El 14 de junio se cumplen diez años de la muerte de Jorge Luis Borges, reinventor del español moderno. Para entrar en el tono de la próxima Jornada Semanal, abrimos la Autopista con una reflexión borgeana que refuerza lo que Alejandro Rossi dice en este número. Borges cultivó el género del diálogo aun antes de la ceguera que lo obligara a la literatura oral. Sus amigos recuerdan las largas caminatas en las que el autor de Ficciones atravesaba Buenos Aires animado por la energía del diálogo. En 1986, que en la biografía de Borges corresponde a su muerte jurídica, Osvaldo Ferreri reunió un excepcional Libro de diálogos con el inmortal escritor. En el prólogo, afirma Borges: "Unos quinientos años antes de la era cristiana se dio en la Magna Grecia la mejor cosa que registra la historia universal: el descubrimiento del diálogo. La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orbe; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Acaso los ayudó su mitología, que era, como el Shinto, un conjunto de fábulas imprecisas y de cosmologías variables. Esas primeras conjeturas fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy, no sin pompa, la metafísica. Sin esos pocos griegos conversadores la cultura occidental es inconcebible."
La ley del libro y la conversación
Las mejores ideas son tan nítidas y convincentes que uno se asombra de que no existieran antes. Esto ocurre con la propuesta para una Ley del Libro, de Gabriel Zaid. En el número de junio de la revista Vuelta, el autor de Reloj de sol abre una discusión en la que participan, entre otros, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Diego García Elío, Margarita Sierra y José Luis Martínez. En el estimulante borrador de Ley que presenta Zaid, se declaran de interés público:
1. La promoción de la lectura y el apoyo a las bibliotecas. 2. El apoyo a los autores mexicanos de libros. 3. El apoyo a los editores y libreros mexicanos. 4. El apoyo a la calidad del libro mexicano y a su difusión nacional e internacional. Entre las muchas sugerencias de Zaid, hay una que festejamos con la pasión de los amores no siempre correspondidos: "Se hará una celebración especial de los libros publicados en el año sin una sola errata." Nada más importante que reconocer a los artesanos del rescate, cuya mayor virtud consiste en pasar inadvertidos. Para las mentes no tocadas por la lectura, este premio acaso represente una extravagancia similar a la de concebir un Concurso de Esculturas en Huesos de Aceituna; sin embargo, no estamos ante una estrafalaria minucia. Ya en Cómo leer en bicicleta, Zaid había demostrado que la función social de un corrector de estilo es casi siempre superior a la de un funcionario. Mientras los publicistas y los políticos destruyen el español, en las imprentas y las redacciones, los correctores de pruebas desempeñan una invaluable tarea de resistencia cultural. Karl Kraus, el severísimo crítico del lenguaje alemán, daba tal importancia a la corrección que dedicaba tanto tiempo a revisar galeras como a escribir sus artículos. Su revista Die Fackel (La antorcha) se preciaba de desterrar las erratas a la Siberia de la mediocridad. Como es de suponerse, Kraus tenía un alma adversa y complementaria, Litbarsky, quien leía con lupa cada ejemplar de La antorcha en busca de una errata que pusiera en jaque al implacable Kraus. Cuando finalmente la encontró, se puso tan contento que organizó una Fiesta de la Errata. En nuestro medio, no se necesita de un sabueso para dar con pifias que van del galimatías al albur involuntario. En buena medida esto se debe a que los encargados del prístino español trabajan como esclavos de las galeras romanas. Su labor merece otros estímulos. En este suplemento, siempre amenazado por el veloz aguijón de las pifias de imprenta, sabemos que el libro impecable es un triunfo de la devoción artesanal. Nos unimos a la iniciativa de premiar a los paraísos provisionales: los libros bien cuidados. En esta Autopista animada por la conversación, recurrimos a una idea que Zaid expresó hace algún tiempo. Cuál es la mejor forma de promover un libro? Ponerlo a circular. En dónde? En la conversación de la gente. |
Ausencia quiere decir olvido Para R. V., él sabe por qué.
De qué iba a escribir?, de qué? Ah, sí, del olvido. Y qué iba a decir?, algo iba a decir, pero no me acuerdo. Cosa curiosa, no?, recuerdo que algo se me olvidó, pero no qué cosa se me olvidó. Es decir, recuerdo un hueco, un nicho vacío. Tengo lo que San Agustín llamó "memoria del olvido", eso que nos sucede cuando decimos, por ejemplo, "qué tenía que hacer?, yo algo tenía que hacer..." Está el marco, pero no hay cuadro, en su lugar hay un signo de interrogación, una nada. De qué estábamos hablando? Sí, a veces no me acuerdo ni de que no me acuerdo; el olvido, cuyo apetito es omnívoro e insaciable, ha incurrido en un acto de canibalismo y se tragó también la noticia del olvido.
Decir tinieblas, decir jamás, Las aves quieren volver al nido... De pronto vino a mi memoria esta canción y empecé a canturrearla para mis adentros. Vino porque quiso, yo no la invité, y llegó fragmentaria: no me acuerdo de nada más y como está parece un torpe haikú. Creo que es cubana, pero no me acuerdo. Me acuerdo de algo cuando digo esto? Cuando digo "creo que es cubana", estoy diciendo "creo que me acuerdo de que es cubana"? Me acuerdo o no me acuerdo. Me acuerdo, pero mal, la memoria es sumamente falible, en extremo incierta. Es perfectamente posible que crea honestamente que me estoy acordando de algo que, en realidad, estoy inventando de principio a fin. Cómo es esto posible? Lo que imagino y lo que recuerdo no tienen ninguna marca de fábrica y no es posible distinguirlos sin recurrir a cosas exteriores. Recuerdo la primera vez que vi el mar, pero puedo estar inventándolo. Necesito preguntar a mis tías (mis abuelos ya murieron) y me dicen que sí, que tenía como seis años y que mi reacción al ver el mar fue tal y cual. El recuerdo tiene que probar que de verdad, que realmente sucedió eso que nos está contando. Esa prueba sólo puede venir del libreto exterior que comparto con los demás. Tan historiador es Michelet escribiendo sobre la Revolución Francesa como tú que aseguras que ya te dio el sarampión. De qué estábamos hablando? Perdí el hilo... Sí, hablábamos de que a veces olvido lo que quiero traer a la memoria y recuerdo lo que no viene al caso. No me acuerdo de cómo se llama el animal ese que está delante de mí y me acuerdo con nitidez del mapa de Australiaque iluminé para la escuela. Por qué recuerdo eso? Será por la novela El continente misterioso, de Salgari, que leí en cama, enfermo, y que tanto me gustó? Pero mi recuerdo del contenido de la novela es, otra vez, extraño: recuerdo que la leí y que me gustó, casi todo lo demás está olvidado. Vuelve la agustiniana memoria del olvido, pero en otro contexto. No, no es posible que no me pueda acordar de nada más de la novela. A ver, voy a escarbar (observen que la metáfora de lo enterrado es muy usual cuando hablamos de memoria). El relato es acerca de dos personas que tienen que cruzar Australia. Van huyendo?, no me acuerdo. Estoy seguro (?) de que no eran ni deportistas ni exploradores. Que sean dos es muy probable, dado que a Salgari le conviene que haya diálogos, pero, por qué no tres? No me acuerdo si son dos o tres. Cuando queremos recordar, razonamos mucho. El hilo del recuerdo se ramifica automáticamente con razonamientos. No puede presentarse solo y desnudo, se viste con razonamientos. Y es muy adhesivo, se pega a todo lo que puede. Quiere construir una estructura. Por eso se equivoca tanto. Dicho de otro modo, no se recuerdan datos, cosas aisladas, se recuerdan estructuras. Y, por lo tanto, podemos olvidar pedazos de esa estructura. Un recuerdo es como una ruina arqueológica donde faltan pedazos, pero algo se reconoce, por ejemplo, una estatua sin cabeza ni brazos, pero estatua al fin, donde cabeza y extremidades son deducibles a partir del tronco que sobrevive. Entonces, no sólo puede, sino tiene que haber memoria del olvido, porque no se recuerdan cosas aisladas sino organizaciones de cosas. Un ejemplo famoso de esta verdad es éste: si te pido que retengas en tu memoria 12 palabras sueltas, te va a costar mucho trabajo, es mucho más fácil recordar la organización "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme", que tiene también 12 palabras, pero estructuradas. Y, a propósito, puedes olvidar a voluntad? Tiene sentido el "no quiero" antes del "acordarme"? Qué más iba a decir?
El ciberespacio como botín político
En 1992, alrededor de una veintena de directores generales de empresas involucradas en la computación dejaron el partido republicano para apoyar a Bill Clinton y Al Gore en su campaña presidencial. Gore es uno de los más fervientes promotores del ciberespacio o de la superautopista de la información. Clinton, por su parte, no tiene el menor pudor al afirmar que: "El desarrollo de la alta tecnología se traducirá en trabajos estables y bien pagados para un gran número de trabajadores, y ayudará a las comunidades con menos recursos en los Estados Unidos y en el extranjero, quienes no han gozado de los beneficios del crecimiento económico a base del desarrollo tecnológico." Curiosamente, su rival político, Newt Gingrich, el portavoz republicano del Congreso, también tiene su propio idilio con la tecnología. En este año electoral, ambos bandos se arrebatan el privilegio de ser los verdaderos emisarios del progreso y los dos parecen olvidar que en la industria de la alta tecnología prácticamente hay sólo dos tipos de trabajadores: los analistas y creadores de código que ganan fortunas, y los obreros, en su mayoría trabajadores inmigrantes que ganan poco y casi no tienen beneficios ni derechos. Estos militantes del tecnodesarrollo parecen desconocer que la actual tendencia de las corporaciones que producen nuestros juguetes y fetiches tecnológicos favoritos (HP, Apple, Compaq, IBM, etcétera) es despedir a los trabajadores de bajo nivel para remplazarlos con empleados subcontratados en empresas de servicios, trabajadores temporales y de medio tiempo. De esa forma, las corporaciones se ahorran sueldos (un conserje de tiempo completo ganaba 12 dólares por hora; uno temporal gana cinco), así como otros beneficios, y cierran toda posibilidad de movilidad social y ascenso en la jerarquía de la empresa. Pero mientras las mayorías silenciosas son usadas y desechadas por el Moloch de la alta tecnología, los políticos siguen soñando con recorrer vertiginosamente los carriles de alta velocidad del desarrollo informático y las telecomunicaciones digitales.
Tres paradojas
Langdon Winner, autor entre otras obras de Autonomous Technology y editor de Democracy in a Technological Society, considera que el abismo entre lo que promete la alta tecnología (básicamente el aleph borgeano: tener todo aquí y ahora) y sus efectos reales, ha provocado tres paradojas características de la era de la información: 1) Paradoja de la inteligencia. Las máquinas parecen volverse más "inteligentes" y el desarrollo cibernético parece no tener límite, mientras que, a pesar de los desarrollos y descubrimientos en el campo de la educación, gran parte de la población tiene problemas para aprender los conocimientos más elementales. 2) Paradoja del espacio vital. Las nuevas tecnologías prometen al usuario más libertad, tiempo para descansar, relajarse y crear. Si bien computadoras, faxes, bipers, celulares, contestadoras telefónicas y agendas electrónicas hacen la vida más fácil, también han destruido el concepto de espacio privado por el bien de la accesibilidad y la eficiencia. "Los lugares y espacios usualmente consagrados a la soledad, la intimidad, la sociabilidad, el amor y la familia han sido redefinidos, al transformar las normas y fronteras sociales en terrenos susceptibles a la productividad", escribe Winner. 3) Paradoja de la democracia electrónica. Nos gusta imaginar a la red como el medio que mejorará la democracia al mantenernos mejor informados, al crear canales alternativos y sin censura. No obstante, décadas de televisión han creado una política de las imágenes de video en la que no tienen lugar las ideas complicadas (es decir, aquellas que no pueden reducirse a una sola frase o a un conflicto entre buenos y malos). Esta simplificación, más que terminar por volvernos totalmente estúpidos, ha producido en la gente un estado de abulia permanente y de repugnancia por la política y los políticos que está muy lejos de encaminarnos a una verdadera democracia.
Egoísmo y compromiso en la red
En su artículo "Class [email protected]" del semanario The Nation (27 de mayo de 1996), Marc Cooper cita a Jeff Johnson, un ingeniero en sistemas de Sun Microsystems y miembro activo de la organización Computer Professionals for Social Responsability, quien piensa que: "Hay que recordar que una de las razones principales por la que mucha gente entra a la industria de la computación es porque no quieren trabajar con gente o escuchar sus problemas." Quizá Johnson exagera un poco, pero no hay duda de que para muchos de los involucrados en el desarrollo de hardware y software los asuntos humanos son realmente intrascendentes. La contraparte del tradicional egoísmo y la ambición de quienes han creado esta industria son todos aquellos foros, chat rooms, espacios de discusión y redes de información y activismo (como PeaceNettm, EcoNettm, LabortNettm, ConflictNet y WomensNet) que han florecido en Internet. De paso, mencionaremos cuatro páginas de la red dignas de una visita: una zapatista, http://spin.com.mx/~floresu/FZLN; una en favor de la liberación de los presos políticos, http://spin.com.mx/~hvelarde/mexico/presos/; una en contra de la aborrecible ley Helms-Burton, http://spin.com.mx/~hvelarde/cuba/noticias/helms-burton.html; finalmente la página de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, la cual en vez de programa político tiene uno musical, http://www.compuvar. com/ofcm/
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