Los suicidas cuentan con un extenso menú para perpetrar su acto final. El salto al vacío, el harakiri, la bala en el paladar o en el corazón, la navaja contra las muñecas previamente dilatadas por un baño María, la tradicional sobredosis. Cuando el suicidio viene avalado por una enfermedad terminal, el enfermo, en algunos países, puede recurrir a un médico para que le aplique una inyección que lo conduzca amablemente hasta la tierra de nunca jamás. Para contar con la bendición médica, el paciente debe acreditar la gravedad de su enfermedad y someterse a un examen psicológico que evidencie sus deseos de bajarse en la siguiente esquina. Comparado con el bravo que, sin más ni más, salta al vacío, los preparativos médicos pueden parecer un exceso; sin embargo hay gente que aunque desea morir, no quiere hacerlo por sus propias manos. Para falicitar el trámite legal, el doctor Philip Nitschke, ha inventado un programa de computadora, acompañado de un maletín con instrumental suicida, de nombre Seif Deliverance (Auto Liberación). Este verdugo cibernético funciona de la siguiente manera; el suicida se instala frente a su computadora, hace las conexiones necesarias que van del maletín a la computadora y de ahí a la vena de su preferencia, entra al programa, llega a un aviso que dice: si oprimes ``si'', recibirás en 30 segundos una inyección letal que te aniquilará. Más abajo dice: deseas proceder?, ``si/no''. La máquina del doctor Nitschke puede usarse, por lo pronto, exclusivamente en Darwin, una población situada en el Territorio Norte de Australia.
La revista Rolling Stone, en su edición del 30 de mayo, dedica una buena cantidad de páginas a la sobredósis, esa parte del menú suicida que ha engendrado tantas leyendas, y quién puede asegurar que los sobredosificados querían morirse? Las dos figuras centrales son Kurt Cobain de Nirvana y Shannon Hoon de Blind Melon; aunque el primero murió de un balazo y el segundo sobredosificado de cocaína, ambos alcanzaron ese límite empujados por su muy célebre adicción a la heroína. Cuando Cobain murió, Hoon, sacado de onda como ninguno, apareció al frente de su banda en el programa Late Show With David Letterman, con la frente decorada por un signo de interrogación. Estos dos músicos trágicos han servido para que otros músicos, capitaneados por Steven Tyler, la gran boca de Aerosmith, empiecen a exigirle a las compañías disqueras un poco de atención para los músicos que cuenten con perfil suicida. La revista demuestra con cifras que en Estados Unidos hay un boom de la heroína; según el NIDA (National Institute on Drug Abuse), desde 1980 el nivel de pureza de la heroína que se vende en las calles ha crecido del 3.6 al 40 por ciento. Y los casos anuales de sobredosificación registrados en los hospitales que en 1988 eran 38 mil 63, en 1994 fueron 64 mil 221. Las compañías disqueras se defienden alegando que su trabajo es hacer discos, no fungir como la mamá de los músicos; sin embargo la muerte de Kurt Cobain, al asociarla con la voracidad junkie de Shannon Hoon, produjo un ruido que puso nerviosos a los ejecutivos de la Capitol Records. Como remedio se les ocurrió contratar a Bobolou, una nana de dos metros, cien kilos, bigote y sexo masculino, que anduviera frenando los impulsos festivos del cantante. Bobolou logró que el camión, los cuartos de hotel y los backstages de varios conciertos permanecieran limpios de alcohol y drogas. Una noche de mala vibra, Bobolou acabó con la paciencia de la banda, al sugerir que sería bueno erradicar también los venenos del café, de los chocolates y de las carnes arracheras. Shanon Hoon en persona bajó del camión a la nana monumental; el pobre Bobolou se quedó solo a media carretera, gozando de la madrugada bajo cero que caía en los alrededores desérticos de Las Vegas. Cobain y Hoon, cada uno por separado, confesaron que el origen de su adicción a la heroína estaba directamente relacionado con la admiración que sentían por Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones, cuya inmunidad contra las sustancias de gradaje majadero, le ha dado la vuelta a ese refrán que dice: ``lo que no mata, engorda'', convirtiéndolo en ``lo que no mata, enflaca'', y queda como prueba su aspecto eternamente cadavérico.
En 1985, Steven Tyler interrumpió uno de sus gritos portentosos para caer sobredosificado y despatarrado a la mitad de uno de sus conciertos. Esa experiencia horrenda lo hizo abandonar la costumbre de cargar con la cuchara y con la jeringa. Hoy, aprovechando su estatus de sobreviviente, encabeza la coalición de ayuda para los músicos adictos: organiza seminarios, mete en cintura a los mánagers y a las compañías disqueras, establece en el backstage de su banda el ejemplo de poner zona de no fumar, de no beber, de no inhalar y de no inyectarse. Funcionará? Será conveniente?; las obras del futuro acabarán con estas incógnitas. Por qué dejaste la heroína?, le preguntaron a Tyler. Su respuesta es capaz de conmover al más adicto: ``por la música; la heroína hace que pierda a mi banda, me roba el talento. Ahora me levanto todos los días con la ilusión de escribir otra canción como Dream On''