La Jornada Semanal, 9 de junio de 1996


Entrevista con Alejandro Rossi

Los pretextos necesarios

Bruno Hernández Piché/Ángel Jaramillo Torres

Durante varias décadas, Alejandro Rossi enseñó filosofía y contribuyó a que un ambiente parroquiano se abriera a las grandes corrientes del pensamiento. Fruto de este esfuerzo es un temprano clásico, Lenguaje y significado. Posteriormente, ha ejercido la inteligencia desde la literatura (las prosas misceláneas de Manual del distraído, los cuentos de Sueños de Occam, El cielo de Sotero y Fábula de las regiones). En febrero, Rossi ingresó al Colegio Nacional. A continuación, el escritor y filósofo ofrece la forma más antigua de la enseñanza: el diálogo.



En su discurso de ingreso al Colegio Nacional, Alejandro Rossi mostró sus cartas credenciales. Quienes asistieron esa noche al edificio de Donceles 104 escucharon no solamente el recuento de sus errancias por Italia, Argentina, Inglaterra o Alemania, sino también su tránsito por diversas literaturas. Si algo define a Alejandro Rossi es su condición excéntrica: la extranjería como estilo literario. En la sala de su casa, con la veranda y el jardín como escenario de fondo, Alejandro Rossi continúa su periplo.

La obra de Alejandro Rossi ha roto, en buena medida, con la tradición que divide radicalmente literatura y filosofía. Ingresa usted al Colegio Nacional como un humanista, a la vez escritor y filósofo?

No creo haber roto absolutamente nada. Esto ha sido muy normal tanto en la historia de la literatura como de la filosofía. Podría citar mil ejemplos. Es curioso, pero en México llama mucho la atención que a quien escribe filosofía le interese la literatura, o viceversa. Aquí tenemos una idea un poco cortada, limitada, de las dos actividades. Esto viene, en buena parte, de la forma en que están todavía organizadas nuestras universidades, es decir, en compartimentos estancos que no permiten cruces rápidos y creativos entre disciplinas; no hay tampoco troncos comunes, como en la tradición sajona.

De manera que yo no he roto con tradición alguna. Lo contrario, más bien. Cómo ingreso al Colegio Nacional? Lo único que sé es que me parece ridículo angustiarme por las etiquetas: que si soy esto o aquello. Hago lo que puedo, y los demás, si lo tienen a bien, dirán qué es. Lo que intenté en mi discurso de ingreso es señalar por dónde habían ido las liebres.

Alejandro Rossi es conocido como un gran conversador, en la tradición del doctor Johnson, Goethe, Oscar Wilde, o Truman Capote. Cuáles son los placeres de la conversación? Cuál es su relación con la literatura?

Los grandes conversadores viven de los recuerdos y testimonios de otros. Siempre nos queda la duda si lo fueron en verdad o si son la invención de sus admiradores.

Ni siquiera en el caso del doctor Johnson?

Lo que poseo es el libro de Boswell, uno de los libros más maravillosos de la literatura inglesa. Lo he leído por lo menos tres veces. Una de las obras más graciosas, más divertidas, más ocurrentes que se hayan escrito. Recuerdo, sobre todo, los tonos literarios de la conversación, los cambios de ritmo, las afiladísimas lenguas, un dueto formidable. La veo como una obra de altísima y finísima comicidad. Era así Johnson o es el genio de Boswell? Probablemente una mezcla, como siempre. Eran culturas más verbalizadas que las nuestras. Hemos perdido el arte de la conversación: mejor dicho, ya no la consideramos un arte. Hoy en día es una especie de subproducto de la comunicación. Todavía a mediados del siglo XX se mantenía, en la lengua española, la tradición de las tertulias. Algunos cafetines y algunos grupos heroicos que se reúnen no sé si a conversar o a rezar. Los verdaderos cafés han desaparecido, sería extraño fundar una tertulia en un VIP'S. Las mujeres que podrían mantenerlos prefieren irse a esquiar o hacer el amor en un hotel de cinco estrellas de algún desierto de moda. Nos dejan hablando solos. Tampoco quedan salones literarios. Agreguen los terribles cambios materiales en la ciudad: distancias, mal aire, etcétera, etcétera. Se acabaron los encuentros naturales. Qué hacemos ahora? Tengo grandes amigos y, sin embargo, nos vemos poco, no por falta de deseos, sino por estos obstáculos de la ciudad moderna. Queda el recurso del teléfono, pero esa es otra cosa. Es como hacer el amor a distancia.

La intimidad sería entonces la condición primordial de la conversación?

La intimidad, el deseo de explorar juntos ciertos temas, el placer de la pregunta y la respuesta, la combinación de seriedad y broma. Por cierto, hay un mal juicio entre nosotros sobre quien conversa. Parece que fuera una especie de imbécil que pierde su tiempo, un hablador, un vago. No apreciamos el género. En cuanto a su relación con la literatura, creo que es muy simple. Cuando es buena ella misma, es literatura. La literatura es una conversación entre todos.

Si como usted ha dicho, los escoceses han producido a Hume y al whisky, qué líquido benefactor ha encontrado Alejando Rossi en México?

Ese mismo en que ustedes están pensando. Soy, sin alharacas, un entusiasta del tequila. Claro, el tequila es una bebida corta, de ritmo rápido y con un arco de tiempo reducido. Si me muevo dentro de los límites que silenciosamente impone esa bebida tan terráquea, si sé detenerme al borde del abismo cada bebida tiene sus fronteras propias, se produce ese momento de paz lúcida en que creemos que somos profetas. La tengo muy tipificada. Según mi leal saber, hay que tomarla sólo a ciertas horas del día: para mí sería imposible beber tequila en la noche, a esa hora me moriría de tristeza. No, el tequila es asunto del mediodía y dura hasta las tres de la tarde. Es asunto de sol y de jardín.

Una bebida solar...

Sí, una bebida solar, y también una bebida de soledad y contemplación. Yo no la asocio a una fiesta ruidosa o a un lienzo charro. Más bien a una terraza, una veranda, a una sensación de murmullo vegetal. El tequila es un gran invento. Tiene otra virtud: es una bebida definida, que se reconoce inmediatamente, no se confunde con ésta o con la otra. Es muy singular. Por cierto: no podría tomar tequila cuando llueve.

Ya en una ocasión usted confesó tener la última frase para una novela policiaca. Entre sus asiduos lectores hay un grupo preocupado por unos apuntes misteriosos. El paradero de ellos es parte de la trama?

Es verdad, yo tenía una última frase que, por supuesto, no la diré ahora. También es cierto que siempre tuve la fantasía de escribir una cosa policiaca. Más aún, compuse temas y argumentos muy complicados. Eso era lo interesante, escribirlos parecía una banalidad. Por los años ochenta cristalizó el deseo de redactar uno de esos argumentos. Estaba a un paso de arrancar, tenía tres o cuatro escenas fundamentales para armar la mecánica de esa persecución policiaca. Pero mi vida se complicó tanto que la trama inventada me pareció una simpleza. El género siempre me ha fascinado. Tal vez he invertido demasiadas horas en él. Tal vez me llamen a cuentas cuando muera por haber leído demasiada novela policiaca.

En algún lado Borges dice lo contrario: que Dios habría de felicitarlo por inventar la trama de una novela policiaca que, por cierto, no escribió.

Ahora que usted menciona a Borges, él es uno de los grandes responsables de mi afición al género. Fundó, junto con Bioy Casares, el Séptimo Círculo, que era una colección rigurosa de novelas policiacas, muy novedosa en su momento. Rescataba al género: dejaba de ser el libro imbécil que compramos en una estación de ferrocarril para tirarlo dos horas después. Lo que ellos publicaban era una novela policiaca fundamentalmente inglesa, pocos autores americanos. Colección inolvidable que me mostró a la novela policiaca como un objeto bien hecho, con reglas precisas y artesanía de relojero insomne. Descubrir un crimen aparecía como el triunfo de la razón sobre el azar y lo irracional. Todavía leo algo. La última cosa ha sido la novela de Fernando del Paso, Linda 67. Está muy bien escrita: hay zonas de la novela de estupenda prosa, como por ejempo cuando sacan del agua el coche de la asesinada. Del Paso tiene además una sana distancia ante los recursos tópicos del género, un cierto descreimiento agradable. Me gustó mucho. Del Paso sale del paso muy airoso. No creo que haya en México algo mejor en novela policiaca.

(La tarde ya va de salida y empieza la noche. La entrevista continúa junto a una lámpara de mesa. La luz es tenue pero el ritmo de la conversación aclara los rostros y las cosas. Rossi se levanta y nos ofrece un whisky: una invitación que acaba por instalarnos en sus zonas vitales. A partir de ese momento sólo esperábamos la súbita aparición de Leñada o Gorrondona.)

En su Diario, André Gide apuntó: "Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar." Cuál sería su personal homenaje al cigarrillo?

Cómo escribir sin fumar? Aún no lo sé. Pero es una pregunta engañosa. Porque tampoco sé cómo es posible charlar sin fumar, leer el periódico sin fumar, contemplar mi jardín sin fumar, hablar por teléfono sin fumar, enfrentarme a la mañana sin fumar y así sucesivamente. El tabaco no lleva a la escritura, es al revés. Todos mis actos han sido un pretexto para fumar. Fumar no es un pequeño agregado a la vida, un adorno o una satisfacción sin importancia. Fumar es una Weltanschauung, una manera de estar en el mundo. Dejar de hacerlo es terrible, como pasar de una civilización a otra. Así me encuentro ahora, en ese trance difícil que yo equiparo al del hombre a quien se le desbarató el Imperio Romano. Una exageración graciosa? No estén tan seguros. Fumar es una durísima adicción y las adicciones duras crean escenarios sorprendentes.


hay un mal juicio entre nosotros sobre quien conversa. Parece que fuera una especie de imbécil que pierde su tiempo, un hablador, un vago. No apreciamos el género. En cuanto a su relación con la literatura, creo que es muy simple. Cuando es buena ella misma, es literatura. La literatura es una conversación entre todos.


Qué es imprescindible para que Rossi escriba? Cuáles son sus hábitos de trabajo?

Imprescindible es una pluma y una hoja de papel. Si ustedes me preguntan por motivaciones, el asunto es más peliagudo. Salvo momentos privilegiados y poco usuales, cuando uno se pone a escribir casi nunca tiene ganas de hacerlo. Es decir, uno se enamora de la idea de escribir sobre algo, pero el acto material de la escritura es durísimo. Inventamos treinta mil excusas para no llevarlo a cabo: siempre es necesario forzar la cosa. Me parece que escribir es un acto no-natural en el hombre: sentarse a hacerlo puede ser una pesadilla. Es bueno decirlo, porque alguien sin experiencia podría creer que si no tiene ganas de escribir, entonces no sirve para eso. Es mentira, todas las personas pasan por estos sudores. Cuesta mucho, pero si logramos cruzar esas zonas áridas, entonces a lo mejor empezamos a escribir en serio, y ahí puede venir una excitante tensión, y a veces placer o alivio, no sé. Yo recuerdo que un escritor muy conocido, cuya literatura está asociada a cierta facundia verbal, contaba cómo él, cuando estaba escribiendo y se iba la luz, maldecía: "Caramba, este país de mierda que a cada rato se va la luz! Otra vez me interrumpen!" Y confesaba que en el fondo estaba encantado de que se fuera la luz y tuviera así una excusa para suspender el trabajo honorablemente. Así es, así es, y quien no lo admite se autoengaña. Lo que me preocuparía es que una persona se creyera limitada porque no vive una especie de alegría primaveral cada vez que se sienta ante una mesa. Qué dicen? Sí, claro, tengo mis hábitos de trabajo que han ido cambiando según los años. Ahora me gusta escribir por las tardes, aunque siempre me digo que tal vez saldría mejor si lo hiciera por las mañanas. Soy más bien nocturno: me acuesto sumamente tarde. Soy como aquel que decía: me citaron a las once de la madrugada. Lo agradable es cuando el texto ya empieza a correr y entonces, con ganas y sin ganas, ahí vamos. Al escribir hay muchos momentos: reescribir, corregir, por ejemplo. A veces es lo más agradable: nos produce la ilusión de la mejoría. Como todo el mundo tengo, por supuesto, rituales privados que no hago públicos porque probablemente perderían su eficacia. No olviden que la sinceridad es el último refugio de los imbéciles.

En "El botón de oro", relato publicado hace unos meses, Leñada y Gorrondona vuelven a la carga. Parecería que Rossi no puede deshacerse de ellos. Qué les da vida a estos personajes?

Les agradezco que los incluyan en el censo. Han de estar muy contentos. La vida les da vida. Las tristezas y las indudables ternuras de la comedia literaria, las teorías ridículas, las tesis truculentas, la persecución de la originalidad, las señoritas y señoritos que revolotean alrededor de los escritores y los libros. Es divertido, es conmovedor, es indignante. Me encanta ir a la Media Luna, el Café de esos amigos insistentes y un poco desesperados. Ojalá no se enojen y sigan tolerándome.