A finales de 1976, cuando Luis Echeverría dejó su último cargo público, dijo en una entrevista, me parece que con Luis Suárez, que había perdido la costumbre de traer dinero en la bolsa. Es verdad reflexiona el tonto del pueblo: para qué necesita el dinero un presidente de México? No paga renta, luz, gas, teléfono, gasolina, boletos de avión, verificación del coche, hoteles, bolero, peluquero o sastre; jamás compra nada en la calle, porque no va al super, ni al mercado, ni al tianguis, ni al mall, ni al estanquillo, ni a las farmacias, ni a las librerías, y las raras veces que acude a ver un espectáculo le dan entrada libre, como si fuera periodista.
Los presidentes no regalan propinas a los meseros, ni sobornan al maitre d'hotel para que les consiga la mejor de las mesas, ni entregan limosnas contra su voluntad, porque nunca les enjabonan el parabrisas, y hasta ahora ninguno se ha visto forzado a sobornar a un policía de tránsito ni ha sido víctima de un atraco. El poder constituye por sí mismo un extraordinario ahorro, sin hablar de médicos, dentistas, radiografías, análisis clínicos o intervenciones de cirugía mayor que en un momento, vamos a decir, dado, pueden arruinar a una familia. Cabe entonces preguntar discretamente: en México los presidentes pagan las colegiaturas, la ropa y los domingos de sus hijos? O también cubren estas minucias con alguna partida especial?
AC + P = ?
La Presidencia de la República informó antenoche que ``el salario neto mensual del primer mandatario, Ernesto Zedillo Ponce de León, es de 59 mil 139.26 pesos'' y no de 82 mil, como lo dio a conocer el miércoles un boletín de Alianza Cívica. De acuerdo con esta ONG, de 1994 a 1995 la paga mensual de Zedillo aumentó de 14 mil a 52 mil pesos, y en 1996 subió a 82 mil. La oficina de Comunicación de Los Pinos, por su parte, señala que ``el 30 de noviembre de 1994 el Jefe del Ejecutivo Federal'' (llamado entonces Carlos Salinas de Gortari) ``tenía asignado un ingreso de 124 mil 372.75 pesos mensuales''. Con el fin de ajustarse al presupuesto para el ejercicio fiscal de 1995, Zedillo agrega la Presidencia dispuso ``una reducción de 52 por ciento, que se mantiene hasta el día de hoy, pues el ingreso percibido actualmente es de 59 mil 139.26''.
Los números, como se ve, no cuadran en modo alguno. Los 14 mil pesos de 1994, según Alianza Cívica (AC), en realidad eran 124 mil, según la Presidencia (P). Y los 82 mil que hoy en día, según AC, recibe Zedillo, están muy lejos de los 59 mil del ``monto neto'' que verdaderamente cobra, en la versión de la P. El previsible debate que acarreará esta controversia no debe distraerte, suplica el tonto del pueblo, de la moraleja que encierra el desmentido presidencial: para asumir en carne propia, antes que nadie, los efectos de su política de sacrificios amargos pero necesarios, Zedillo no se ha concedido un solo aumento salarial, desde que está donde lo tenemos. Qué significa eso? Nada, en pocas palabras. A la gente no le conmueve una decisión que no le reporta ningún consuelo.
Premios y estímulos
Si los presidentes de México no necesitan dinero en la cartera ni en el banco, por qué cobran un salario? No les basta con la enorme satisfacción de servir al pueblo? A fin de cuentas, el deterioro físico, emocional, personal y familiar que supone su tarea, asociado a tantas mortificaciones y tantos sobresaltos, no vale los 59 mil, ni los 82 mil ni los 124 mil pesos mensuales. Entonces, por qué no reducir el salario del Ejecutivo a su auténtico valor material? Esto es, a cero pesos con cero centavos.
Una vez concluida la misión, los ex presidentes contarían con una generosa pensión vitalicia, fijada mediante un plebiscito por la propia sociedad a la cual consagraron sus desvelos. Esta sería la mejor de las recompensas y un estímulo constante que los obligaría a esmerarse cada día más.
En la cuestión salarial radica el origen de la inseguridad que padecemos en la ciudad de México. Sin embargo, aunque se trata de un problema estrictamente político, las medidas aprobadas por el régimen para combatirlo a partir del nombramiento del general Enrique Salgado Cordera son del todo impolíticas, por no decir insuficientes y absurdas.
Cincuenta por ciento del fenómeno de la inseguridad para hablar como los neoliberales obedece tanto a los bajísimos salarios de la población económicamente activa como a la ausencia de los mismos. El otro 50 por ciento la corrupción policiaca proviene de los bajísimos salarios que en todos los grados obtienen los agentes de las diversas corporaciones.
Designación de alto riesgo
La llegada de 18 militares de alto rango, generales y coroneles todos ellos, a la Secretaría de Seguridad Pública del DDF, es en primer lugar el anuncio de una política de mano dura contra los 73 mil 547 policías en activo. Por qué? Bajo las órdenes del general Salgado Cordera, los soldados están a punto de iniciar una batalla contra la cadena alimenticia que principia en el gendarme de la esquina que extorsiona tanto para él y los suyos como para el jefe superior inmediato, quien a su vez recaba los ``donativos'' de los hombres a su mando, guarda un cacho para sí y eleva el resto a la instancia más alta, hasta que la suma de todas las contribuciones alcanza la cumbre.Mientras no se iguale el salario de los agentes de servicio con el que supuestamente devenga el Ejecutivo, la corrupción policiaca seguirá siendo una constante cultural del Distrito Federal. La única y verdadera expectativa que el general Salgado Cordero puede plantearse, con todo realismo, es reducir el poder de las bandas organizadas, especialistas en secuestros y asaltos bancarios, que operan bajo la protección de los otrora altos jefes.
El general Salgado Cordera cuenta, escasamente, con un año para desarrollar su proyecto, que hasta ahora desconocemos. Transcurrido ese plazo, el Distrito Federal ya no será gobernado por el titular del Ejecutivo, sino por un funcionario electo por los capitalinos y, lo más probable, afiliado a un partido de oposición. Pero por lo pronto, la designación de un militar al frente de una dependencia civil debe desligarse, a partir de ahora, de las ambiciones electorales del regente Espinosa Villarreal, pues se corre el peligro de politizar la imagen de las fuerzas armadas en la perspectiva de los comicios de 1997.
Tómense, por ejemplo, los delirantes conceptos que la revista Siempre! publicó en su editorial de esta semana: ``Si el general Salgado Cordero logra combatir la delincuencia organizada de la ciudad de México y devuelve a la ciudadanía las garantías a que tiene derecho, entonces la población con toda seguridad comenzará a preguntarse, cada vez más, sobre la conveniencia de que sean los militares los que vuelvan a gobernar el país''.
Los monos deseos...
Sigue el editorial: ''...mientras el gobierno no gobierna y se enoja de que otros llenen los vacíos que él deja, y mientras Cuauhtémoc Cárdenas junto con Andrés Manuel López Obrador promete todos los días incendiar el país, y mientras el arzobispo Norberto Rivera instrumenta desde el altar una campaña política y propagandística contra el Estado mexicano, y mientras el ex presidente Carlos Salinas organiza junto con otros conspiradores la caída del presidente Zedillo, y mientras el gobierno no quiere darse cuenta de que la causa de su inestabilidad se encuentra en su negativa a ejercer el poder, y mientras los medios de comunicación dan claras señales de exceso y decadencia, el Ejército Mexicano permanece en orden, unido y con una idea muy clara de lo que el país necesita''.
No dice el tonto del pueblo. Lo primero que el país necesita, y con urgencia, es que el anónimo autor del editorial se baje del árbol, cese de comer plátanos y aprenda a tomar la pluma.