Eduardo R. Huchim
Asalto a las policías

Un mediodía de mayo pasado, en la capitalina calle de Monterrey, un motopatrullero me detiene porque asegura me pasé un alto y no hice caso a los silbatazos de un agente. Pide mi licencia de conducir y descubre que expiró dos días atrás.

Tiene usted razón, está vencida. Esto tengo que aceptarlo, pero no que me pasé un alto argumento.

Si quiere, regresamos al crucero donde el agente tiene anotadas sus placas. Por licencia vencida son varios días de salario mínimo, más lo del alto.

Bien, levánteme la infracción.

Además tiene que acompañarme al corralón.

Déme la multa, le acompaño a donde quiera, pero lo que no voy a hacer es darle mordida. Estamos?Andele, así me gusta, que me hablen claro.

Es un asunto de convicción personal. Además, usted podría ser un agente honrado.

Ni tan honrado, mi amigo, ni tan honrado. Puedo dejarlo ir, porque soy su amigo.

Muchas gracias, mañana mismo renovaré mi licencia digo, pensando que el problema terminó.

Soy su amigo, pero no soy un santo contrataca.

Pues lo dicho contesto: lo que no voy a hacer es darle mordida.

El agente, quien hasta ese momento mostraba buen humor, se pone serio y dice:Sabe por qué no lo dejo ir, por qué no soy honrado? Porque así me hizo el sistema, soy un producto del sistema, y tengo que seguir sus reglas. Si no, mejor me voy a meditar al Tíbet, con los lamas.

Me habla brevemente de los entres, de cómo se eslabonan las cadenas de corrupción, de la compraventa de los puestos de motociclistas y patrulleros, de que los agentes deben pagar con su dinero armas, uniformes..., y finalmente me dice:Bueno, ya váyase. Me gustó eso de ``convicción personal''.

Semanas después de este incidente, uno de los miles que ocurren todos los días en la ciudad de México, un general fue nombrado jefe de la policía capitalina, y uno de sus primeros compromisos fue combatir la corrupción.

La carrera castrense, cuyos seguidores están sujetos a un estricto control sobre su patrimonio, ofrece un importante status de prestigio. El militar que se corrompe puede ser fácilmente detectado, tiene mucho que perder y por ello lo pensará antes de dar el paso, si bien esto no implica la inexistencia de militares corruptos. En el caso de los policías, prácticamente no existe carrera alguna tan es así que sus jefes raramente tienen origen policial y su entorno es de desprestigio. Si a esto añadimos los bajos salarios el de los miembros de base de la Secretaría de Seguridad Pública, incluidos los granaderos, es inferior a 3 mil pesos mensuales, el marco propicio de corrupción está dado.

Una de las primeras decisiones para combatirla ha generado alarma: el nombramiento de decenas de generales y coroneles en los puestos más importantes de la SSP. Si se mantuviera a los jefes actuales, nada se lograría contra la corrupción, de modo que es evidente la necesidad de cambiarlos. Sin embargo, las ventajas anticorrupción no anulan los severos inconvenientes que conlleva la presencia de militares en cuerpos civiles de seguridad. Estos son algunos de ellos:a) El entrenamiento castrense está dirigido, fundamentalmente, al ataque y la acción armada. Matar al enemigo está presente en la formación del militar. En cambio, la tarea del policía es proteger vida y patrimonio de sus conciudadanos. Matar no figura entre sus funciones y sólo es admisible que lo haga, como cualquier ciudadano, en defensa propia.

b) Pese a los públicos compromisos de respeto a los derechos humanos, la dureza y el fuero de los militares y su poco contacto con los civiles los hace a éstos más proclives a violarlos.

c) Militares han estado a cargo de la policía capitalina y de otras corporaciones en el país, pero su presencia no ha tenido frutos afortunados, porque el problema no es sólo de las cabezas sino de todo el cuerpo policial, de su integración, de su formación, de su salario, de su mística inexistente.

Y quizá lo peor de todo es que los militares han protagonizado, de la mano de las autoridades civiles, un verdadero asalto a las policías. Sin contar a los jefes de corporaciones locales, cuatro son los más destacados: general Enrique Salgado Cordero, recién nombrado titular de la SSP del DF; coronel Cuauhtémoc Antúnez Pérez, administrador de la Policía Fiscal Federal; general Luis Roberto Gutiérrez Flores, jefe de la Policía Judicial del DF, y capitán de la Armada Américo Flores Nava, director de la Policía Judicial Federal. En conjunto tienen mando sobre más de 80 mil hombres.

Y como dijo un viejo coronel al periodista Rafael Aceituno, después de recordar que el Ejército tiene 175 mil soldados:El que controle esa fuerza tan importante de hombres armados del Ejército y las policías controlará muchas cosas (Siempre! 2243, 13 de junio de 1996, pp.8 y 9).