El gobierno chino, como antes el de Francia, sigue realizando experimentos nucleares. Nuestro planeta es nuestra casa común, en la que todos convivimos para bien y para mal. Los efectos ecológicos de estas explosiones son innegables y dañan no solamente al pueblo chino un cuarto de la Humanidad sino también a todos sus vecinos del Pacífico, entre los cuales se cuenta México. Los efectos políticos, morales y sicológicos son igualmente graves, ya que acentúan la inseguridad, el clima de violencia, la ruptura de toda consideración solidaria, el desprecio por la opinión pública nacional e internacional y por las resoluciones de la comunidad mundial organizada, propios del neoliberalismo que el gobierno de China adopta incluso, de hecho, en la elección de sus políticas.
Al igual que en el caso de las explosiones en Muroroa, territorio ``francés'' con ciudadanos polinesios, los ensayos nucleares chinos se producen en los territorios de las minorías nacionales de ese país, que no han sido consultadas. Además, prescinden por completo, con impertérrita soberbia nacionalista, de las protestas internacionales que condenaron al gobierno de Jacques Chirac y parecen tratar de imponer el principio absolutamente inaceptable de que las grandes potencias pueden imponer, por su propia cuenta, la música con la cual todos los demás deberán bailar.
Como en el caso de Francia o en el de Estados Unidos con la ley Helms-Burton, China acaba de imponer al resto del mundo sus decisiones internas, colocando a todos ante el hecho consumado. El daño causado ayuda a destruir la ya maltrecha credibilidad de las Naciones Unidas, a cuyo Consejo de Seguridad para colmo pertenece, y de los tratados y resoluciones internacionales, que se convierten una vez más en papel mojado. Si se quiere la paz, se debe preparar la paz. Si se quiere un orden mundial de iguales, basado en el respeto de todos y en las discusiones y negociaciones, no en la fuerza, es necesario respetar a los cohabitantes de nuestro mundo. Si se desea impedir que imperen la ley del más fuerte y la arbitrariedad (como en el caso de las restricciones económicas que tanto aplica Estados Unidos y que son resistidas por China) es necesario ser coherentes y tener una política mundial que parta de la mundialización de la ecología, la economía y la visión de los problemas. No se puede incendiar una parte de nuestra casa común y hacer en ella, además, ejercicios bélicos sin poner en peligro a todos, sin promover un clima favorable al rearme y a la agresión, sin poner en peligro la paz. El interés nacional bien entendido no pasa por una política de amenaza y de fuerza sino por la vía de la razón, de la obtención del prestigio que otorga una política principista y de la búsqueda democrática del consenso, en el país y en el mundo.