernantes intentan aparecer como lo que no son. Un gobernante que se encuentra a la mitad de un proceso de cambio político, como Ernesto Zedillo, ha tenido un desempeño altamente polémico. La semana pasada en su gira por Canadá Zedillo dijo que era un presidente fuerte porque había tenido el voto de más de 17 millones de mexicanos; lo que no dijo es que las encuestas de opinión ciudadana reprueban su gestión y que la elección fue poco equitativa y dominada por una maquinaria estatal con recursos ilimitados. También en la gira el presidente y su comitiva tuvieron que enfrentar los reclamos sobre algunos casos mexicanos conflictivos presentados por varias organizaciones no gubernamentales canadienses, y se vieron obligados a darles respuesta, situación que no ocurre en México, a menos de que esté de por medio alguna demanda como la que hizo Alianza Cívica en contra de la Presidencia para saber el monto de los sueldos, ingresos y partidas millonarias (más de cuatro mil mdd) secretas y/o discrecionales que tiene la Presidencia; así tuvieron que mediar la justicia y los tribunales para que los mexicanos pudiésemos saber lo que gana el presidente o los montos de los que dispone.

No hace mucho, en otra entrevista con prensa extranjera el presidente Zedillo dijo que: no ejercería las facultades extraconstitucionales que normalmente tenía todo presidente mexicano. Un presidente en México no necesita de las supuestas facultades extraconstitucionales para ser fuerte, porque las que sí le da la Constitución son suficientes para ser muy poderoso, y para el que lo dude, puede ver el artículo 89. Las otras vertientes del presidencialismo tienen que ver con los controles políticos del PRI, del Congreso y de los gobiernos estatales y municipales, esa red que actualmente se encuentra en un fuerte reacomodo. El presidente en México es, y quizá deje de serlo, el principal elector, no sólo por el control en la designación de los candidatos de su partido, sino por la transmisión de recursos y capital político que hacía del gobierno al PRI. También en Canadá nos enteramos de otra noticia importante, sobre la cual había ya amplias sospechas, que Ernesto Zedillo no está gobernando el país con la mira electoral, dijo textualmente: ``No voy a tomar decisiones pensando en el voto de las elecciones de 1997, los partidos tendrán que luchar por el voto [...] Un presidente no puede gobernar un país día a día, simplemente basándose en la opinión pública o en la prensa. Si hiciera eso, sería un desastre'' (La Jornada, 13/VI/96). En cualquier sistema democrático esto sería un error grave, pero aquí en México, como estamos a la mitad del túnel, se piensa que lo más democrático es separar al gobierno del partido, premisa correcta, pero a costa de un distanciamiento con la sociedad, consecuencia errónea. En el fondo esta declaración presidencial lo que comprobó es que se tiene una idea falsa de lo que es un gobierno democrático, porque una cosa es no moverse políticamente, como dicen los titulares de prensa, y otra muy diferente es no tomar en cuenta la voz de la ciudadanía y la opinión pública, porque entonces con quién se gobierna y cómo se construyen los consensos que necesita cualquier gobierno.

Otra noticia importante que recibimos del gobierno mexicano desde Canadá fue que la venta de las petroquímicas quedaba suspendida, prácticamente hasta nuevo aviso, porque la legislación que existe es ``imperfecta y es muy probable que en el futuro tenga que reformarse para poder avanzar en las licitaciones'' (La Jornada, 14/VI/96). Después del debate interno en México sobre este tema, el gobierno hace un alto, pero lo anuncia fuera del país.

Imaginemos a Jean Chrétien o a Bill Clinton notificando a la prensa extranjera y en otro país algún tipo de anuncio importante; lo más probable es que se meterían en un problema serio. El día que nuestros gobernantes se comporten adentro del país como lo hacen afuera, ese día estaremos en otro sistema político.