Javier Flores
Difusión de la ciencia: la voz de la sociedad

Distintos aspectos del Programa de Ciencia y Tecnología 1995-2000 han sido comentados aquí por científicos de gran prestigio como Hugo Aréchiga, Adolfo Martínez Palomo y Ruy Pérez Tamayo. La lectura de sus artículos puede dar una idea bastante clara de las virtudes y limitaciones de la política de ciencia que ha formulado el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, por loque sería ocioso incurrir en repeticiones. Hay, sin embargo, un aspecto de este programa que merece una reflexión aparte: la inclusión de un capítulo dedicado a la difusión de la ciencia, asunto que compete, desde luego, a científicos, pero también y de modo sobresaliente al conjunto de la sociedad.

Es la primera vez que un programa de gobierno muestra interés específico por la difusión de la ciencia y éste es un hecho relevante que hace merecedores de reconocimiento a los autores del documento. Pero ¿por qué se da ahora? ¿Qué ha pasado en México para que un gobierno descubra que la difusión de la ciencia es tan importante que merece incluirse en un programa sexenal?

La difusión y la divulgación de la ciencia son hechos antiguos en México, pero es innegable que en los últimos años se ha operado un cambio en el que, al margen de los centros que crean y acumulan el conocimiento, aparece un nuevo actor: la sociedad. Esta demanda hoy de manera creciente información científica porque descubre y entiende, más de lo que muchos científicos imaginan, que la ciencia forma parte importante de la cultura como también de la economía o de la guerra.

Ciencia y tecnología aparecen todos los días y en todos los rincones del quehacer humano; en cada paso que el habitante de las ciudades da por las calles contaminadas hasta en el rincón más íntimo de su vida sexual donde la ciencia le ofrece seguridades, pero también le infunde toda clase de miedos.

Los autores del programa dan un salto importante al dejar atrás la etapa en que se pensaba la labor de difusión como una ruta en la que los expertos tienen la obligación entre moral y cristiana de llevar su saber a un conjunto de seres ignorantes, visión que, desafortundamente, todavía existe en el medio científico y entre los comunicadores. Ahora ven claramente la presencia de la sociedad pero, con todo respeto, el salto es limitado por el predominio de una visión interesada y egoísta en la que la difusión y la divulgación tienen por razón el bien de la ciencia lo que mantiene el criterio unidireccional.

La sociedad está cada vez más interesada en la ciencia, pero no se piense en aquél que asiste a una conferencia sólo para aprender algo; el interés radica en que quiere hacer escuchar su voz. No se trata de un actor pasivo que sirve como base social para evitar que los gobiernos aplasten a los científicos. No es tampoco su papel influir exclusivamente en el uso que se da a los productos de la tecnología. Es capaz de influir, sí, sobre el ritmo en que se generan estos conocimientos lo cual expresa claramente el programa, pero además, busca participar por una simple razón: este saber le afecta en todo momento, para bien o para mal. A muchos les podrá parecer un invitado desagradable, mal educado y sin corbata, pero tiene pleno derecho a participar en la fiesta y, cuidado, porque puede llegar a arrojar el pastel en la cara del anfitrión.

Ejemplos sobran. ¿Acaso las sociedades no deben alzar su voz frente al armamentismo que se expresa en millonarios presupuestos y talentos de científicos orientados a la investigación militar? ¿Qué las sociedades no tienen derecho a expresar su preocupación por los efectos adversos de la tecnología sobre el medio ambiente? ¿Alguien piensa realmente que las sociedades no tienen derecho a expresar su preocupación ante programas como los de reproducción o la manipulación del genoma humano? Las sociedades participan y demandan información científica porque el conocimiento modifica su vida cotidiana y sacude sistemas de valores morales y éticos. Además poruqe disfruta de ella. Todos estos problemas no son patrimonio exclusivo de los científicos. La difusión de la ciencia debe entenderse como un fenómeno que busca abrir caminos multidireccionales. No se trata de que los científicos distribuyan su saber y ya, sino que escuchen a las sociedades, y sólo ello podrá dar un real sentido a la difusión y la divulgación de la ciencia.

Se dirá y con razón que algunos de los problemas enumerados no corresponden a nuestra realidad, pero también lo es que debemos anticiparnos a ellos. Es verdad que hay otros problemas como el reducido tamaño de la ciencia en México, el desprecio del gobierno y de los particulares por la inversión en esta actividad. Pero a pesar de su reducido tamaño, la investigación científica mexicana debe ser examinada críticamente. Antes era difícil, todos estábamos preocupados porque la ciencia sobreviviera, pero ahora no podemos hacer creer a la sociedad, que mantiene nuestros quehaceres, que la ciencia es la antesala del cielo y los científicos blancas palomas. Existe una dependencia mental respecto al extranjero, hay sistemas de evaluación que revelan esta dependencia y que colocan por encima del propio conocimiento creencias que nada tienen que ver con la ciencia. Sobre esto también hay que hablar y ésa es una función que da verdadero sentido a la difusión científica.