René Ayala
Una historia que falta por contar

La historia de la divulgación científica en México no comienza en 1968 ni se inicia con la Somedicyt, como lo señala el Programa de Ciencia y Tecnología. Para fortuna y orgullo de los mexicanos, esa historia empezó hacia 1671 ó 1675, apenas cuatro décadas después de que apareció la Gazette de France, uno de los primeros órganos de difusión científica entre profanos.

Si se define al periodismo científico (término con el que se conoce a la divulgación científica en la mayoría de los países iberoamericanos) como aquél en el que se divulgan los avances de la ciencia y la tecnología en publicaciones periódicas dirigidas a los lectores no especializados, se puede aceptar que la Gazette de France fue uno de sus precursores.

En ese periódico refiere Manuel Calvo en su libro Periodismo científico (Paraninfo, Madrid, 1977) se hacía una relación de las reuniones que hombres de ciencias y artes tenían cada lunes en casa de Teofrasto Renaudot.

Según ese planteamiento, los Lunarios publicados por Carlos de Sigüenza y Góngora hacia 1671 ó 1675, constituyen el primer periódico científico en habla española. Gracias a la información proporcionada por Humberto Musacchio, se conoce que los Lunarios eran una especie de calendarios o anuarios que contenían resúmenes informativos, noticias curiosas y datos astronómicos. Estos lunarios se publicaron hasta la última década del siglo XVII.

Sin ánimos patrioteros, se puede considerar, por estos antecedentes, que en México nació la divulgación científica en habla española, por lo que no es de extrañar que en el siglo XVII y en los siguientes hubiera periodistas interesados en divulgar la ciencia.

Así, en un recuento a saltos (falta un investigador que descubra el camino andado por el periodismo científico mexicano en la primera mitad del siglo XVIII), se reconoce a José Antonio Alzate y a José Ignacio Bartolache como los principales periodistas científicos de este siglo.

Alzate publicó en 1768 el Diario Literario de México, que no era diario, rara vez abordaba temas literarios y estrictamente no era de México, sino de la Nueva España. En cambio, sí trataba asuntos científicos y ofrecía consejos útiles sobre agricultura, minería y otras disciplinas.

Cuatro años más tarde, el sábado 17 de octubre de 1772, Bartolache publica el Mercurio Volante, ``con noticias importantes y curiosas sobre asuntos de física y medicina''. A la semana siguiente, el lunes 26 de octubre, Alzate pone en circulación el periódico Asuntos Varios sobre Ciencias y Artes.

A partir de esas fechas se tienen datos dispersos sobre los periodistas científicos que en México han sido. No es sino hasta la segunda mitad de este siglo cuando se puede documentar a retazos la historia del periodismo científico mexicano.

Pero eso no significa que en el siglo XIX la divulgación científica haya desaparecido, ya que como el doctor Elías Trabulse ha comentado: ``Realmente desde la colonia hasta hoy ha habido apóstoles, digamos, que han querido que la ciencia llegue a los jóvenes, a los adultos sin preparación cientifica''.

El investigador ha señalado que en el siglo XIX se publicaron tiras cómicas, caricaturas, y libros de divulgación científica, entre estos últimos se cuenta la serie de José Joaquín Arriaga que intituló La ciencia recreativa para los niños y las clases trabajadoras.

``Me he quedado con las ganas de investigar eso, es un tema muy ameno, quien se meta a esa historia se divertirá mucho'', afirma el doctor Trabulse. Así que allí está una ilustrativa, amena y extraña historia por contar.

En la segunda mitad del siglo XX se puede decir que uno de los precursores del renacimiento del periodismo científico es Juan José Morales quien desde 1957 ha publicado sus trabajos en el Diario de la Tarde, el suplemento México en la Cultura, dirigido por Fernando Benítez, las revistas Mañana y Contenido. Su labor ha sido reconocida hasta por la Somedicyt, que en 1994 le otorgó su premio anual.

En los años 70, el Unomásuno y Proceso brindaron espacios a la divulgación de la ciencia. Al final de esa década, en 1979, se celebró en México el III Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, convocado por la Asociación Iberoamericana de Periodistas Científicos. A esa reunión asistieron hombres y mujeres dedicados a la divulgación de la ciencia, procedentes de países que eran guías en ese campo, como España, Venezuela, Colombia, Cuba y Brasil. De México participaron los integrantes de la Asociación Mexicana de Periodistas Científicos (Ampeci), organización que por desgracia no estaba a la altura de las otras. Sin embargo, es meritorio el esfuerzo que hizo en ese tiempo, ya que por primera, y única vez hasta ahora, se reunieron en México periodistas científicos de otros países.

Como se puede ver, la divulgación científica en México comienza más allá del mítico 68, y no tiene como precursora a la aparentemente exterminadora Somedicyt. Claro que esta sociedad también ocupará un capítulo relevante cuando algún investigador se decida a contar la increíble historia del periodismo científico mexicano.