A Fernando Savater
La libertad, en abstracto, es la ausencia de trabas para que un ser viviente actúe conforme a sus propios impulsos. Pero ese tipo de libertad no existe. Los primeros impedimentos son físicos. No hay seres absolutamente libres, porque las leyes de la naturaleza se oponen ineluctablemente a que todos sus impulsos se materialicen en los fines pretendidos.
Los hombres, como seres vivientes, estamos sujetos a un mayor número de impedimentos. El solo hecho de vivir en grupo sometió al hombre a restricciones intangibles (distintas a las físicas) y, por consiguiente, mutiló una parte de la libertad que habría tenido en caso de vivir aislado. Las reglas de convivencia dictadas por el grupo representaron nuevos límites que, conforme la humanidad evolucionó y formó comunidades más complejas, se fueron haciendo cada vez más rigurosas y redujeron gradualmente el campo de la conducta libre del individuo. A las reglas consuetudinarias y morales del grupo, se agregaron las normas jurídicas del Estado y, con el surgimiento de la propiedad privada y la diferenciación de castas y clases, la incapacidad de acceso a la mayor parte de los satisfactores y a los círculos sociales impenetrables, además de los pecados, los convencionalismos, la urbanidad y las modas.
Aun la definición de la libertad como la capacidad del individuo de hacer o dejar de hacer todo aquello que no está ordenado o prohibido por las leyes, responde a una visión exclusivamente jurídica y, por tanto, fragmentaria.
En realidad el hombre es libre para hacer lo que el poder del gobierno y el poder de la sociedad no le impiden. Dicho con más claridad, los límites de la libertad están determinados por el poder político del gobierno y las oligarquías, el poder económico de la plutocracia empresarial, el poder religioso del clero católico el poder que actúa desde los medios de comunicación social, el poder de la delincuencia organizada, el poder de los grupos de presión que imponen su ley sobre las leyes formales y, por supuesto, el poder transnacional que se describe a sí mismo como la mano invisible del mercado.
La libertad, por consiguiente, ha quedado reducida a su mínima expresión. Es un plasma residual que permanece en los más estrechos vasos comunicantes de la sociedad contemporánea, cuyas principales arterias y venas transportan la sangre espesa del poder, en todas sus modalidades. Los sinpoder nos engañamos con la ilusión de que todavía somos libres y nos resistimos a reconocer que las expresiones de protesta anarquizante que se expanden por las calles de las grandes ciudades tienen la misma naturaleza que los motines que cíclicamente estallan en los reclusorios. La cárcel de los sinpoder es de mayores dimensiones pero no deja de ser una cárcel: la de nuestra impotencia para recuperar las libertades que nos sustrajo un sistema de complicidades y valores entendidos entre todos los detentadores reales de los poderes político, económico, religioso, delincuencial, etcétera, etcétera.Otro ensueño que acariciamos los sinpoder es reformar el régimen político y reintegrar el poder de decisión, para formar gobierno, a nuestros iguales. Vana utopía. Aunque lográramos que las reformas quedaran plasmadas en la Constitución y en las leyes, subsistiría el sistema de apoyos recíprocos y el trasfondo de contubernios entre los poderes que dominan el quehacer y el acontecer en el mundo real.
Vana utopía, además, porque los agentes (voluntarios o involuntarios) del sistema de intereses y complicidades de los poderes actuales y futuros, no quieren correr riesgos, y se oponen con todas sus fuerzas y sus escasas luces a cualquier proyecto que pudiera abrir un resquicio de liberación no controlada para los sinpoder. Una de las pocas libertades que no han podido arrebatarnos es la de guardar en la memoria sus nombres y reservarles un lugar en la reseña de las contrarreformas de todos los tiempos.
Hay otras restricciones a la libertad. Las limitaciones que cada persona se impone en aras de sus propias ambiciones. El hombre suele sacrificar su libertad, cuando aspira a conservar u obtener ciertos bienes que considera valiosos. Más valiosos que la libertad?No para mí. Que disputen la fama los primerizos y el poder los posgraduados y el dinero los del rebaño y la otra vida los temerosos del juicio de Dios. Por mi parte, prefiero permanecer en la solitaria lucha por mi derecho a pensar, hablar y escribir conforme a mi conciencia.