A Carlos Payán Velver
Marchando por las calles de la ciudad de México, irritando a muchos, miles de maestros de diferentes estados de la república han manifestado al régimen sus aspiraciones durante las últimas semanas. En las movilizaciones magisteriales ha muerto una profesora, Constantina Soriano; ha habido actos represivos (como los del 23 de mayo que tuvieron como desenlace la expulsión del secretario de Seguridad Pública) y se han realizado negociaciones con las autoridades que apuntan hacia soluciones. Intentemos un esquema de lo que ha significado esta lucha magisterial que hoy involucra la vida educativa y el clima político de una tercera parte de las entidades de la república.
Las causas centrales del movimiento, incremento salarial y de prestaciones, no sólo se justifican por el impacto que ha tenido la crisis en los salarios de los maestros sino que, como ellos señalan, son causas que buscan una mayor equidad en el sistema de ingresos que rige actualmente en la sociedad mexicana. Un maestro de Guerrero afirma: ``Vamos a pedir un medio turno como policías para ver si así mejoran nuestros ingresos'' (La Jornada, 8 de junio). Y en efecto, en el sistema de salarios de la administración pública y de todo el conjunto social los maestros de educación básica ocupan una de las escalas inferiores y, contradictoriamente, se les exige un rendimiento que corresponde a las escalas más altas. Un trabajador no calificado de Pemex, un policía con cargo intermedio, un taxista o un maestrao albañil ganan más que cualquier maestro de primaria o secundaria, a quienes se exige una educación profesional. Antes se justificaba tal desigualdad porque se argumentaba que los profesores estudiaban poco.
En los orígenes del magisterio mexicano moderno, a partir de la Revolución, la necesidad de extener la educación básica y la falta de maestros dieron paso a la actividad educativa a muchas personas sin calificación profesional. Algunos apenas tenían estudios secundarios y ya enseñaban a leer y escribir. Pero la exigencia de profesionalizar la enseñanza básica se impuso pronto, se levantaron escuelas normales en todo el país y se generalizó el sistema en el que los profesores contaban con una carrera técnica (tres años después de la secundaria). Pero los sueldos de los maestros quedaron rezagados en su etapa primitiva, como si se tratara de un servicio a la sociedad poco calificado. Vino entonces el movimiento magisterial del 58. ``Preferimos correr cualquier suerte antes de que el honor de los maestros sea nuevamente pisoteado'', decía el profesor comunista, Othón Salazar, en uno los múltiples mítines que los maestros realizaron. (Historia de la Revolución Mexicana, Núm. 22. El Colegio de México, Olga Pellicer y José Luis Reyna.) Como resultado de aquel movimiento hubo sensible aumento salarial, si bien hubo también una fuerte represión y los principales líderes fueron encarcelados. Pero lo cierto es que desde entonces se mantuvo un cierto acuerdo entre el nivel de escolaridad de los profesores y sus ingresos, reforzado, por supuesto, con el control caciquil del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
En los años setenta el gobierno decidió aumentar el nivel profesional de los profesores, como parte de lo que fue la reforma educativa. Se exigió que el maestro de educación básica tendría que cursar una carrera profesional como cualquiera otra, con estudios de preparatoria, cuatro años de nivel superior, servicio social, tesis y examen de licenciatura. Paralelamente nació la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, que en 1989 realizaría las intensas movilizaciones que quebraron el viejo control corporativo en algunas secciones del SNTE y lograron un incremento, incluyendo la carrera magisterial.En nuestros días de crisis, cuando los salarios han sido los principales perdedores, nuevamente se han levantado los maestros a exigir una compensación justa a su esfuerzo y preparación profesional. Ya no caben argumentaciones que devalúen el trabajo de los maestros por razones de nivel educativo. Hoy los maestros de primaria son tan buenos o malos profesionistas como cualquier otro egresado de las universidades mexicanas. Su exigencia por un sistema de trabajo justo, que equilibre conocimiento e ingresos económicos, es razonable y requiere del máximo esfuerzo gubernamental.