BALANCE INTERNACIONAL Eduardo Loria
Algunas lecciones sobre la apertura unilateral

Durante la vigencia de la fase del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, una de las ``ideas fuerza'' era que el libre comercio con los países desarrollados provocaría efectos devastadores en producción, empleo, salarios y pobreza en los países en vías de desarrollo.

Cuando este modelo se agotó o entró en la fase de fuertes contradicciones, el neoliberalismo entró en la escena como el enfoque alternativo del desarrollo que explicaba, en ``términos sencillos y claros'', las fallas del modelo anterior y, más aún, definía con lógica sencilla las políticas adecuadas que se deberían seguir para corregir los errores anteriores.

Una medida fundamental era la liberación económica (comercial y financiera) de los países subdesarrollados, aún sin exigir reciprocidad de las economías avanzadas. No se trataba de que existiera simetría en el grado de apertura entre ambas, sino que la liberalización unilateral corregiría gran cantidad de los males domésticos que ese modelo había engendrado. El que los países centrales posteriormente hicieran lo mismo no era, de inicio, un punto crucial de política ni mucho menos del planteamiento del desarrollo, aunque sí era deseable.

Esa fue la razón que justificó las aventuras liberalizadoras de los años setenta en Sudamérica, y de los ochenta en países como México.

Es abundante la literatura económica, incluso la de origen sajón, que reporta los altos costos de esos experimentos. Con distintos enfoques teóricos, metodologías e instrumentos de medición llegan prácticamente a las mismas conclusiones: los procesos de liberalización económica en el corto plazo conllevan altos (y muchas veces altísimos costos) en términos de pérdidas de reservas internacionales, producción, empleo y, en consecuencia, bienestar, que en más de algún caso provocaron regresiones en los esquemas de política comercial, volviendo posteriormente a esquemas proteccionistasLa literatura económica que analiza y discute estos episodios de política plantea las siguientes razones como causas principales de los fracasos:1. Los procesos unilaterales de apertura coincidieron con ambientes internacionales muy poco propicios: recesión del mundo desarrollado, caída de precios de exportación de los bienes producidos por los países subdesarrollados, elevación de tasas internacionales de interés, etcétera. Este argumento correspondería más a una visión ``coyunturalista'' que deja de lado aspectos más de fondo.

2. El argumento neoclásico señala que el fracaso se debió a una mala o incluso insuficiente aplicación de las políticas de reforma y no a un problema de concepción. El nuevo consenso de Washington recientemente publicado como parte de las lecciones de la crisis mexicana, plantea que México debe intensificar aún más la estrategia llevada a cabo. Es decir, el remedio para la gravedad de nuestra situación económica es aplicar mucho más de lo mismo.

3. Un argumento más estructuralista señalaría grandes fallas en la concepción de los problemas que llevaron a la aplicación de las políticas ortodoxas. Pero no sólo fue esta orientación, sino también la intensidad, la rapidez y la amplitud de las políticas. Esta línea teórica acepta que ya no es posible pensar en economías autárquicas, pero en todo caso debió haberse seguido un camino muy parecido al de los países del Sudeste Asiático, en el cual manteniendo protección a las importaciones (mediante política comercial y un tipo de cambio competitivo) orientaron necesariamente una parte importante y creciente de su producción a la exportación de bienes que no requirieran altos componentes de importación.

4. Un argumento híbrido, que ha sido planteado por economistas de la talla de Edwards y Dornbusch desde hace poco más de diez años, refiere que el error ha consistido en la falta de consistencia y de coordinación de las políticas. En ese sentido afirman que frente a la liberalización los países en cuestión mantuvieron políticas de gasto expansivas, que al combinarse con el efecto de sobrevaluación que de suyo trae consigo la reducción y/o eliminación de aranceles provocó rápidos y enormes desajustes en la balanza de pagos. La recomendación es que debieron haber definido políticas salariales, fiscales, monetarias (incluyendo la crediticia) y cambiarias muy restrictivas, sobre todo en las primeras fases de la liberalización.

Si a eso le añadimos que México permitió que las fuertes inconsistencias señaladas por Dornbusch y Edwards se ``subsanaran'' con una liberalización financiera, no es de extrañar la magnitud del colapso financiero y económico de 1995 y sus fuertes consecuencias para muchos años más.

Es evidente que no podemos, como lo hicieron otros países antes, regresar a la aplicación de políticas proteccionistas a ultranza.

Pero las enseñanzas (ojalá se vuelvan lecciones) de esos países y lo que la teoría económica indica es que para recobrar el crecimiento (aún a tasas modestas) se requiere mantener tipos de cambio muy competitivos (subvaluados) que necesariamente conservarán castigados el consumo doméstico y sobre todo las importaciones de bienes de consumo. Por otro lado, debe definirse una política que estimule exportaciones con bajos componentes de insumos importados, lo cual hace pensar en productos básicamente primarios con cierto valor agregado industrial. Esto es lo que Chile viene haciendo hasta ahora en forma exitosa desde hace varios años. Sin embargo, no ha logrado que ese crecimiento reduzca los contrastes sociales.

Así, el problema se complica: crecer en un ambiente de liberalización, manteniendo equilibrada la cuenta externa y con bienestar social.

Necesitamos propuestas, muchas propuestas. Nadie, afortunadamente, es dueño del monopolio de la verdad y menos para descifrar las claves que plantea este nudo gordiano.