La idea que tienen algunos intelectuales y políticos sobre la supuesta existencia de un centro en el mapa ideológico de México parte de un análisis estático de la realidad. Se trata de una propuesta falsa y engañosa que confunde el vacío de liderazgo oficial que sufre el país con las dificultades inherentes que enfrenta toda nación, como la mexicana, que está inmersa en un proceso lento de formación política. Desligada del devenir histórico de la sociedad, la fórmula centrista tiene el riesgo de volverse una mera apuesta política que, sin embargo, se renueva y se renueva.
La transición a la democracia proporciona un marco propicio para esta clase de oportunismo. Desde la perspectiva del centro cualquier coyuntura resulta atractiva; lo importante son las posibilidades que cada una de ellas brinda para acceder al círculo del poder. Las elecciones de 1988, la sucesión presidencial de 1994 o la crisis de este sexenio son vistas desde el centro como nuevas oportunidades. Por ello, las propuestas que se ponen a consideración en cada ocasión son secundarias: pueden situarse en el ``centro-izquierda'' o en el ``centro derecha'', y las pueden abanderar Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Camacho o Vicente Fox. Las ideas y los dirigentes son intercambiables entre sí: el mejor siempre es el más útil o el más eficaz.
Mientras tanto, la población avanza a su propio ritmo y dirección. Durante los últimos 15 ó 20 años se ha ido organizando de muchas maneras para preservar un empleo, proteger sus barrios y comunidades, hacer valer sus derechos ciudadanos y, sólo en ocasiones, para hacer política. La primera campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas produjo uno de esas raras coyunturas históricas en que el movimiento social se expresa, como un todo, a través de la política. Las elecciones del 6 de julio de 1988 fueron un parteaguas en el proceso de cambio democrático del país. La magnitud y el entusiasmo de aquella movilización impidieron, sin embargo, reconocer claramente su naturaleza y, con ello, sus limitaciones.
La sociedad civil votó en contra del sistema, pero en aquel entonces lo hizo cuando aún no existían organizaciones políticas desarrolladas, sus propuestas ideológicas no estaban lo suficientemente articuladas, y no contaba con un plan definido de acción. Por ello el aparato estatal pudo imponerse y neutralizar temporalmente el poder de la sociedad. Desde entonces el gobierno tolera e, incluso, promueve a los organismos políticos que no cuestionan el modelo económico, y a las organizaciones sociales que se mantienen alejadas de la política: ha puesto su principal empeño en impedir a toda costa que vuelva a ocurrir una convergencia como la que se dio en 1988 cuando el movimiento social y político fueron uno y la misma cosa.
La tenacidad de la oposición democrática a lo largo del sexenio de Carlos Salinas (1988-1994) mantuvo, sin embargo, la posibilidad latente de un nuevo reencuentro entre la sociedad y la política. Los problemas del modelo económico neoliberal provocaron durante estos años una recomposición más de la sociedad en torno a viejas y nuevas organizaciones que, en su conjunto, conforman hoy en día un enorme movimiento social. La organización de la población se ha desarrollado mucho desde la primera vez en que, como sociedad civil, se manifestó abiertamente. El régimen también ha evolucionado rápidamente: el monopolio priísta ha sufrido un enorme deterioro en este mismo periodo, y en su lugar ahora existen partidos con aspiraciones válidas de poder.
Las actuales condiciones en el ámbito social y en la esfera política son resultado de una historia que se ha negado a detenerse. La crisis que desató la devaluación de diciembre de 1994 transformó los parámetros establecidos de la transición democrática. En vez de que ésta fuera el producto de un pacto desde arriba, entre la derecha y el centro, se ha abierto nuevamente la posibilidad de que el impulso principal provenga de abajo; sin embargo, el cambio no debe dejarse a fuerzas espontáneas y desarticuladas. Si así fuera podría perderse una oportunidad histórica más. En esta coyuntura la transición a la democracia necesita de un movimiento y un partido.