Muchos mexicanos tenemos desacuerdos con nuestro ministro de Hacienda con respecto a la conducción de la economía y no estamos convencidos de que hayan empezado a revertirnos de manera consistente las condiciones de la crisis. Estaríamos, sin embargo, todos de acuerdo con él cuando dice que la tarea más urgente para el gobierno es asegurar que los beneficios del programa adoptado alcancen a la mayoría de la población, aunque en eso no vemos claro cómo le va a hacer. Ambas cuestiones fueron planteadas por el secretario Ortiz hace un par de semanas en París, donde tal vez haya convencido a algunos de los que lo escucharon pero aquí todavía tendrá que hacer mayores esfuerzos para lograr la credibilidad de las políticas que aplica.
Esta sociedad no comprende el par de grandes dicotomías en el que hoy tiende encerrarse la política económica Primero la tan socorrida distinción entre la macroeconomía que no logra dar signos de recuperación general. Hay que terminar de una vez por todas con este falso argumento que no se sustenta en ninguna teoría ni en la más elemental práctica de este oficio. La mala situación de la mayor parte de las empresas que siguen muriendo como en una epidemia de peste y el enorme deterioro de las condiciones de los trabajadores resulta, precisamente, de la forma en que se administra el programa de ajuste. La única justificación que oficilmente se ha podido hacer de esta gestión macroeconómica es que con el tiempo sentará las bases de la recuperación sostenida, no obstante, el argumento se está gastando rápidamente. No hay que olvidar que son ya 15 años de estancamiento los que registra la economía mexicana y que el actual equipo en el gobierno es responsable de buena parte de la conducción económica durante este periodo. Pero, además, es efectivamente ese argumento el que en términos técnicos y políticos está en debate y ante lo que el gobierno y sus aliados entre los grandes empresarios, y banqueros se niegan a discutir de manera abierta, contando con el aval dogmático de los organismos financieros internacionales.
En segundo término tenemos la distinción que se está gestando entre el sector exportador y el mercado interno. Mientras que el primero muestra un gran dinamismo y es el orgullo del ministro de Comercio que ahora piensa ya hasta en poner sanciones a las empresas estadunidenses ante los embates de la ley Helms-Burton, el otro está postrado y su ritmo de crecimiento sigue contrayéndose. El sector exportador podrá ser este año el motor de incipiente crecimiento productivo, pero difícilmente seguirá cumpliendo esa función mientras no se recupere la demanda interna y se aniquila la posibilidad de consumo de diversos segmentos de la población. Esto sí se desprende de los principios de la Economía y de la experiencia de los países que hoy se conocen como de reciente industrialización. La economía mexicaa se acerca otra vez a la crónica restricción externa a su crecimiento por la falta de divisas y ante ello el mercado interno no cuenta con políticas efectivas para su recuperación.
El programa de ajuste económico se apoya de manera casi única en la política monetaria que, para alcanzar los objetivos de la estabilización, contrae severamente la cantidad de dinero y evita así cualquier presión sobre los precios. En efecto, la inflación parece ahora estar cediendo y con ello se han estabilizado las tasas de interés y el tipo de cambio. Pero las posibilidades de sanear las deudas y de restitiur la capacidad de consumo de los individuos y de inversión de las empresas no se materializan. Así la política monetaria de contracción del crédito está llegando a su límite y la pregunta que es cada vez más evidente es qué sigue ahora. No hay indicios claros de hacia adónde se encamina la política económica, que frente a un proceso dinámico como es la producción requiere de complementos y nuevas acciones. Sabemos que la respuesta a esta pregunta no va por un apoyo a la administración del programa por la vía de la política fiscal. La oferta de una reforma fiscal hecha desde el principio del sexenio sigue posponiéndose ante las crecientes demandas de la sociedad que pide cada vez más un respiro y así la situación se acerca a un límite en que las acciones de corte fiscal se pueden llegar a tomar en situaciones en las que su costo sea aún mayor que ahora. En este terreno el gobierno se ha atado de manos y no tiene márgenes de maniobra puesto que las condiciones de la economía no permiten un estímulo fiscal a la demanda sin que se creen presiones sobre el nivel de los precios. Mala cosa puesto que seguirá extendiéndose la inacción por el lado que podría tener un efecto favorable en la actividad económica.
El Banco de México queda así como depositario de la conducción económica, función que no necesariamente le corresponde ni aun en el marco de la autonomía que le confiere ahora la Constitución. No hay que confundir la autonomía de esta institución y en particular la consecusión de su principal objetivo que es la salvaguarda del valor de la moneda nacional, con la separación de sus funciones de los intereses de la sociedad. La autoridad monetaria no está por encima de la sociedad ni constituye un poder en sí misma, su autonomía no debe ser confundida con la falta de una responsabilidad, es decir, de la obligación de rendir cuentas y para ello está el Poder Legislativo que representa los intereses de los ciudadanos, tal y como ocurre en otros países. El momento actual es clave para repensar la manera en que se conduce la administración de esta fase de la larga crisis económica de México y es posible que se estén reforzando los límites del crecimiento en lugar de ir sentando las bases para finalmente alcanzar los objetivos de expansión de la actividad económica.