La Jornada 15 de junio de 1996

Jorge Luis Borges
Dos poemas ingleses

A Beatriz Babiloni Webster
de Bullrih

I

La aurora inútil me encuentra en una esquina desierta; he resistido la noche.

Las noches son olas altivas: oscuras, azules y densas crestas de olas agobiadas con todos los tintes del profundo estropicio, cargadas de cosas increíbles y deseables.

Las noches tienen el hábito del regalo misterioso y el rechazo, de cosas a medio perder, a medio guardar, de la dicha con un hemisferio tenebroso. Las noches actúan así, te lo advierto.

El oleaje, esa noche, me dejó los acostumbrados jirones y los cabos sueltos: la plática de odiados amigos, música para los sueños, las amargas cenizas humeantes. Cosas que no le sirven a mi corazón voraz.

La gran ola te trabajo.

Palabras, unas palabras, tu risa; y tú tan indolente, tan incesantemente hermosa. Hablamos y has olvidado las palabras.

La aurora destruida me encuentra en una calle desierta de mi ciudad.

Tu perfil que se aparta, los sonidos que van a formar tu nombre, la cadencia de tu risa: estos son los ilustres juguetes que me dejaste.

Los pongo de cabeza en la aurora, los pierdo, los encuentro; se los digo a los pocos perros callejeros y a las pocas estrellas errantes de la aurora.

Tu oscura, espléndida vida...

Debo alcanzarte de algún modo: rechazo los ilustres juguetes que me dejaste, quiero tu oculta mirada, tu sonrisa genuina Ñla solitaria, la burlona sonrisa que tu frío espejo sabe.

II

Con qué puedo abrazarte?

Te ofrezco calles inclinadas, crepúsculos abatidos, la luna de los quebrados suburbios.

Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado lento y largo a la luna sola.

Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los fantasmas que los vivos honraron en bronce; el padre de mi padre, caído en la frontera de Buenos Aires, dos balas en sus pulmones, barbado y muerto, cobijado por su tropa en la piel de una vaca; el abuelo de mi madre Ñapenas veinticuatro añosÑ al frente de una carga de tescientos hombres en Perú, ahora fantasmas en caballos desvanecidos.

Te ofrezco cualquier hallazgo que mis libros puedan guardar, la valentía o el humor que tenga mi vida.

Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.

Te ofrezco esa almendra de mí mismo que de algún modo he salvado Ñel corazón central que no se sirve de palabras, ni trafica con sueños y permanece intocado por el tiempo, la dicha y las calamidades.

Te ofrezco el recuerdo de una rosa amarilla, contemplada al poniente, años antes de que nacieras.

Te ofrezco explicaciones de tí misma, teorías sobre ti misma, sorprendentes y auténticas noticias de ti misma.

Te puedo dar mi soledad, mi tiniebla, la sed de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota.