Leo en un periódico, como titular de la primera plana, la siguiente noticia: ``Hospital General: mueren pacientes y su moderno equipo está ocioso''. La nota sigue diciendo: ``Decenas de enfermos reclaman atención urgente. Suspenden las operaciones de corazón; peligra la vida de por lo menos 40 personas.'' El tenor del resto del reportaje es crítico de las autoridades por su irresponsabilidad e indiferencia, aunque se señala que un pabellón (en donde existe equipo que no se usa) está seriamente dañado desde el sismo del pasado 9 de octubre. La ``noticia'' pretende sorprender al público no experto en cuestiones médicas apelando a la tragedia de un paciente a quien, por no poder atenderlo en forma responsable en el Hospital General, pretenden enviarlo a otros nosocomios (Hospital Juárez o Instituto Nacional de Cardiología) pero él se resiste porque: ``...todos los que enviaron a esos lugares ya fallecieron''.
El reportaje es una muestra de lo peor que puede hacerse con la libertad de prensa, que es tergiversar una realidad dolorosa para calificar en forma negativa a ciertas autoridades. Es cierto que en el Hospital General mueren algunos pacientes, pero eso mismo ocurre en todos los hospitales del mundo entero; además, el Hospital General tiene 2 mil camas y atiende a los sectores más desposeídos de la sociedad, que con frecuencia sólo buscan atención médica cuando sus padecimientos están muy avanzados y ya queda muy poco por hacer. Que hay equipos que no se usan tampoco es excepcional, sobre todo los más sofisticados (como los que se usan para la cirugía cardiovascular), que requieren instalaciones especiales y cuyas refacciones son muy costosas; cuando a consecuencia de un sismo (del que difícilmente puede responsabilizarse al secretario de Salud o al director del Hospital General) las instalaciones sufren al grado que ya no deben usarse porque peligra la vida no sólo de los pacientes sino la de todo el personal involucrado, los equipos se cubren y se trata de resolver los problemas médicos refiriendo a los pacientes a otras instituciones capacitadas para hacerlo. Esta es la única conducta médica verdaderamente responsable; ningún cirujano que se respete y conozca su oficio se atreverá a intentar una operación sin estar seguro de contar con los medios óptimos para realizarla, por más que el paciente llore y reclame que el secretario de Salud le ordene al director del Hospital General que se lleva a cabo el acto quirúrgico.
En el reportaje también se señala que hay desabasto de material de curación y de suturas, así como de ropa quirúrgica, pero otra vez esto no es nada nuevo ni ocurre solamente en el Hospital General, sino que es consecuencia de la pobreza y de la grave crisis que afecta a México y a todos los países subdesarrollados, y se observa en muchas otras dependencias de la Secretaría de Salud, del IMSSS, del ISSTE, y otras más. La asistencia pública siempre se ha hecho en medio de carencias y con graves restricciones, provenientes no de la perversión y del sadismo de las autoridades y de los médicos, sino de la pobreza de nuestras instituciones y de la demanda masiva del público. Los que hemos pasado buena parte de la vida trabajando en hospitales públicos conocemos muy bien las terribles deficiencias de equipo, materiales y medicinas que padecen en forma crónica, y por eso no dejamos de admirarnos de la espléndida manera en que se desempeñan en sus funciones. No hablo solamente de los médicos, sino de todo el personal que contribuye a la atención de los pacientes, desde los estudiantes y residentes, cuya labor es indispensable y cuya presencia contribuye en buena parte a elevar el nivel académico de la práctica profesional (los mejores hospitales son los afiliados a la enseñanza), pasando por las enfermeras, las afanadoras, los cocineros, los empleados de limpieza y de mantenimiento, etcétera. Este universo funciona como una orquesta sinfónica, en la que sólo si todos hacen bien su parte la música suena bien, y para eso se necesita un buen director.
Yo he tenido la fortuna de trabajar en varios hospitales públicos con excelentes directores, y además he colaborado con el actual director del Hospital General, el doctor José Luis Ramírez Arias, y de ser testigo de su dedicación y de su entrega absoluta a la institución. No es justo que su buen nombre aparezca en un reportaje en donde se ponen en duda su celo por la excelencia de la práctica de la medicina y su elevado sentido de responsabilidad, haciéndolo ``responsable'' de no utilizar equipos costosos y un edificio que fueron dañados por un sismo y que sería totalmente aventurado y absurdo pretender usar. En cambio, es muy justo que aparezca en este espacio, en el que se afirma (con pleno conocimiento de causa y sin motivos ocultos) que los trabajadores del Hospital General y su director merecen la admiración y la gratitud, no sólo de los capitalinos a los que tanto benefician, sino de todos los mexicanos, por el buen ejemplo de humanidad y abnegación que continuamente nos dan.