MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
La guerra de Julio César
Crispín bebe los restos de la cerveza. Mientras sigue con la mirada a la familia que sale del restaurante Tiburón II, dice entre dientes:
--Si hay algo que no soporto es que se desperdicie la comida.
--Qué?-- pregunta Tenorio, absorto en las imágenes del televisor que está junto a una repisa con trofeos y un altar.
--Esos pinches escuincles que se acaban de ir, nomás picotearon las enchiladas-- Crispín señala los platos que, en la mesa vecina, quedaron en desorden.
--'Uta, Crispín: hasta lo que no comes te hace daño, mano.
--Es que me da coraje, no se vale hacer eso cuando hay tanto chavalillo muerto de hambre--. Crispín advierte la expresión adormecida de su amigo, que continúa mirando el televisor: --Ni me estás haciendo caso, no sé para qué hablo. Y total, que cada quien haga lo que le dé la gana. Güera, pst, Güera!
--Momentito, momentito, Crispín: no tengo alas en los pies-- grita la mesera.
--No? Pos deberías-- interviene Tenorio, riendo.
--Luego te digo lo que tú deberías tener--. Cargada con una charola llena de platos y vasos sucios, la mesera se acerca a sus antiguos clientes: --Ya estoy aquí. Para qué soy buena?
--No te hagas ilusiones, Güerita: no queremos mololongo-- Tenorio suelta una carcajada.
--A tí no se te quita lo pelado de la boca--. La empleada hace esfuerzos por contener la risa. --Qué les traigo?
--Otras dos muertitas-- ordena Crispín.
--Dos negras? Pero conste que no están muy frías. Se los digo porque no quiero que vayan a devolvérmelas.
--No Güerita, por mí no las traigas: ya no quiero--. Tenorio intenta levantarse pero Crispín se lo impide:
--A poco ya te vas, güey?
--Es bien tarde-- Tenorio consulta su reloj.
--Pretextos para no pagar. Acuérdate que yo te invité.
--Ya lo sé, Crispín, pero tengo que
irme.
--Te pega tu señora?-- Crispín se dirige a la mesera: --Ves por qué no me caso, Güerita?
--A mí qué. Traigo dos cervezas o nada más una?
--Tráimelas, yo no necesito que ningún cabrón me ayude...
--Orale, Crispín, ya estás borracho. Mejor me voy. Te veo el lunes. Adiós Güera.
--Tenorio se fue más temprano que otras veces no?-- pregunta la Güera mientras destapa una cerveza. --Abro de una vez la otra?
--Me vale...
--Te lo pregunto porque luego a la hora de pagar... Quieres una nota o dos?
--'Pérate. Tienes mucha prisa de que me vaya o qué?-- Crispín no aguarda la respuesta de la empleada: --Por mí no te preocupes, nadie me pega.
--No? No digo!
--Serio: vivo solo.
--Por aquí cerca?
--Sí, tengo un cuarto. Ora que mi casa, esa sí está bien lejos, pa' que veas.
--Hum, ya entendí: allá tienes una señora.
--Sí, una vieja a todo dar y dos chamacos.
--Andale, qué guardado te lo tenías! Y yo aquí, de tonta, pensando: ``este es señorito''. Y esa risa: a qué viene?
--La que vive allá no es mi señora, sino mi jefa. La extraño un chingo y también a los chavales: Celso y Froylán. Ya han de estar bien grandes.
--Cuánto hace que no los ves?
--Como doce años. Yo estaba tierno cuando me vine para acá.
--En todo este tiempo no han sabido de tí?-- La Güera ve a Crispín negar con la cabeza. --Qué bárbaro! Tan siquiera escríbeles.
--Y qué les digo?
--Qué estás bien.
--Bien? Bien jodido...
--No te quejes. Al menos tienes salud y trabajo: qué más quieres?
--Ay Güera, pos lo que siempre quise: la boxeada--. Crispín advierte la sorpresa de su amiga y esto lo estimula para seguir hablando: --En serio, tuve varias peleas. Me decían El Tiburón, por eso me gusta este restorán, porque su nombre me recuerda muchas cosas.
--En serio, en serio, Llegaste a pelear?
--Estuve en unos guantes de oro. No te lo conté?
--Me acordaría. Donde fue eso, tú?
--Aquí, hace muchos años. Por eso me vine al Distrito... Oye, ayúdame con la
otra cerveza porque ya me estoy emborrachando.
--Gracias Cris, pero no puedo: está rete prohibido tomar con los clientes--. La Güera se vuelve a mirar las mesas vacías: --Qué bueno que no hay nadie, así puedes seguir contándome.
--Qué cosa?
--Cómo llegaste a boxeador?
--No llegué. Quise, pero no pude. Ahí será pa' l'otra vida.
--No digas eso: estás joven todavía.
--Qué te pasa? Para empezar de nuevo estoy viejísimo. El box no perdona el tiempo. Por qué crees que perdió Chávez? Por los años. A la boxeada hay que entrarle desde muy chico. Yo tenía catorce años cuando me puse los primeros guantes. No se me olvida el pinche gusto que me dio. Te lo juro: creí que iba a ser campeón. Cuando se lo decía a mi jefa,
ella hasta lloraba.
--Yo también lloraría si pensara que alguien pudiera pegarle a m'hijo.
--No conoces a mi jefa: no lloraba de miedo sino de la emoción de imaginarme triunfando en un campeonato como Oscar de la Hoya. Mi madre siempre tuvo fe en mí.
--Eras su único hijo?
--No, tengo dos hermanos menores: Celso y Froylán.
Si es que se acuerdan de mí dirán: ``Pinche güey, por su culpa nos moríamos de hambre y todo para nada''.
--No te entiendo, Crispín.
--Lo que más me duele es pensar en
ella-- Crispín sofoca un suspiro.
--Sin querer te los recordé. Perdóname.
--No tengo nada que perdonarte, Güerita, ellos sí: mi fracaso--. Crispín se vuelve hacia el sitio donde minutos antes estaba la familia.
--Hace rato, cuando vi que los escuincles dejaron casi todas las enchiladas me acordé de mis hermanos. A la hora de comer, nomás me veían.
--Pobres y por qué no les daban?
--Qué te pasa? Mi jefa siempre nos dio a todos, sólo que a mí siempre me apartó lo mejor: carnita, huevos, leche. Cuando el Froylán le preguntaba por qué nomás a mí me quería, ella le contestaba: ``A todos los quiero igual, pero Cris necesita alimentarse mejor para que pueda convertirse en campeón. Entonces vamos a tener de todo, verdá, hijo?''
--Y tú qué les decías?
--Nada. Yo no hablaba para que no se me salieran las lágrimas: sentía horrible de ver a mis hermanos, como perritos, esperando que les dejara algo de mi plato; pero nunca les dejé nada tú crees? Yo sé que mi madre se mortificaba viendo eso. Para alegrar a Celso y a Froy les decía que cuando yo fuera campeón iba a comprarles una casa y que tendríamos suficiente lana como para que ellos comieran bisteces con enchiladas todo el tiempo.
--Ay qué tierna, qué linda...--dice la Güera a punto de llorar.
--Sí, bien buena onda. Antes de venirme para acá ella me regaló unos guantes rojos. Al entregármelos dijo: ``Para mi campeón''. Desde entonces no he vuelto a verla, ni a mis hermanos tampoco.
--Por qué?
--Chingao qué preguntita! Piénsale y te contestas--. Crispín se da cuenta de que su amiga no hablará y entonces grita: --Porque fracasé, porque me descalificaron en los guantes de oro, porque no tuve otra oportunidad!. Después de lo que mi jefa y mis hermanos se sacrificaron por mí, con qué cara podía soltarles mi rollo? En serio: me dan ganas de tirarme de cabeza cuando pienso que de haber tenido un poquito de suerte, hace cinco, seis años sería campeón.
--Pues sí, pero acuérdate de lo que dijiste: el box no perdona el tiempo. Si las cosas fueran como las soñaste, a lo mejor hubieras sido tú y no Chávez el perdedor de este viernes.
--Pues sí, pero ya le hubiera cumplido a mi jefa su sueño y no me sentiría tan triste cuando alguien desperdicia la comida.